Nutriendo las filas de la ultraderecha, Los arrogantes de Sarah Wagenknecht y las políticas de la identidad (I)

Iván Carrasco Andrés

Hace apenas unas semanas, la política alemana de origen iraní de Die Linke, Sarah Wagenknecht, publicó un libro titulado Die Selbstgerechten: Mein Gegenprogramm-für Gemeinsinn und Zusammenhalt (Los arrogantes: Mi contraprograma- por el sentido común y la unión). El libro, dividido en dos partes, hace un controvertido diagnóstico de la actual situación de la izquierda en Alemania, las causas de su distanciamiento de la clase obrera y en la segunda parte propone alternativas. ¿Por qué la derecha gana adeptos cada día que pasa?, ¿tiene la izquierda alguna responsabilidad al respecto?, ¿qué cambios sociales han tenido que suceder para que se enaltezcan las diferencias particulares frente a las cuestiones de clase? Estas son algunas preguntas que guían la reflexión de la autora en su más reciente libro.

La izquierda que convirtió el ser de izquierda en un estilo de vida

Desde hace algunos años se ha abierto un discreto, casi imperceptible, pero creciente debate en la izquierda y en algunos círculos liberales sobre las políticas de la identidad[1] y su repercusión en los resultados y tendencias electorales, que han sido, en su mayoría, beneficiosos para los partidos de derecha y ultraderecha en EU, Francia, Inglaterra y Alemania, así como la influencia que dichos planteamientos han tenido progresivamente en las praxis de las “nuevas izquierdas”. Sarah Wagenknecht pone sobre la mesa y señala incisivamente una serie de elementos para la discusión urgente y actual sobre los nuevos derroteros que han tomado las izquierdas a nivel mundial. Wagenknecht ha sido atacada por algunos miembros de su mismo partido por considerar que los  planteamientos expresados en su nuevo libro son una “declaración de amor”[2] para con el partido de ultraderecha AfD (Alternative für Deutschland) y una afrenta directa a los votantes de Die Linke que, a juicio de Wagenknecht y como explicaremos en este artículo, construyen su identidad y praxis política a partir de un tipo específico de consumo privilegiado, nombrado por la autora como izquierda-del-estilo de vida (Lifestyle-Linke)[3].

Ser de izquierda ya no consiste en reivindicar, a partir de los valores ilustrados de igualdad, justicia social, democracia y desarrollo, valores y derechos universales que favorezcan a las mayorías no privilegiadas por su condición económica, es decir, esta nueva izquierda ha ido dejando de lado cada vez más lo que, en términos ideológico-políticos, la definía frente a la ideología de derecha y liberal de antaño: la lucha en contra de los privilegios emanados de las estructuras desiguales, fundamentalmente económicas, que el capitalismo de forma histórica y estructural fomenta y desarrolla. La “nueva izquierda” o, como Wagenknecht prefiere llamarla, el “(i)liberalismo de izquierda” (Linksilliberalismus), que ni es de izquierda ni es liberal en el sentido clásico del término, se define, porque “para ella el punto central de la política de izquierda ya no se encuentra en los problemas económico-políticos y sociales, sino en la cuestión del estilo de vida, de los hábitos de consumo y en la puntuación/valoración moral.”[4] La cuestión social y de clase se encuentra al margen de sus preocupaciones y el camino que trazan para conseguir una “sociedad justa”, “conduce no a los antiguos y clásicos temas de la economía social, es decir, salarios, pensiones, impuestos o seguridad frente al desempleo, sino sobre todo a los temas sobre lo simbólico y el lenguaje.”[5]

Entre las características que comparte esta nueva izquierda-del-estilo de vida es la de vivir en grandes centros urbanos, tener estudios universitarios concluidos, conocimientos elevados de idiomas extranjeros, que al mismo tiempo que aboga por una economía postcrecimiento y consume lo que se considera saludable y orgánico, se desplaza en automóviles eléctricos, no usa empaques de plástico y viaja continuamente a países pobres o del llamado “Tercer Mundo” para “conocer de cerca a esas culturas”. Esta misma izquierda protagoniza también las siguientes situaciones que uno creería ver solamente en películas cómicas americanas.

