Nicos Poulantzas para ultras. En defensa de un teórico anti-estructuralista

Enrique Sandoval

En pleno 2021 resulta extraño volver sobre la vieja pregunta acerca de si existía en Marx una teoría del Estado. Por una parte, los debates sobre el tema han desatado graves discordias; por otra, es constatable que se puede mantener una despreocupada militancia bajo la sombra de la definición de la junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa. No es nuestra intención reconstruir estos debates, ni contrariar aquella definición con otras. Sin embargo, parece que “aplicar” la teoría marxista del Estado siempre ha sido algo sencillo, pues ciertamente es burgués todo aquello en donde no exista un poder de los trabajadores como fundamento del quiebre de las formas de propiedad y las relaciones de producción que ya conocemos. Después de decir “Estado burgués”, se esgrimen los detalles particulares para rellenar esa afirmación. Pero si esto es así entonces lo que avanza no es la teoría marxista del Estado, sino los análisis que se adecuan a los principios de tipo “última instancia”.

No es verdad que toda práctica política derive de análisis teóricos a profundidad. De hecho, puede suceder lo contrario: que las prácticas políticas sean los ojos con los que procesamos la teoría. Es cierto que las observaciones de los clásicos marxistas sobre el Estado son agudas, pero no diríamos nada nuevo al afirmar que existen una serie de inconsistencias que involucran diferentes presupuestos y consecuencias estratégicas. Aunque se encuentran frecuentemente combinados, detectamos por lo menos seis enfoques con diferentes variables: I) la noción sobre el Estado parasitario que no juega ningún papel importante en la reproducción económica; II) el tratamiento del Estado como epifenómeno o reflejo de la estructura; III) la idea del Estado como factor de cohesión funcional; IV) la aproximación instrumentalista; V) los estudios institucionales bajo la definición del “poder público”; VI) la propuesta del poder político como relación social y condensación de fuerzas sociales. Cada enfoque puede encontrarse en éste o aquél fragmento de los clásicos marxistas, incluso a veces esta variedad es más evidente en Marx. Por eso es falso decir que una práctica política está fundamentada plenamente en una lectura profunda de la coherente y sistemática teoría del Estado de Marx. ¿Cuál es el fundamento para privilegiar unilateralmente la definición del Manifiesto comunista frente a la difícil Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel? En el texto del 43 Marx afirma que “la abstracción del Estado como tal sólo pertenece a los tiempos modernos, puesto que la abstracción de la vida privada únicamente pertenece a ellos. El Estado político es un producto moderno.”[1] O sea, el Estado no es directamente clasístico, sino que implica una mediación real por su “forma aparente”[2] y por eso se presenta como objetivamente político. Según Colletti en este texto encontramos una teoría de la política y del Estado muy madura, a la que el marxismo posterior tendrá poco que añadir.[3]

Nosotros creemos que la teoría del Estado no se resume en “aplicar” definiciones a los casos concretos. Toda aplicación supone la externalidad. Una teoría crítica del Estado sería afectada por la realidad histórica y estaría convocada a progresar o retroceder como parte de la historia de la que ella misma forma parte. Por eso aquí René Zavaleta tiene toda la razón: la teoría del Estado, si es algo, es la historia de cada Estado. Lo importante no es tanto la esencia (burguesa del Estado), sino sus momentos o manifestaciones, pues las clases subalternas que no aprenden a discriminar entre un momento y otro de las clases dominantes, no distinguen sus propios momentos de constitución como clases en lucha. Las clases oprimidas se organizan explotando los momentos de la clase opresora y por eso, más que la esencia del Estado, lo que puede constituirse como momento senti-pensante de lo nacional popular es el entendimiento de la aparición concreta de las formas de Estado. Repetir “Estado-burgués” a la grandes masas puede ser un síntoma de la voluntad de no comunicar porque no se quiere penetrar mediante la experimentación de unos momentos que volverían contradictorios a los propios axiomas de los que se parte. Aunque es verdad que los modernos Estados son clasísticos, muchos de los gobiernos progresistas no son experimentados como burgueses. Las ideas no se proponen o se apoyan: para existir en el terreno objetivo deben estar ya presentes en la cabeza de las gentes. Experimentar no es sólo un asunto de engaño.

