La imposibilidad del intelectual negro *

Sindre Bangstad

Hay algunos estudiosos e intelectuales a cuya indispensable obra uno vuelve una y otra vez. Para mí, como para tantos otros, es el difunto padre fundador de los estudios culturales, el profesor Stuart Hall (1932-2014). Aunque gran parte de la rica obra de Hall surgió en respuesta a las preocupaciones en el contexto de las luchas negras y antirracistas en su país de adopción, el Reino Unido, en un período que abarca desde la década de 1950 hasta su muerte en 2014, todavía se siente notablemente prescente y relevante para la coyuntura actual.

Aunque es cierto que nunca fue el más riguroso o sistemático de los estudiosos e intelectuales, el difunto Hall tuvo la suerte de contar con estudiantes, amigos y colegas notables. A ellos se debe que su legado intelectual se haya conservado tan bien en la Fundación Stuart Hall, en numerosas publicaciones en su honor, en las películas de John Akomfrah y Steve McQueen, y en una serie publicada por Duke University Press. La última adición a esa serie es un volumen editado con los Escritos seleccionados sobre la raza y la diferencia a cargo de antiguo alumno Paul Gilroy (University College London) y Ruth Wilson Gilmore (CUNY).

Con 440 páginas, y abarcando ensayos académicos, artículos de revistas, escritos ocasionales y discursos de Hall desde 1959 hasta 2006, es obviamente una tarea imposible detallar la mirada de temas y problemas que explora en esta selección. Gilroy, que en 2019 fue galardonado con el prestigioso Premio Holberg de la Universidad de Bergen, en su propia obra y según admite, no siempre ha estado de acuerdo con su maestro y mentor en cuestiones relacionadas con la raza y el racismo.

Sin embargo, uno sospecha que Hall habría aprobado la disidencia de su antiguo estudiante de doctorado. Pues en un revelador ensayo sobre el gran historiador C.L.R. James de 1992, Hall sostiene de hecho que: “Las grandes figuras intelectuales y políticas no se honran simplemente con una celebración. Se les honra tomando en serio sus ideas y debatiendo, ampliando, discutiendo con ellas y haciéndolas revivir”.

En una época en la que la universidad neoliberal y los académicos que se adhieren a su lógica tachan con demasiada frecuencia el debate académico robusto como una posible violación de la “colegialidad” y consideran que es intrínsecamente perjudicial para la “marca” de la universidad que tales debates tengan lugar a la vista del público, estos son recordatorios adecuados.

En su introducción a este volumen, titulada “La raza es el prisma”, Gilroy sitúa los escritos de Hall sobre la raza y la diferencia en su contexto histórico y social. Gilroy comienza con la observación de que a lo largo de los años ha escuchado a muchos distinguidos académicos británicos relatar su asombro al descubrir que el verdadero Stuart Hall era en realidad un hombre negro del Caribe. Para Gilroy, como para tantos otros estudiosos de Hall, parte de la importancia fundamental de Hall también está relacionada con que es la encarnación de la propia negación de la “imposibilidad” histórica de la figura del intelectual negro. Gilroy escribe que “Descubrir los orígenes caribeños de Hall o su identidad de emigrante podría ser un shock sólo en un mundo donde la misión de los intelectuales negros sigue siendo imposible, donde ser un intelectual negro es inimaginable”.

Gilroy también destaca el papel fundamental de Hall como “intelectual del movimiento”, y que como tal fue «un participante constante, aunque irregular, en la cultura pública forjada por los movimientos negros y antirracistas en el Reino Unido durante más de cinco décadas». Esta cultura pública y las luchas en las que participaba, “buscaban la extensión de la democracia”. Si la raza, como indicó Hall en su ensayo “Race, the floating signifier” (1997) –un ensayo que también aparece en este volumen–, estaba en constante cambio, también significaba que el racismo debía estudiarse en sus circunstancias históricas, sociales y políticas concretas, y no como algo suprahistórico, transcultural y omnipresente “dado”. A pesar de las escalofriantes y sombrías circunstancias que se desarrollaban mientras Hall escribía (el Powellismo de finales de los sesenta, el Thatcherismo de los ochenta, el neoliberalismo sucesor del Nuevo Laborismo blairista de los noventa), esta colección es también un recordatorio de que el de Hall nunca fue un “consejero de la desesperación”. Hasta el final de su vida, Hall se concebía a sí mismo como una especie de “intelectual orgánico” gramsciano para el que la erudición nunca fue un fin en sí mismo, sino que se forjó en constante diálogo con las preocupaciones de la comunidad. Por eso, parte de lo que hace tan interesante esta colección particular de escritos seleccionados de Hall, es que los editores Gilroy y Wilson Gilmore también han desenterrado material fascinante, pero menos conocido, incluso para los aficionados a Hall. Esto nos permite observar a Hall, el “intelectual del movimiento”, en acción concreta, y abordando asuntos de crucial importancia para las comunidades negras del Reino Unido en discursos públicos en textos como “Teaching Race” (1980), que fue presentado por primera vez a profesores de ciencias sociales en Londres, y “Drifting Into A Law And Order Society” (1979), una conferencia presentada al Cobden Human Rights Trust.

Teniendo en cuenta las importantes movilizaciones antirracistas en apoyo de Black Lives Matter (BLM) en EE.UU. y Europa la pasada primavera, no estoy tan seguro como Gilroy de que la categoría «Negro» (ahora con ‘B’ mayúscula) como categoría de autoidentificación pertenezca al pasado, ni de una «hostilidad» presentista e inherente hacia ella entre los antirracistas más jóvenes. La historia, según el adagio marxista, se repite dos veces: primero como tragedia y luego como farsa. Pero me parece que Gilroy se excede en la polémica al argumentar contra una versión acartonada de las ideas de las generaciones jóvenes y emergentes de antirracistas sobre el antirracismo como “visibilidad e inclusión de la corriente principal” como “las últimas fronteras de la política antirracista” y “el autocuidado como las últimas obligaciones de una revolución negra”. Aparte de eso, también está la cuestión de si las condiciones de posibilidad que hicieron posible su aparición como forma dominante de autoidentificación es algo de lo que realmente deberíamos sentir nostalgia. Porque la tardía comprensión de que la propia autoidentificación con la categoría de “negritud” operaba como un significante que subsumía y suprimía modos de identificación y formas de diferencia –en las décadas pasadas recogidas en la extensa literatura sobre la interseccionalidad– no tenía por qué ser necesariamente antitética a las formas seculares de un resuelto universalismo antirracista y humanista planetario. Uno sospecha que el difunto Stuart Hall, cuya obra también ofrece lecciones sobre el valor de la erudición y el activismo atento al pasado y al presente, pero que, en las acertadas palabras de Gilroy, no se compromete con la idea de ofrecer una “interpretación final y política”, habría estado abierto y habría sido pragmático con respecto a las ideas de las generaciones más jóvenes de antirracistas que ahora, para bien o para mal, se están formando.

*Tomado de https://africasacountry.com/2021/05/the-impossibility-of-the-black-intellectual