Immanuel Kant y Jean-Jacques Rousseau son leídos en el área de filosofía de muchas universidades, a pesar de que ambos autores de la Ilustración han sido expuestos hace mucho como racistas. En la Universidad Humboldt de Berlín, hace algún tiempo, la policía tuvo que tomar medidas porque los estudiantes, a través de un paro, querían evitar la realización de un seminario en donde se iban a discutir textos de Kant y de Rousseau. No han podido hasta ahora derribar al más importante representante de la filosofía clásica alemana, G.W.F Hegel, a pesar de que, de acuerdo al juicio de una intelectual italiana de izquierda, se le ha señalado que sus textos tienen un carácter indudablemente sexista, lo que motivó una campaña en Facebook con el título “Escupamos sobre Hegel”.[6]

De igual modo, apunta Wagenknecht, la nueva izquierda-del-estilo de vida aboga por una sociedad abierta, libre de fronteras y en donde las minorías y sus particularidades, que no son evidentemente las de clase, tengan el mayor reconocimiento posible. De este modo se genera una autoimagen de ser la encarnación del progresismo y elevan sus puntos de vista y su forma de consumo como el criterio último con el cual deberá medirse si los otros son o no progresistas, y, en el caso de Alemania[7], todo aquel que lo cuestione será tildado de nazi o, mínimamente, de misántropo, pues ya se sabe que en la lucha en contra de los nazis, todo es válido, incluida la calumnia y censura a otras posturas de izquierda, ahora pomposamente llamada “cultura de la cancelación”.

Ante ello, apunta la autora, “La izquierda-del-estilo de vida no solamente no quiere mejorar la vida de los trabajadores y de otros desfavorecidos, sino más bien quiere explicarles cuáles serían sus verdaderos intereses y al mismo tiempo, exorcizarlos de su provincialismo, su resentimiento y sus prejuicios.”[8] Wagenknecht compara, incluso, la composición y el modo de las manifestaciones a las que acude esta izquierda-del-estilo de vida, como las movilizaciones de los Fridays for Future[9], con las movilizaciones francesas de los Chalecos Amarillos, marcadas fuertemente por su carácter popular y obrero, por ejemplo:

La posición social relativamente buena de los participantes marca la imagen de las mismas manifestaciones en las que, por lo general, se le otorga gran importancia a que sean alegres, coloridas y con buena onda, que en las pancartas no haya solamente quejas, sino que sean divertidas y que no solamente se manifieste, sino que también se haga fiesta.[10]

Incluso, en las mismas manifestaciones, en donde se promueve el multiculturalismo y la integración de otras culturas, faltan algunos,

Quienes de manera visible no estaban, eran aquellos de quienes se trataba la manifestación: refugiados, migrantes, musulmanes, los supuestos excluidos… cualquier vagón del metro en Berlín es más colorido que este desfile que celebraba una Alemania multicolor. La clase obrera, así como el precariado, no se encontraban presentes. […] La mayoría de migrantes, sus hijos y nietos, pertenecen a este grupo, a los que muy raras veces se ve en estos eventos… en donde los fuertes y brutales problemas de su cotidianidad no juegan ningún papel. [11]

Es, entonces, la clase obrera pauperizada, en la que Wagenknecht incluye a la mayoría de migrantes, la que no se ve interpelada por los valores que pregona esta izquierda-del-estilo de vida y cuyos intereses y preocupaciones son ignorados por la mayoría de partidos políticos.