Ahora sí, es necesario comenzar la presentación de los aportes sustantivos de Nicos Poulantzas. En la actualidad los planteamientos poulantzianos se encuentran subvalorados y demeritados debido a múltiples razones: 1) el ataque sistemático hacia los referentes materiales e intelectuales de la tradición marxista por parte de la embestida neoliberal actual; 2) el menosprecio de la investigación sobre la teoría del Estado; 3) el declive del contexto estructuralista que permitía una simetría hermenéutica favorable; 4) la adscripción inmediata e injustificada de Poulantzas como un teórico estructuralista; 5) la poca familiaridad por parte del lector con el uso del método dialéctico de lo abstracto a lo concreto; 6) la innegable densidad, dificultad y oscuridad propias de sus obras. Por lo regular es el prejuicio 4 el que pesa más. Es verdad que en Poder político y clases sociales en el Estado capitalista (PPCS) Poulantzas: A) conceptúa la economía como una región capaz de autovalorizarse externamente una vez asegurado el cerco político de la región política o Estado; B) remite la complejidad de la práctica hegemónica a la unión entre las burguesías; C) encierra la acción y la constitución de las clases dominantes por su función en el modo de producción; D) supedita el problema de la necesidad y la contingencia histórica de las transformaciones sociales, a la explicación por las transformaciones estructurales entre regiones; E) es incapaz de teorizar el tema de las correlaciones de fuerzas. Sin embargo, estas problemáticas serán trasladadas y superadas en Estado, Poder y Socialismo (EPS), obra en la que, por medio de un diálogo crítico con Foucault, construirá el tema de la diversidad e interacción de poderes dentro y fuera del Estado, y en la que fundamentará la relacionalidad por vía de una relectura de la crítica de la economía política de Marx. Justamente las virtudes de la teoría crítica del Estado las vamos a encontrar sólo en EPS, o sea, en una obra nada estructuralista.

En EPS el Estado capitalista es definido “como una relación, más exactamente como la condensación material de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase”[4] que se cristaliza en cada aparato. ¿Cómo entender esta afirmación? Primero hay que distinguir metodológicamente entre aparato de Estado y poder de Estado.[5] Como aparato, el Estado refiere a un entramado político de instituciones, centros de poder y prácticas vinculantes organizativo-nacionales que concentran y materializan las relaciones políticas en una forma específica al modo de producción dado. El poder del Estado, en cambio, evoca una condensación material del resultado dinámico o equilibrio político de las fuerzas en lucha y precisa las capacidades estratégico-relacionales del bloque en el poder. Expliquemos de otra forma. El aparato de Estado no posee un poder estructural por sí mismo (el Estado no ejerce el poder), sino que los resultados de esas capacidades expresan el poder de Estado, o sea, las prácticas políticas de las clases dominantes que se activan sólo en el Estado a partir de una configuración atravesada por las correlaciones y disputas entre las propias clases dominantes, y las clases dominantes y las subalternas. Vamos a desarrollarlo de nuevo. El Estado como materialidad no es una relación social, pero el poder estatal que lo conforma sí se funda en correlaciones de fuerzas históricas cristalizadas en aquella materialidad; por su parte, el poder del Estado hace referencia a una serie de capacidades relacionales o poderes que sólo pueden ser activados estratégicamente al interior de aquellas materialidades.

