Historia, polarización en México y los liberales del siglo XIX

César Martínez (@cesar19_87)*

“Cinismo” representa la concepción de que la historia no tiene significado, o que tiene múltiples significados igualmente válidos e inválidos, o que tiene el significado arbitrario de nuestra predilección.

Edward Hallett Carr.

En el México post-2018 reivindicar la historia según la idea del historiador británico E.H. Carr implica disputarle a los conservadores del siglo 21 la significación de la palabra “polarización” sacándola del terreno del juicio de valor individual (“eres malo porque polarizas”) para llevarla al terreno del análisis histórico: la polarización como lucha política es un fenómeno consustancial al cambio de régimen, como sucedió en la Independencia, la Reforma y la Revolución. Ahora no tiene por qué ser distinto. Así, el esfuerzo de Carr por avanzar una historia acerca de los pueblos y escrita por los pueblos, en vez de una historia acerca de las élites y escrita por las élites, nos invita a reflexionar que la frase “eres malo porque polarizas” desciende de un pensamiento anti-histórico que confina la política dentro de los estrechos márgenes del presente, como se escucha en la frase “eso no importa porque ya pasó hace mucho tiempo.”

El genio y el valor de Carr consistió en advertirnos desde mediados del siglo 20 durante su serie de lecturas What is History? que los adversarios más virulentos serían aquellos historiadores enclaustrados en prestigiosas universidades cuyo rasgo en común era (y sigue siendo) darle respiración artificial a la moribunda teoría empírica del conocimiento. En su tiempo, a Carr no le dio miedo polarizar, y cuestionó a grandes vacas sagradas como Karl Popper e Isaiah Berlín quienes, al intentar acabar con el estudio filosófico de la causalidad (simbolizado por Hegel y  Marx), se convirtieron en precursores de la doctrina de “El Fin de la Historia” que posteriormente habría de ser promocionada por Francis Fukuyama.

De acuerdo a Carr, la teoría empírica del conocimiento definida como una ciencia basada en la separación infranqueable entre sujeto y objeto produce un triple culto que hoy podemos leer cuando algún historiador o historiadora de la UNAM o del Colegio de México salen a darnos cátedra en las redes sociales: el culto a la acumulación de datos históricos, el culto al individualismo y el culto a lo irracional. “El saber del historiador no es su exclusiva posesión personal” (p. 35). Detrás del estereotipo de un historiador mexicano que tiene acceso exclusivo a sitios arqueológicos y museos, a bibliotecas de varios pisos, a sets de televisión y a grandes bases de datos pagadas con dinero público, existe un discurso apocalíptico que declaró el fin de la historia en algún punto entre el colapso del Muro de Berlín y el establecimiento del INE. A través de la ilusión de la distancia histórica, esta casta de historiadores nos abordan como si fuéramos nosotros seres prehistóricos a merced del meteorito del conocimiento académico, siendo que la postura renovadora de Carr, basada en la del historiador italiano Benedetto Croce, es que toda historia es historia presente y contemporánea.

Declarar que toda historia es historia presente, nos explica Carr, lleva a considerar el estudio de la historia como el estudio de la historia del pensamiento: se peca de una conciencia muy exaltada cuando se cree que el espacio entre sujeto y objeto no está lleno de sesgos políticos, económicos e ideológicos. Cuando el historiador sale a realizar juicios de valor sin significancia causal, rasgándose las vestiduras por temas tales como el nombre náhuatl de Isabel Moctezuma, la victoria de Santa Anna en la Batalla de Tampico, o lo bonito que le quedó a Porfirio Díaz el Palacio de Bellas Artes, en realidad el historiador está revelando más de su propia manera de pensar que de la “historia” que pretende investigar. “Creer en una base dura de datos históricos que existen objetiva e independientemente de la interpretación del historiador es una falacia absurda que, sin embargo, resulta difícil de erradicar.” (p. 12)

