La memoria de la consulta popular

Adrián Rodríguez*

La Consulta Popular que se llevará a cabo el próximo 1 de agosto en México es un acto de igualdad radical en dos sentidos. Porque, por un lado, invita a todos los ciudadanos a participar, sin atender a jerarquías de ningún tipo. Por otro, por lo que se consulta: emprender el inicio de investigaciones sobre posibles crímenes cometidos en el pasado por actores que hasta hace poco se consideraban intocables. Todo el trabajo de organización y difusión de este acto va acompañado de una reelaboración del pasado reciente de México, es decir: a través de un sin número de acciones (mesas y brigadas de información, imágenes, canciones, folletos, historietas, trípticos, murales, fotografías etcétera) se está proponiendo una visión de los últimos treinta años de nuestra historia, en los que sobresalen nombres de expresidentes y acontecimientos relacionados con delitos de diversa índole: desde masacres, pasando por fraudes electorales y corrupción. Me parece que es responsabilidad de los historiadores -quienes normalmente no salen mucho de sus cubículos y aulas de clase- revisar en serio lo que está sucediendo ante nuestros ojos y abordarlo críticamente, lo cual también conlleva ser autocríticos con nuestra propia función en la sociedad.

De esto quiero hablar en este breve ensayo y animar un debate más amplio con compañeros del gremio o estudiosos de la memoria.

Memoria vs. historia

Para entender el tema de la reelaboración del pasado reciente propuesto por la organización y difusión de la Consulta Popular, considero fundamental entender las diferencias que hay entre la historia y la memoria. Ambas trabajan con el pasado, pero cada una responde a ciertas particularidades. La historia es una disciplina consciente de su quehacer, metodología, objetivos y hasta limitaciones. Como círculo académico con sus propias convenciones, la historia trabaja en grupos que comparten observaciones y crítica, casi siempre en centros universitarios o colegios. Todo ello contribuye a su intento de objetivar el pasado y formar, mediante la narrativa, una imagen del mismo.

En la disciplina de la historia se parte de un sesgo claro entre el pasado y el presente. Se ve a los acontecimientos como algo que “ya fue”. Ese sesgo implícito y enigmático del trabajo del historiador con el pasado, es el mismo que llevó a Michel de Certeau a preguntarse sobre la escritura de la historia, como un proceso habitado por fantasmas que jamás hablarían sino es por el poder discursivo del historiador. El mismo autor afirma: la historia “está poseída por la extrañeza de lo que busca, e impone su ley a las regiones lejanas que conquista y cree darles la vida”[1]. Por lo tanto, en la historia hay un esfuerzo arbitrario por conectar el pasado con el presente.

Por otro lado, ¿qué es la memoria? En una primera instancia podemos afirmar que es una forma de transmisión y reproducción del pasado cuyos mecanismos no obedecen a los de la disciplina de la historia. El problema al momento de hablar de la memoria reside, por un lado, en que no es posible asirla sin aquellos conceptos con los que se le vincula constantemente, tales como recuerdo, olvido, trauma, mismos que tienen un contenido neurofisiológico. El otro problema, es el que deriva de las investigaciones de Maurice Halbwachs, quien afirma que la memoria es colectiva y sus representaciones del pasado trabajan acorde con los intereses sociales de una época[2].

De acuerdo con Halbwachs hace falta el apoyo de la sociedad (de los otros) para formar una memoria de los sucesos: una sola persona, aislada, no puede articular una memoria. Esto nos permite conceptualizar la memoria como algo caprichoso, dependiente de los intereses colectivos de la sociedad. Esto la vuelve un fenómeno más grande socialmente y por lo mismo más inestable que la historia y, también, más viva, puesto que, como afirma Pierre Nora, la memoria “se nutre de recuerdos borrosos, empalmados, globales o flotantes, particulares o simbólicos; es sensible a todas las transferencias, pantallas, censuras o proyecciones”[3]. La cuestión aquí es que esas cualidades de la memoria colectiva o social han ido evolucionando de acuerdo a la misma innovación técnica de los medios de comunicación, ya sea en la época de la tradición oral, la imprenta o la era cibernética.

En esencia, la historia como disciplina responde a intereses confeccionados dentro de centros académicos y reducidos a un gremio, casi una élite, cuyas herramientas de trabajo son casi siempre la escritura y la producción de libros y artículos. Por su parte, la memoria se articula a partir de una coincidencia colectiva sobre temas que afectan a un grupo más amplio que cualquier gremio de historiadores: seguridad, justicia, tradición, etcétera. Pensemos en los procesos de memoria llevados a cabo en sociedades que vivieron situaciones traumáticas, como en la Alemania de la posguerra o en los países sudamericanos con las dictaduras militares.