El Estado no es directamente un proceso o relación social, sino una condensación de las relaciones. Si somos tan enfáticos con esto es porque Poulantzas no es lo mismo que García Linera. Para Linera “el Estado definitivamente es un proceso, un conglomerado de relaciones sociales.”[6] Para Poulantzas, en cambio, el concepto de relación remite al de poder de Estado, y el de aparato al de condensación. Esta definición implica una interacción histórica entre la materialidad del Estado y las estrategias específicas perseguidas por las diferentes fuerzas en el marco de la lucha de clases de un bloque histórico. Efectivamente el Estado cuenta con unas materialidades que poseen una memoria propia, pero éstas no dominan por sí mismas, sino que requieren la participación activa bajo la relativa coherencia estratégica de las clases en el poder. A la vez, no todo cambio en la correlación de fuerzas implica un cambio inmediato en las prioridades materiales del Estado. Por eso es que la teoría de Poulantzas privilegia tres conceptos: memoria material, estrategia política y correlación de fuerzas. Las materialidades del Estado poseen una memoria que puede privilegiar ciertas fuerzas, prácticas, intereses, estrategias o identidades sobre otras; al tiempo que ciertas prácticas políticas tienden a ser convocadas como orientación en el contexto estratégico de aquéllas y su relación con la sociedad. Como puede verse estamos muy lejos de una perspectiva estructuralista. De hecho, Poulantzas afirmó que “mediante la comprensión de las relaciones de poder como relaciones de clase, he intentado romper definitivamente con el estructuralismo, forma moderna del idealismo burgués.”[7]

Pero ¿cuáles son estas materialidades de Estado que sólo se activan según las correlaciones de fuerzas políticas y las estrategias? El primer tipo de materialidad alude a la representación política nacional que corresponde al acceso al aparato estatal para promover los proyectos y valores. El poder del aparato estatal se funda en las relaciones de producción y en la división social del trabajo: se trata de una relación que supera la teoría de las regiones, pues la separación es comprendida como la forma revestida bajo el capitalismo por la presencia constitutiva de lo político en las relaciones de producción, y la reproducción de las condiciones políticas e ideológicas bajo las cuales se produce esa relación. Aunque el fundamento histórico de la separación sea la mercantilización de la fuerza de trabajo y la exclusión formal de la violencia extraeconómica de la política, la perspectiva relacional insiste en que su especificidad implica un amplio rango de distinciones por los regímenes hegemónicos y de acumulación, y por ello la separación no se sustenta en estructuras inmutables, transhistóricas o con fronteras inmóviles, pues la lucha política se reproduce en la misma. El poder del Estado es condicional y relacional debido a que su naturaleza y alcance dependen de otras fuerzas, lazos, redes de poder paralelas y capacidades que poseen una primacía más allá del Estado. Aquí se fundamenta la existencia de varias formas de representación (clientelar, corporativa, parlamentaria, pluralista y autoritaria). Además, para Poulantzas el conflicto capital-trabajo asalariado no es el único que condensa el espacio político. El teórico griego reconoce otras formas de opresión que también sintetiza el Estado capitalista, lo que nos podría llevar a dar cuenta del concepto crítico de Estado racista o patriarcal, pues “el poder en las relaciones sexuales hombre-mujer, que sin duda es heterogéneo respecto a las relaciones de clase, no por ello es menos intervenido, mediatizado y reproducido por el Estado.”[8]

La segunda materialidad que identificamos es la arquitectura institucional del Estado. Poulantzas priorizó el estudio de la relación entre los aparatos de Estado y sus funciones. Existen cuatro tipos de aparatos: el aparato de Estado propiamente dicho, aparato represivo, ideológico y administrativo. Cada aparato tiene sus ramas. A diferencia de Althusser, 1) los aparatos en EPS son materiales y productores de significados al mismo tiempo; 2) implican la materialidad relacional del equilibrio de fuerzas; 3) son selectivos y presentan una resistencia o adecuación propias a las modificaciones sociales. Para Poulantzas todo poder social, incluso aunque no sea de clase, se materializa y se ejerce mediante aparatos. Cierto es que los aparatos poseen una funcionalidad propia enraizada a su materialidad, pero las correlaciones de fuerzas pueden modificar relativamente las funciones de sus aparatos y hasta sedimentar nuevas materialidades, de ahí que la relación clase-aparatos esté mediada por las correlaciones y la estrategia. Esto explicaría la transformación, sobrefuncionalidad, duplicación o déficit de algunos aparatos. Por último, examinó los modos de relación del aparato central con los mecanismos internacionales. Una novedad de esta teoría es que excede el funcionalismo engaño/prohibición: los aparatos producen subjetividades y son los medios con los que se difunden discursivamente, y de manera pública, las tácticas de unificación de las clases dominantes. Aunque Poulantzas retoma algunas ideas de Foucault, la centralidad del Estado prevalece.

