Pandemia, evidencias y enseñanza

Karla Portela Ramírez

¿Cuál podría ser el tema central o al menos el punto de partida de cualquier reflexión actual en torno a la vida humana, sino la pandemia de Covid-19 que vivimos hoy? Se trata sin duda de un hecho trascendental en la historia de la humanidad debido a su extensión geográfica –al parecer existen casos de contagio en más de la mitad mundo–, su expansión acelerada –se dice que casi exponencial–, su prolongación temporal –de un conteo en semanas ha pasado a una duración en meses– y su inmenso impacto –en principio detonó una crisis sanitaria que hoy comienza a extenderse a lo económico y sin duda repercutirá en lo social y político–. Hablamos de un fenómeno que evidentemente nos afecta a todos y prácticamente en todas las áreas de nuestra existencia en que si bien se han adoptado medidas generales, especialmente de prevención como el uso de cubrebocas y guantes, además del frecuente lavado de manos con jabón y agua, o su caso con gel desinfectante, igualmente han tenido lugar distintas acciones, diversas formas de gestión en cada país y al interior de estos, en cada región, comunidad, grupo familiar e incluso en cada individuo. A su vez, esta diversidad en la formas de afrontar la situación vigente apunta directamente, como su origen, hacia las múltiples maneras en cada uno asegura su manutención, es decir que las personas respetan o no el confinamiento, se proveen de alimentos y artículos de higiene personal previendo una eventual escasez de los mismos o por lo contrario luchan hoy más que antes por obtener el mínimo necesario para sobrellevar las exigencias diarias, en función del trabajo que desempeñan, del puesto laboral, productivo que ocupan en la sociedad; indiscutiblemente las condiciones del confinamiento y todo lo que ello implica varían con base en un elemento primordial en nuestras vidas, al que bien podríamos nombrar eje configurador de la sociedad contemporánea: el trabajo.

Claramente una conversación flexiva sobre la pandemia presente, como hecho parte aguas a partir del cual se habla ya de una “nueva normalidad”, representa tierra fértil para el desarrollo abundante de ideas e hipótesis incluso opuestas entre sí –como el debate sobre el efecto que la pandemia tendrá en el capitalismo, esto es, su extinción y sustitución por sistemas económicos basados en el colectivismo o su permanencia y fortalecimiento–, además de llanas y creativas opiniones –sobre la existencia real del mentado virus o su invención como dispositivo de control estatal, por ejemplo. Sin embargo, en medio de esta marea de ideas, hipótesis y opiniones,  a las que se suma una desorbitante cantidad de información que transita en los medios de comunicación, es factible agrupar todo ello en dos grandes rubros: qué nos muestra, qué evidencia hasta ahora la pandemia que atravesamos; y, cuál es la enseñanza de este fenómeno, qué podemos aprender a partir de esta experiencia.

En el primero de ellos, la pandemia de Covid-19 muestra que no sólo es cierta, sino inocultable la desigualdad, la injusticia social, el desequilibrio en el reparto de bienes y derechos sociales a nivel mundial; muestra también, como parte de esta desigualdad, que existe una asimetría social en el ámbito de la educación y especialmente con relación a los indígenas, quienes afrontan constantemente el abismo entre la ciudad y el campo en todas sus dimensiones y respectivas consecuencias. Asimismo el fenómeno en cuestión ha evidenciado, por una parte, que el manejo de información al interior y al exterior de cada nación es cuestionable, y por otra, que los hábitos alimenticios y en general el autocuidado de la salud puede marcar la diferencia en situaciones como la actual. A todo ello podrían agregarse dos evidencias más: ha quedado subrayada nuestra vulnerabilidad no sólo como individuos, sino como especie, podemos desaparecer no únicamente por riesgos socialmente producidos, como el cambio climático, sino también por fenómenos naturales fuera de nuestras manos; y, las TIC son capaces de sustituir con cierto éxito la presencia humana en las relaciones interpersonales, en las relaciones de venta-compra, en los procesos educativos y particularmente en el trabajo.

Con relación a la enseñanza que podemos extraer de esta pandemia se confirman dos hechos: el primero de ellos, y sobre el que no es necesario abundar dada su obviedad, somos seres sociales en coexistencia, correlación e interdependencia, más que unidos por la dinámica del sistema económico predominante en que unos quedan esclavizados por otros –nos referimos a la economía global de hoy basada en la división del mundo entre centro-periferia; en tanto que, el segundo hecho nos habla de la importancia y determinación de la gestión gubernamental –como praxis colectiva– y enfáticamente de la gestión familiar/personal –como praxis individual– porque son estas pequeñas acciones vinculadas entre sí, organizadas y no aisladas, que en comunión con la praxis colectiva entrañan una auténtica posibilidad de transformar la realidad. Lo cual en primera instancia y en la perspectiva de quien aquí escribe, apunta hacia la formación de una nueva subjetividad e intersubjetividad, profundamente consciente de su socialidad y en empatía.

En suma, más allá de la incertidumbre que hoy desata la pandemia de Covid-19 y de las distintas formas en que cada Estado y cada individuo lo perciben y afrontan, se vislumbra una certeza: si el trabajo que cada uno desempeña constituye factor determinante en la desigualdad e injusticia social, es urgente un examen crítico y reflexivo de nuestra actual noción de trabajo, es eminente una resignificación del trabajo que permita la simetría en las condiciones de posibilidad para la conservación y reproducción dignas de la vida individual y comunitaria. O dicho de otro modo, necesitamos hablar de trabajo, reconfigurar su papel en nuestras vidas de manera que ante fenómenos como la multicitada pandemia, decisiones como confinarse y proveerse de víveres y otros artículos sean en todo caso, para toda persona auténticas decisiones, acciones tomadas con plena libertad y no bajo el yugo de la necesidad, no con el apremio de la autoconservación que irónicamente conduce a realizar acciones que atentan contra ésta.

Quizá la enseñanza es una, atravesamos una crisis existencial, una crisis interpretativa de la realidad, es momento de cuestionar y analizar nuestro modo de ser y estar en el mundo como individuos y como humanidad, es hora de reconfigurar nuestra sociedad, de resignificar lo que hasta ahora ha fungido como su eje principal, el trabajo. Es necesario repensarnos, podríamos comenzar con una pregunta que directamente interpela a la mayoría y que en el fondo refiere al único recurso común e irrecuperable, el tiempo, nuestro tiempo de vida: ¿qué valor otorgo a mi actividad productiva, qué lugar ocupa el trabajo en mi vida?