Lo importante, nuevamente, para esta izquierda-del-estilo de vida son los sentimientos, en este caso, el sentimiento de autorrealización, pues no se trata ya de exigir y realizar transformaciones reales, sino de autoconfirmarse y saberse realizado en el simple hecho de tomar parte en este tipo de eventos en donde, incluso, no “encuentran ningún tipo de contradicción cuando se manifiestan junto a políticos que, bajo el lema de ‘solidaridad indivisible’, también entienden el envío global de armas y que están a favor de tomar parte en las guerras de intervención.”[12]

A ojos de la autora, el hecho de que esta izquierda-del-estilo de vida se preocupe políticamente más por lo simbólico y por el lenguaje permite que se efectúen algunas pequeñas transformaciones dentro de esos ámbitos, pero, siempre y cuando no afecten ni cuestionen los intereses económicos que, de hecho, generan los distintos tipos de desigualdades sociales.

Wagenknecht muestra, basándose en los análisis de Thomas Piketty (Capital and Ideology, 2019) cómo lo anterior ha conducido a un cambio significativo en las tendencias electorales, pues los partidos que antiguamente se identificaban con la clase obrera, es decir, aquellos de tradición socialista y comunista preocupados por temas salariales, derechos sociales y por el sindicalismo, han ido perdiendo a lo largo de las últimas décadas a sus votantes pertenecientes a dichos estratos (sobre todo trabajadores industriales y empleados de servicios) y han incorporado, a través del cambio en sus discursos y objetivos tradicionales, los valores y exigencias de la izquierda-del-estilo de vida. De dicha manera:

Los mejor formados y, en medida creciente, los que mejor ganan votan por la izquierda, mientras que la mitad inferior de la población, o se mantiene distante frente a las elecciones o vota por los partidos del espectro conservador o de derechas.[13]

Lo anterior llama mucho la atención porque corresponde con la realidad, por lo menos, de España, Italia, Francia, Inglaterra, Alemania y EU. En dichos países ha habido un aumento significativo y preocupante de movimientos y partidos políticos legalmente constituidos de carácter abiertamente fascista, cuyas filas, como bien señala no solamente la autora, provienen de los sectores empobrecidos por las políticas neoliberales dentro de los mismos países ricos e imperialistas. Su libro, dicho sea de paso, tiene como destinatario no solamente a la izquierda con la que busca debatir, sino a esos sectores pauperizados.

Ejemplo paradigmático de lo anterior es el triunfo electoral de los socialistas en Dinamarca, cuyo lema rezaba, “Más estado social, menos migración” o el triunfo electoral del movimiento Cinco Estrellas en Italia, partido en el que confluyen sectores ultraderechistas y las clases pauperizadas y cuyo principal atractivo reside en sus nefastas políticas antiinmigrantes, junto a la defensa de medidas asistencialistas. Como puede observarse, la ultraderecha ha sabido instrumentalizar las crisis migratorias y la pauperización de la clase obrera internacional para allegarse de votantes a través de una retórica maniquea, simplista, racista y demagógica.

La izquierda-del-estilo de vida, como cualquier otro grupo social y político, es deudora de un gran relato que la constituye y que fundamenta su visión, en este caso, sobre todo, moralizante, del mundo. Este gran relato se basa en identificar lo progresista a través de su oposición con los valores y elementos de la visión preneoliberal del mundo, es decir, si el neoliberalismo reivindica el libre mercado sin fronteras aduanales en contra de los controles proteccionistas y aduanales que existían previamente, la izquierda-del-estilo de vida asume inmediatamente el libre tránsito de las mercancías, entre ellas la de la fuerza de trabajo, como progresista; si el neoliberalismo reivindica mercados de consumo diferenciados por género, etnia o moda, la izquierda-del-estilo de vida asumirá la diferencia y el particularismo como valor progresista; si el capital ficticio se vuelve cada vez más simbólico, entonces la izquierda-del-estilo de vida también adoptará la dimensión simbólica como trascedente y así sucesivamente; todo lo contrario a ello será tildado de reaccionario, anticuado y derechista.