La tercera materialidad a considerar abarca los mecanismos de intervención estatal en la sociedad. Poulantzas antepone aquí el análisis de la ley, que organiza la materialidad institucional del Estado por medio de un sistema de normas axiomatizadas que regulan y organizan las relaciones de poder. La ley constituye la previsión de la dominación mediante el efecto de atomización para que las clases populares no accedan a las materialidades del poder, a la vez que les crea la ilusión de que tal acceso es posible. A diferencia de PPCS, en EPS se destaca el peso de la violencia constitucionalizada por lo que corresponde a los mecanismos del consentimiento, la cual, incluso cuando no se ejerce directamente, modela la materialidad del cuerpo social por sus dispositivos disciplinarios. Por otro lado, Poulantzas también reconoció el peso de una segunda materialidad interventora: la coerción y su relación con la defensa nacional en los casos históricos de las dictaduras militares europeas y el fascismo clásico, que modifican a su vez la arquitectura institucional y las formas de representación. Una tercera forma de materialidad en este rubro la constituye la división trabajo intelectual-trabajo manual en relación con el monopolio del saber del Estado. Todas las materialidades disponen de una extensión espacio-temporal definida y relacional. Surgen en lugares y momentos específicos, realizan sus tareas en escalas y horizontes temporales particulares, tienen sus propias capacidades para estirar o comprimir las relaciones sociales y posen sus ritmos propios.

En posteriores artículos detallaremos estas afirmaciones. Por lo pronto concluimos que la teoría poulantziana concentra los elementos necesarios para una teoría crítico-marxista del Estado en el sentido de que: a) se fundamenta en las cualidades específicas del capitalismo como modo de producción; b) atribuye a la lucha de clases un lugar fundamental con relación al proceso de acumulación; c) establece las relaciones entre economía y política sin reducciones mutuas, derivaciones abstractas o tratamientos aislados; d) admite las diferencias histórico-nacionales en la conformación de las funciones estatales; e) reconoce la influencia de clases no capitalistas e incluso de fuerzas que no son clases en la determinación del Estado. Lo más importante es la historia y la lucha de clases. Esta es la clave para leer Estado, Poder y Socialismo: “la teoría del Estado capitalista no puede ser aislada de una historia de su constitución y de su reproducción.”[9]¿Cuánto estructuralismo habrá en este tipo de afirmaciones?

[1]Carlos Marx, Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, México, Grijalbo, 1968, p. 43. Las cursivas son de Marx.

[2]Ibid., p. 81.

[3]Lucio Colletti, “Introducción a los primeros escritos de Marx”, en La cuestión de Stalin, Barcelona, Anagrama, 1977, p. 147.

[4]Nicos Poulantzas, Estado, Poder y Socialismo, México, Siglo veintiuno editores, 2014, p. 154.

[5]Nicos Poulantzas, La crisis de las dictaduras, México, Siglo veintiuno editores, 1976, p. 104.

[6]Álvaro García Linera, Forma valor y forma comunidad, Madrid, Traficantes de sueños, 2015, p. 12.

[7]Nicos Poulantzas, “El problema del Estado capitalista”, en Horacio Tarcus (compilador), Debates sobre el Estado

capitalista, Buenos Aires, Imago Mundi,1991, p. 169.

[8]Nicos Poulantzas, Estado, Poder y Socialismo, p. 46.

[9]Ibid., p. 23.