La vigencia de la jovencita y la emancipación posible

Matías Cravero

Cuando la jovencita interna se enciende en uno mismo, luego se busca a la jovencita en el exterior.

La jovencita es toda potencia, toda posibilidad, aborrece el sacrificio y la pérdida.

Por eso, si se concreta algo con ella, por lo general queda un gusto a poco, porque traspasada la bruma de lo potencial, el encanto colapsa.

El acto, el hecho, que siempre es contundente y por lo tanto limitado, se lleva mal con la forma cultural jovencita, a saber, la atractiva evanescencia de lo potencial, la seducción de lo que podría ser.

Dice Tiqqun (2013), “nunca se está más solo que en brazos de la jovencita”. En este sentido, la forma cultural jovencita, es una estafa.

En literatura, la jovencita aparece con fuerza en la Albertine de Proust, a fines del siglo XIX, para cobrar mayor impulso a mediados del siglo XX, con la Lolita de Nabokov, y ya, a partir de sucesivas victorias, sus reverberaciones no dejan de expandirse y entrelazarse con la fotografía, la pintura, el cine, las historietas, la publicidad, los entornos digitales, etc.

La jovencita tiende a estimular un hábito execrable: la jactancia. De hecho, las redes sociales informáticas, son siempre jóvenes, y esa es la razón que permite comprender las poses, las puestas en escena, las autopresentaciones triunfales que circulan por sus vasos comunicantes.

La jovencita alienta las perspectivas distorsionadas, la realidad tubo, que es la propuesta del espectáculo y los flujos del autómata global. Sobre este último concepto, Barreda (2007) nos dice que la cabeza del autómata global está en el hemisferio norte, pero sus extremidades y su torso se extienden por todo el orbe. El autómata global promueve flujos incesantes, modas que reemplazan a modas, de manera vertiginosa, buscando siempre que la pérdida de arraigo y de calidad de vida de las mayorías, sean camufladas o invisibilizadas por las fantasías consumistas y el entretenimiento.

Pero claro, el éxito sostenido en el tiempo de la forma socio-cultural jovencita, su capacidad para actuar como vector de la expansión ilimitada del capital, guarda una perturbadora afinidad con las estructuras ontológicas de nuestro ser. Porque nuestra interioridad, y de allí nuestra manera de ser frente a otros y en el mundo, opera como un “Para-sí” difícil de escindir de la forma jovencita. Sartre (1943) afirma:

“En este sentido, el ser allende el cual el Para-sí proyecta la coincidencia consigo mismo es el mundo o distancia de ser infinita más allá de la cual el hombre debe reunirse con su posible. Llamaremos circuito de la ipseidad a la relación entre el para sí y el posible que él es, y mundo a la totalidad del ser en tanto que atravesada por el circuito de la ipseidad”.

Si Sartre está en lo cierto, tanto el capitalismo como la forma jovencita no podrían ser abatidos o al menos superados de raíz, en tanto y en cuanto reflejan y estimulan al mismo tiempo, las más profundas y elementales estructuras ontológicas de nuestro ser. Excepto claro está, que seamos capaces de pensar y poner en acto, un sistema diferente, por ejemplo un socialismo del siglo XXI, capaz de aprovechar el circuito de la ipseidad, para generar expectativas movilizantes, expectativas grupales, colectivas, y no ya anhelos estrictamente individuales.

En su novela “Disturbing the Peace” (Sin Paz), Richard Yates pone en escena a la jovencita Pamela Hendricks que, se vincula sentimentalmente con el ya casi cuarentón John Wilder. Este último, sin que su edad cronológica lo impida, a nivel espiritual, deviene jovencita.

Para ambos, pero especialmente para la veinteañera Pamela, en apariencia, todas las posibilidades están sobre la mesa, se puede probar por aquí y se puede probar por allí. Se puede dejar a una pareja y tomar otra rápidamente, casi como cambiarse de guantes. Se puede abandonar la ciudad y reaparecer a miles de kilómetros de distancia. Se puede abandonar todo y tentar suerte en Hollywood, casi sin otro sentido que el de la aventura.

Pero al mismo tiempo, y sin que se trate de una verdadera contradicción, sino de una relación funcional, Pamela, excelsa representante (en cuerpo y alma) de la jovencita como forma cultural, es también calculadora, manipuladora, ambiciosa y exitista. Otra vez se nos presenta aquí, la jovencita como estafa.

Por su parte Wilder, atrapado en un matrimonio en el que no es feliz, y sin poder vincularse de un modo profundo con su hijo de diez años, ve en Pamela (o compra a través de Pamela) la promesa de la intensidad, la oportunidad de hacer algo con significado, más allá del vacío de los rituales diarios y de la acumulación de dinero, en su rutinario aunque lucrativo trabajo como publicista.

También es posible pensar a Wilder en un aspecto más profundo, en un sentido existencial. Es decir, podría tratarse de alguien que se busca a sí mismo y que intenta desarrollar (con todas sus limitaciones y toda su chapucería) una personalidad propia, original. Esto se evidencia en su rechazo primero, a convertirse en el modelo o proyecto empresarial avizorado por sus padres, y en su inconformismo marital luego, cuando descubre que las razones por las que había pensado que amaba a su esposa Janice, se habían esfumado.