Sarah Wagenknecht, al igual que otros autores que han investigado la deriva de las nuevas izquierdas, observa, por una parte, que el marco teórico que fundamenta y da vida a este tipo de prácticas políticas, que piensan, a veces, que cambiando el lenguaje se cambia la realidad, se encuentra en los filósofos postmodernos franceses, a saber:

El trasfondo de esta manía fue la teoría filosófica desarrollada en los años 60 por profesores franceses, cuyas tesis concluyen en que el ser humano no describe la realidad mediante el lenguaje, sino que la crea en un sentido absolutamente radical, pues más allá del lenguaje no existe absolutamente ningún mundo con el que nos relacionamos. Esto significa, en última instancia, que quien quiera superar las relaciones de dominio y de poder debe hablar de otro modo. Los fundadores de esta teoría se nombraron así mismos postestructuralistas y deconstruccionistas, los más conocidos entre ellos fueron Michel Foucault y Jacques Derrida.

Derrida difundió sus ideas en sus viajes como conferencista en los Estados Unidos, en donde encontraron terreno fértil para el desarrollo entusiasta de sus planteamientos. Para 1992 ya había en 130 universidades norteamericanas los llamados Códigos de Lenguaje, esto es: prescripciones que imponían qué debía decirse y qué no en el campus. Las violaciones en contra de dichas normas eran sancionadas con multas. Quien leyese una revista mala o quien hiciese un piropo vulgar podía meterse desde ahora en un problema serio. En las universidades anglosajonas de élite se libraron las primeras batallas contra las microagresiones[14] y se construyeron los primeros “safe spaces” para proteger a las delicadas almas de los estudiantes frente a posibles heridas y cuyos padres pagaban colegiaturas de decenas de miles de dólares por semestre.[15]

Si bien los planteamientos de los así llamados postmodernos o postestructuralistas no se reducen a la dimensión, por momentos simplista, del lenguaje que plantea Wagenknecht, es un hecho indudable que los círculos y movimientos de izquierda, que asumen los planteamientos de la postmodernidad, siguen usando dicho marco teórico-político para guiar sus prácticas marcadas por un profundo irracionalismo anti-ilustrado que no sólo privilegia las particularidades excluyentes, sino que, al oponerse al debate argumentado, condena desde los sentimientos desaforados todo aquello que se atreva a cuestionar mínimamente su escala moral de valores. La consistencia teórica de la postmodernidad, así como sus derivas en las nuevas prácticas políticas, merece, a nuestro juicio, un estudio serio y detallado que vincule la tradición romántica anti-ilustrada con su veta reaccionaria y protofascista y, desde ahí, que señale las no pocas afinidades electivas con la izquierda postmoderna surgida en la década de los 70’s, así como con las “nuevas derechas” identitarias.

Wagenknecht reconoce que,

Mientras que la izquierda clásica se apoyaba en la tradición de la Ilustración y apostaba por la fuerza racional de los argumentos, con la certeza de tener los mejores argumentos y de, incluso, ganarle a la derecha, la política de la identidad sepulta la pretensión de siquiera poder llevar a cabo un debate racional y eleva a criterio último las emociones difusas y la sensiblería de sentirse siempre ofendido. Se moraliza en vez de argumentar y, en vez de responder con argumentos, se intenta atacar al que piensa diferente con tabús… Cuando se condena la filosofía de la Ilustración por ser un proyecto eurocéntrico y colonialista, se trata esencialmente de renunciar a la pretensión de utilizar, en la medida de lo posible, la razón en los debates.[16]

Puntos problemáticos del libro

El análisis que propone Sarah Wagenknecht raya, por momentos, en aseveraciones debatibles que, si bien pueden ser entendidas en el ámbito de la Realpolitik, enfocada a mostrar los problemas y los alcances factibles y realistas de una propuesta política dentro de los márgenes institucionales dados, resultan altamente cuestionables y pueden conducir, por momentos, a pensar que los migrantes son los culpables de la precarización de los trabajadores alemanes. Así, por ejemplo, es común encontrar múltiples alusiones a la prioridad que deberían tener los alemanes, o los ciudadanos del país europeo en cuestión, frente a los migrantes, pues “Preocuparse por los que están más cerca que los que se encuentran lejos no es inmoral, sino una conducta humana normal y legítima. Quien presume ver en cada ser humano un hermano, oculta con ello que en realidad no le interesa el destino de nadie. ”[17]