La irrupción de la consulta

El esquema que he presentado sobre las particularidades de la historia y la memoria permiten contar con un mapa para abordar nuestro tema. No se trata simplemente de separarlas, sino más bien reconocer que cada una responde de maneras propias ante el pasado, y comprender por qué muchos historiadores en este momento en México no están viendo pasar “la historia” frente a ellos. Y no me refiero a todos los historiadores. El proceso político que estamos viviendo actualmente está impulsado también por una conceptualización del pasado en la que son partícipes estudiosos de la historia.

El reto más bien está en otra parte: ¿cómo incorporar a la academia la marejada de memoria que está generando la Consulta Popular?. El reto va más allá de la política coyuntural. Nos cuestiona a los historiadores como agentes con una función social específica. Estamos ante un momento en que la memoria exige, desde parámetros, espacios y herramientas extraacadémicas, a ser tratada como si fuera historia, pero no sólo para ser estudiada, sino además para ser sanada y representada, para mantenerla viva en las próximas generaciones. Sin duda, es una circunstancia excepcional, en la que, así como se generan proyectos para cuidar el patrimonio histórico, también se podrían elaborar maneras de resguardar esta memoria que se está produciendo en el presente y que ya es inédita, puesto que emana de aquellas personas que fueron largamente olvidadas, agraviadas o desplazadas por los anteriores gobiernos, y que ahora piden justicia.

Si no atendemos a ese llamado no creo que podamos auto-denominarnos  historiadores. Un historiador en el momento actual en México debe revisar cuidadosamente la imbricación de su disciplina con los procesos de memoria que está planteando la sociedad donde vive y que incluso pueden conducirlo a reformular las herramientas metodológicas, teóricas, narrativas y las temporalidades que concibe en su escritorio. Por ejemplo, como lo planteaba en otro texto: ¿hasta dónde es posible considerar la consulta como un corte temporal que nos permita establecer las fechas extremas de un periodo como el neoliberal, que ya ha sido estudiado por historiadores y científicos sociales? o ¿hasta dónde su irrupción en la vida pública nos permite pensar que, si bien estamos en un régimen político que sigue arrastrando inercias neoliberales, por lo menos ya se vislumbra otro modelo diferente? ¿con qué conceptos historiográficos abordar la temporalidad que emana de la visión de la historia (o de la memoria colectiva) que propone la Consulta Popular?

Una agenda

Lo más ingenuo sería pensar que después de la consulta todo volverá a la normalidad; que la irrupción de voces olvidadas en ella es una mera anécdota. En una entrevista que aparece en una edición de La noche de los proletarios, Jacques Ranciére refiere:

Hay asimismo momentos donde las masas oponen su propio orden del día a la agenda de los aparatos gubernamentales. Estos “momentos” no son solamente instantes efímeros de interrupción de un flujo temporal que luego vuelve a normalizarse. Son también mutaciones efectivas del paisaje de los visible, de lo decible y de lo pensable, transformaciones del mundo de los posibles[4]

Los personajes que actualmente se oponen a la consulta popular son aquellos que están en contra de que las voces olvidadas opongan su orden del día a la agenda de los aparatos de poder. Esas lamentaciones, revestidas de crítica pueril, vienen de ciertas instituciones u organismos que se dicen autónomos, y están diariamente desalentando la participación. Los historiadores sin duda tenemos una agenda ante este momento de igualdad radical y de apertura de otros mundos posibles: hacer que se alargue, que se extienda en el tiempo, que perdure y no se olvide. Nuestra experiencia e imaginación están a prueba.

*Doctor en Historiografía por la UAM-Azcapotzalco/ Militante del Movimiento de Regeneración Nacional.

[1] Michel de Certeau, “Un lugar social”, La escritura de la historia, tr de Jorge López Moctezuma, México, Universidad Iberoamericana, 1993, p. 52.

[2] Halbwachs, Maurice, On Collective Memory (Heritage of Sociology), Chicago, The University of Chicago Press, 1992 (1941 y 1952), p. 40.

[3] Pierre Nora, “Entre memoria e historia: la problemática de los lugares”, en Pierre Nora, Pierre Nora en la Lieux de mémorie, tr. de Laura Maselló, Santiago de Chile, LOM Ediciones/Trilce Editores, 2009, p. 21.

[4] Jaqcues Ranciere, La noche de los proletarios. Archivos del sueño obrero, tr. de Emilio Bernini y Enrique Biondini, Buenos Aires, Tinta Limón, 2010. p. 9.

1 comentario en “La memoria de la consulta popular”

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