En esta versión existencial, Wilder es el reverso del protagonista masculino de la otra gran novela de Yates, “Revolutionary Road”. En aquel libro, Frank, prefiere aferrarse a su rutina insulsa, en vez de seguir la voz de su deseo, en vez de embarcarse realmente en la aventura de ultramar que le propone su esposa April, a la que, a diferencia de lo que siente John Wilder por Janice, él todavía ama, aunque ese amor no le impide mantener cierto romance fugaz con una joven secretaria.

Pero entonces, pese a que John Wilder arriesga mucho más que Frank Wheeler, no le va mejor, sino que fracasa deplorablemente en su intento de forjarse una nueva vida, una vida más acorde a su supuesta esencia.

Los personajes principales de las novelas de Yates fracasan por omisión y por acción.

¿Por qué?

Pareciera que Yates nos quisiera develar, con brillante y cruel realismo, que, tal cual lo planteado por Saramago en “El Evangelio según Jesucristo”, para los seres vivos en general, pero muy particularmente para los seres humanos, toda salvación es transitoria, mientras que toda condena es definitiva.

Ahora bien, el “todo es posible y no existe el límite” (forma jovencita), y el “hagamos lo que hagamos estamos condenados” (forma cadavérica), son extremos que habría que evitar. Entre ambos, resulta posible pensar y ensayar algunas de las tecnologías del yo de las que hablaba Foucault, para que nuestro “Para-sí” pueda incorporar el límite no como estigma de su fracaso en el mundo, sino como correlato de su hermosa fragilidad. Se trata en este punto, por supuesto, de un “yo” que no niega su dimensión social.

El límite, el fracaso, la vejez, la incompletud, el aburrimiento, la decepción… pueden ser asumidos no como negación y fuga funcional al capital (forma jovencita), sino que también se los puede tramitar como parte del combustible necesario para forjar un “nosotros”, un proyecto igualitario y emancipador capaz de humanizar la existencia, y liberarla del flujo de la valorización financiera y el dictado de los implacables algoritmos digitales.

En contra de la actual fase del capital, en contra de las apps que lo hacen todo por vos, mientras te condenan a una perpetua parálisis creativa y te convierten en datos transables en el mercado global, es posible y colectivamente necesario, insistir, con ingenio, audacia y apertura mental, en todas aquellas acciones capaces de humanizarnos y humanizar nuestro entorno.

No se trata aquí de un enfoque “tecnofóbico”, mediante el cual se demoniza a las tecnologías de la información y la comunicación. Es decir, si bien las TIC no son neutras, y en su misma estructuración y dinámica favorecen ciertos intereses en desmedro de otros, lo que estamos afirmando es que humanizar nuestros vínculos y el contexto el que nos desenvolvemos, no implica abjurar de las TIC para caer en una perspectiva neo-roussoniana, y predicar el retorno del “buen salvaje”, cien por ciento orgánico, un buen salvaje que asocia los posteos y los “me gusta” al inminente Armagedón.

Lo que en realidad implica nuestra propuesta es un conjunto de acciones políticas sostenidas en el tiempo, acciones que deben estructurarse en torno a la lógica de la igualdad y la emancipación y, por lo tanto, modificar en su devenir, todas las otras estructuras que funcionen alrededor de lógicas contrapuestas o antagónicas. Modificarlas, resemantizarlas, infectarlas, cambiarlas, pero no necesariamente destruirlas o condenarlas al ostracismo, o a uno de esos infiernos con los que amenazan los profetas religiosos.

Igualdad en inseparable interacción dialéctica con la libertad entendida en un sentido marxista. Es decir, como la conciencia de las necesidades de los demás, y como reformulación de mis propias necesidades a partir de la conciencia de las necesidades de los demás. Se entiende que se trata del polo opuesto a esa quinta columna del capitalismo en su fase neoliberal: la ideología de la autoayuda, para la cual primero estoy yo, después yo, y al final yo. La autoayuda postula un individuo autofundado, incapaz de analizar e intervenir críticamente en la realidad colectiva de la que forma parte.

Emancipación como liberación económica y cultural de todas las formas de explotación del ser humano por el ser humano.

Entonces, como corolario, podemos decir que sí, que es verdad que la jovencita sigue vigente, pero también es cierto que al confrontarla, muchos, impulsados por una nueva ola de la historia, están reemergiendo y se disponen a realizar la tarea que mejor los define.

Bibliografía

Barreda, A. (2007). Las telarañas de la globalización, en Las empresas transnacionales en la globalización. Madrid. OMAL.

Sartre, J.P. ([1943] 1993). El ser y la nada. Barcelona. Altaya.

Tiqqun (2013) Primeros materiales para una teoría de la jovencita. Disponible en internet en: https://tiqqunim.blogspot.com/2013/11/jovencita.html

Yates, R. ([1975] 2019). Sin Paz. Buenos Aires. Fiordo.