El análisis propuesto por Wagenknecht se inscribe, ciertamente, en lo que podría denominarse una postura política soberanista/nacionalista[18], esto es, explica la situación económica, política y social de los sectores pauperizados de su país señalando los vínculos e intereses que los capitales trasnacionales y alemanes, en connivencia con los partidos políticos gobernantes y las instituciones de la Unión Europea, han impuesto como patrón de acumulación de capital en Alemania y en Europa. De este modo, la autora señala, con insistencia, las transformaciones económicas habidas después de la caída del Muro de Berlín, concentrándose, sobre todo, en las consecuencias que la migración ha traído consigo en los sectores precarizados de la clase obrera,

Lo migrantes de regiones económicamente menos desarrolladas, como es en la mayoría de los casos, albergan otras expectativas diferentes a las que tienen los trabajadores nacionales en relación con el salario y las condiciones laborales. El que acaba de migrar a un país, posiblemente incluso aunque sea por un breve tiempo, y que tiene a su familia en otro lugar, compara lo que se le ofrece fundamentalmente con lo que podría tener en su país de origen. Se conforma, a menudo, con un salario claramente malo y no tiene interés alguno en la lucha por un mejor salario. Para los demás empleados se convierte en competencia, ya que complica el mejoramiento de sus condiciones de vida.[19]

No obstante, la autora reconoce que, aun cuando el idioma representa uno de los obstáculos más comunes, pues, por la falta de éste la mayoría de migrantes sólo puede acceder a empleos que no requieren una cualificación elevada o como cuando al firmar un contrato desconocen y aceptan condiciones laborales desfavorables, pasado un tiempo, las generaciones posteriores empiezan a comparar sus estándares de vida “ya no con el país de origen de sus padres, sino con sus compañeros de la misma edad y del país en donde residen. De este modo se crearon en Alemania algunos sindicatos turcos de trabajadores extranjeros a los que posteriormente se afiliaron sus hijos”.[20]

Los trabajadores migrantes son usados, como podemos constatar en el caso de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos, para disminuir los salarios de los trabajadores nacionales, pues al pagárseles menos se produce una nivelación, por lo bajo, de los salarios de la rama en la que se los contrata, por ejemplo:

Con abierto cinismo, el diputado Tory David Davis justificó esta práctica. Comparó la supuesta falta de motivación de los trabajadores británicos con la muy diferente “disposición hacia el trabajo que tienen los migrantes. Desde el punto de vista del empleador, los migrantes son más baratos y trabajan duro. Ahí uno se pregunta, ¿por qué debería contratar uno a un trabajador británico que cuesta más y que aporta poco?” Y Gus O’Donnell, un alto funcionario estatal del “New Labour”, confiesa sin rodeos que la migración laboral perjudica a los empleados nacionales y lo justifica de manera igualmente cínica como el diputado Tory, pero naturalmente en términos nobles y liberales de izquierda, desde un horizonte abierto, propio de un ciudadano del mundo: “Cuando fui ministro de finanzas abogué por una migración de puertas abiertas… Pienso que mi tarea es maximizar el bienestar global y no el bienestar nacional.”[21]

A juicio de la autora, los partidos del espectro político de izquierda, la socialdemocracia (SPD), la izquierda (Die Linke) e, incluso, los verdes (Die Grüne), al querer hacerse de votantes provenientes de la izquierda-del-estilo de vida, han evitado señalar los problemas que acarrea consigo la crisis migratoria y no han propuesto políticas reales que eviten las situaciones derivadas de la misma, de ahí que

En este contexto llama la atención lo siguiente, frente al cual todo izquierdista que aún tenga alguna relación con su propia tradición debería prepararse para una noche de insomnio: los partidos de derecha son los nuevos partidos de los trabajadores”[22].

