Kafkiano Cuevas*

Raúl Soto

1. La vocación artística de José Luis Cuevas (México, 1934-2017) se remonta a su niñez. En ella se da la clásica dicotomía: un padre intolerante a las pretensiones artísticas del hijo y una madre receptiva. “Mi madre también fue pintora en su juventud, y en ella, sólo en ella encontré el apoyo necesario para no doblegarme y continuar fiel a una vocación que en sus comienzos es abundante en frustraciones y desilusiones”, recuerda Cuevas. Cuando tenía once años la fiebre reumática lo postra en cama por varios meses. Es cuando su avidez por la lectura lo conduce a Dostoievski, quien se convierte en su mentor literario. Posteriormente descubrirá el mundo absurdo, alucinante, de Kafka. Estos dos escritores le ayudan a delinear su imagen gráfica del mundo. Gracias a ellos también siente la necesidad de exponer su obra por medio de la palabra escrita. Además del diario que escribe desde la niñez, Cuevas anota en los incontables dibujos que realiza cada día. Y al revés: ilustra las cartas para sus amigos. Contradiciendo a los pintores puros que aspiran producir una obra no contaminada por lo literario, el pintor mexicano interrelaciona y complementa ambos lenguajes. Sin duda, esta praxis interdisciplinaria tiene conexión con los dos pilares del modernismo pictórico: van Gogh y Gauguin. Y al mismo tiempo está su compulsión por el dibujo. Luego de su paso fugaz por la Escuela de Pintura y Escultura ‒llamada popularmente La Esmeralda‒ opta por el aprendizaje autodidacta. Sus maestros serán Orozco y sus líneas tensas, el Goya grabador, Rembrandt y su claroscuro, el Picasso dibujante, Grünewald…

2. La obsesión de Cuevas por retratarse constantemente trasciende el simple narcisismo porque sus imágenes no son autocomplacientes. Para él, un artista necesita conocerse para poder conocer a los demás. Es decir, condiciona su relación con las imágenes del mundo exterior y con sus propios referentes literarios. Marta Traba ha dicho: “El hecho de que Cuevas ilustre Kafka o Beckett no implica cesión alguna. Al contrario, se sirve de ellos para las variaciones sobre Cuevas, único tema verídico de su obra”. El artista mexicano parte de su imagen física y de sus laberintos interiores. Aquí nuevamente habría que hurgar en su adolescencia y juventud. Su precocidad lo conduce a esas zonas de la ciudad de México ‒verdaderos guetos contemporáneos‒ donde habitan los olvidados de Buñuel, los marginados que cobran vida en la penumbra. Cuevas escarba en el barrio de Tepito, en los hospitales para indigentes, en los manicomios, para encontrarsey encontrar a sus personajes. Siempre es el ser humano y sus ejes temáticos tocan la soledad, la enfermedad, la incomunicación, los instintos, la alienación capitalista, la locura y, en fin, la muerte. Éste último es un tema recurrente en el pueblo mexicano que tiene su origen en las civilizaciones precolombinas. Cuevas no escapa a su manto. Pero, como buen mexicano, la retrata paródicamente con esa sonrisa tragicómica que le debe a Chaplin, Cantinflas o los Tres Chiflados. O a sus referentes literarios que retratan las situaciones absurdas del mundo contemporáneo: Kafka, Beckett, Ionesco.

3. Cuando Cuevas dibuja recompone la figura humana con trazos expresionistas. Su imaginación no tiene límites para seccionar y destrozar el cuerpo o para añadir elementos ajenos a él. Parece que al iniciar un dibujo fuese ganado por los trazos que va haciendo y entrara en trance. Pero sus personajes, por más aberrantes que sean, contienen cierta inocencia. Es como si Cuevas conservara intacta esa capacidad infantil del asombro, que le permite descubrir nuevos rostros ocultos en el ser humano.

[*] Publicado en el semanario Cambio, Lima, 6 de noviembre, 1985, lo reproducimos con permiso del autor.