Esto, en principio, porque han capitalizado, a través de su retórica maniquea y racista, el descontento real de la antigua clase obrera, ahora pauperizada y que vive no en barrios de clase media alta como Kreuzberg, Prenzlauer Berg o Mitte, sino en Bitterfeld o Gelsenkirchen, que votaba antiguamente por los partidos “obreros” o “socialistas” y que, al sentirse excluida de los nuevos valores que impulsa la nueva izquierda liberal, que no pocas veces también la condena y denigra, ha elegido castigar a dichos partidos votando por la derecha.

¿Qué propone entonces Sarah Wagenknecht? Como un adelanto de la próxima entrega, queremos dejar sentada la discusión en las propias palabras de la autora, así:

Quien de verdad quiera promover el desarrollo y combatir la pobreza a escala global tiene que elegir otros caminos. El primer y más urgente paso en esta dirección sería poner fin a las guerras de intervención de Occidente y al abastecimiento de armas a los países con  guerras civiles. Del mismo modo, es importante otro tipo de política comercial que permita a los países más pobres la misma combinación de las políticas exitosas que han aplicado los países de Extremo Oriente para abrirse camino: aranceles para la protección de sus propias industrias y de su agricultura, políticas de subvenciones estatales, soberanía sobre las propias materias primas y campos agrícolas, en vez de venderlas a las grandes empresas transnacionales.

En términos de capacitación de especialistas, la “fuga de cerebros” debe ser al revés: los países pobres no deben de capacitar a sus médicos para que los países ricos los empleen, sino que los países ricos deberían ofrecer a los estudiantes de los países en vías de desarrollo oportunidades de estudios gratuitos, preferentemente en los ámbitos tecnológicos y médicos, con la condición de que los conocimientos adquiridos sean posteriormente aplicados en sus países. Estos países necesitan, evidentemente, acceso a la tecnología y al conocimiento, es por ello indispensable eliminarlas del ámbito de validez de las patentes occidentales.[23]

Sobre la autora

Sarah Wagenknecht (1969), nacida y criada en la ex República Democrática Alemana, tiene una amplia carrera política dentro de los diferentes partidos de orientación socialista en Alemania (SED, PDS, Die Linke), dentro de los cuales ha ocupado puestos directivos y ha sido varias veces diputada por Die Linke en el Parlamento Alemán, fue presidenta de la fracción de izquierda de dicho parlamento (2015-2019), así como miembro del Parlamento Europeo (2004-2009). La carrera académica de Wagenknecht empieza en 1990 con sus estudios en filosofía y en literatura moderna alemana en la Universidad Friedrich Schiller en Jena y en la Universidad Humboldt de Berlín. En 1996 se tituló como maestra en la Universidad de Groninga, Países Bajos, bajo la tutoría de Hans Heinz Holz con una tesis sobre la recepción de Hegel en la obra del joven Marx. Del 2005 al 2012 redactó su trabajo de doctorado sobre las decisiones de ahorro y las necesidades básicas en Alemania y en Estados Unidos. En septiembre del 2018 crea una organización política con el nombre de Aufstehen (De pie, o Levantarse), inspirada en la France insoumise de Jean-Luc Mélenchon, el People’s Momentum del británico laborista Jeremy Corbyn y el movimiento The People for Bernie en USA.

NOTAS

[1] Véanse los aportes hechos por Mark Lilla, El regreso liberal. Más allá de la política de la identidad (Debate, 2018); Ricardo Dudda, La verdad de la tribu. La corrección política y sus enemigos (Debate, 2019) y Daniel Bernabé, La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora (Akal, 2018). De igual manera, pueden consultarse los dos artículos de nuestra autoría: Identidades excluyentes: la imposibilidad de la crítica en nombre de las emociones. Una crítica a la izquierda del Bloque Latinoamericano en Berlínhttps://redcritica.net/tag/bloque-latinoamericano-berlin-2/

[2] “El libro es una despedida y una particular declaración de amor a las fuerzas de derecha en el país“ comenta al periódico TAZ, Thies Gleiss, miembro de la junta directiva en el parlamento de Die Linke, “Probablemente quiere ser votada nuevamente para el Parlamento Alemán para construir, con sus fieles seguidores, algo nuevo.”” https://taz.de/Wirbel-um-Wagenknechts-neues-Buch/!5759235/

[3] Hemos decidido traducir la palabra Lifestyle-Linke como izquierda-del-estilo de vida porque no es que exista un estilo de vida de izquierda (lo que sería una Linke-Lifestyle), sino que esta “nueva” izquierda-del-estilo de vida se define a partir no de reivindicaciones clasistas, sino a partir de un consumo particular que ella lleva a cabo y fomenta. El ser de izquierda, en este sentido, se convierte en un mero estilo de vida.

[4] Wagenknecht, Sarah, Die Selbstgerechten: Mein Gegenprogramm-für Gemeinsinn und Zusammenhalt, Alemania, Campus, 2021. p. 20.                                                                                                 

[5] Ibíd., p. 27.

[6] Ibíd., p. 22. La autora se refiere también al libro, de título homónimo, de la italiana Carla Lonzi.

[7] Como es sabido, los países europeos han tenido grandes olas migratorias provenientes, en su mayoría, de sus ex colonias o de países en donde han tenido una participación destacable como exportadores de armas, militares y/o financiamiento de actores determinados durante sus guerras de intervención, muchas veces mal llamadas, “guerras civiles”. Estos elementos son señalados, aunque de forma rápida, por la autora, concentrándose sobre todo en las implicaciones económicas y sociales que tienen, tanto para los países de origen de estos migrantes, como para los países receptores. Es interesante la manera en que Wagenknecht logra identificar en este tipo de situaciones las relaciones geopolíticas de dominio que se encuentran a la base y su vínculo con la pauperización de la clase obrera dentro de ambos países.

[8] Ibíd., p. 31.

[9] Según datos de la autora, retomados del diario Der Spiegel, apenas un 4,5% de la población de entre 18 y 29 años ha participado, por lo menos, 5 veces en dichas manifestaciones. Más del 80 % de dicha población no ha participado en dicho movimiento ni conoce lo que es una huelga estudiantil.

[10] Ibíd., p. 39.

[11] Ibíd., p. 40.

[12] Ibíd., p. 43.

[13] Ibíd., p. 47.

[14] “Una microagresión no tiene por qué ser una palabra hiriente y el desprestigio no tiene tampoco por qué ser la intención del emisor. Basta que un miembro perteneciente a una minoría la malentienda. Una autodefensa del emisor no tiene sentido, pues no vale lo que él haya querido decir, sino la manera en la que el receptor lo sintió y sobre los sentimientos, como es sabido, no puede haber discusión alguna.” Ibíd., p. 126.

[15] Ibíd., p. 125.

[16] Ibíd., p. 133.

[17] Ibíd., p. 164.

[18] En la segunda parte de este artículo nos concentraremos en exponer, con más detenimiento, las posturas sui generis que subyacen a las propuestas de la autora, como por ejemplo cuando, al “resignificar” el concepto de conservadurismo, esboza lo que ella denomina “izquierda con valores conservadores”, que dicho sea de paso y de manera rápida, nada tiene que ver con la negación de los derechos de las minorías, sino con temas como la estabilidad laboral y la identidad, entre otras cosas.

[19] Ibíd., p. 198.

[20] Ibíd., p. 199.

[21] Ibíd., p. 203.

[22] Ibíd., p. 224.

[23] Ibíd., p. 216.