De ahí que Carr propone un estándar de objetividad compuesto, en primer lugar, por una consciencia férrea de la dinámica del tiempo dejando la cuestión del fin de la historia en el campo de la teología; y en segundo lugar por un sentido de dirección histórica determinado por las utopías alzadas por fuerzas sociales cuyo antagonismo comienza desde su manera misma de registrar el pasado o historiografía. En otras palabras, la historia de México no es algo que “ya pasó hace mucho”, sino que vive, latente, tanto en las ideas igualitarias de su pueblo como en las ideas reaccionarias de sus élites y clases medias; y que se manifiesta con vigor en coyunturas de transformación cuando la persona, más en los hechos que en los dichos, toma partido por uno u otro bando. La polarización es lo verdaderamente empírico, lo que demuestra el movimiento de la historia como proceso social y no como una colección privada de datos y reliquias.

Así como los conservadores en nuestros días practican la oposición desde el cinismo que trivializa la historia con el propósito de paralizar las manecillas del reloj, así en contraste los liberales del siglo 19 practicaron la oposición desde un paradigma de progreso expresado en términos de cambio político y social. Cuán vigente y vanguardista debe resultarnos en el aquí y en el ahora la lectura del manifiesto del Congreso Constituyente de 1857, en plena Reforma, redactada por el periodista y teórico liberal Francisco Zarco, a quien por cierto tampoco le dio miedo polarizar:

Una de las causas principales del Pronunciamiento de Ayutla fue la pobreza y opresión del pueblo bajo por la Dictadura de Santa Anna. Porque una de las causas capitales de las revoluciones políticas en todas las naciones ha sido la dura suerte del obrero, la esclavitud del jornalero, la pobreza y la miseria del pueblo bajo, que ha estado por muchos años y por muchos siglos, con el cuerpo inclinado y el espíritu enervado, hasta que iluminado y fortalecido en su espíritu por los rayos de luz de la civilización y la voz de algún caudillo, ha tenido conciencia de sus derechos, ha reventado como un volcán y se ha levantado en masa como un gigante contra sus opresores (Patria 1, pp. 43-44).

A su vez, la persona escéptica que teme al “maniqueísmo”, a “la historia en blanco y negro sin considerar toda la escala de grises” y a la “politización de la historia”, podrá argumentar legítimamente que los conservadores de hace casi 200 años también defendían valores e ideales. Desde esa perspectiva, el anti-valor moderno de la “polarización” se combatiría con los valores de la “pacificación” y el “orden”; y de ahí el profundo sentimiento de nostalgia histórica experimentado hacia etapas de injerencia extranjera y autoritarismo como la Intervención Francesa, el Porfiriato y el régimen neoliberal.

Tomando la polarización entre los valores de los liberales y los valores de los conservadores en el México del siglo 19 para comprender la polarización del México post-2018, Carr nos citaría la frase del historiador alemán Friedrich Meinecke sobre la moralidad condicionada históricamente: “la búsqueda de la causalidad en historia es imposible sin hacer referencia a valores.” Esto es, las categorías morales del bien y del mal en historia están determinadas por la causalidad o el tipo de poder que dichos valores propiciaron. La referencia de la historia es la historia. Por ello, en el caso del discurso de “orden y pacificación” su sentido de dirección histórica no solo causó violencia material en forma de invasiones extranjeras y mano dura, sino también violencia discursiva en cuanto a estigmatizar al Pueblo de México como un pueblo inferior y despreciable.

Justo en esos términos de soberbia colonialista lo expresaba en 1860 el embajador de España, Joaquín Francisco Pacheco, como preludio al desembarco del ejército imperialista francés de Napoleón III en Veracruz:

Yo estoy convencido de que aquí no habrá paz sino por la intervención resuelta y armada de Europa… Este país [México] necesita lo que se ha hecho con algunos otros. Ha perdido de tal manera toda noción de derecho, todo principio de bien, toda idea y todo hábito de subordinación y de autoridad, que no hay en él posible, por sus solos esfuerzos, sino la anarquía y la tiranía. Es necesario que la Europa no le aconseje, sino que le imponga la libertad, la disciplina y el orden. Cuando vean que el mundo los obliga a entrar en razón y que no tienen medios de eximirse de tales deberes, entonces, pero solo entonces, es cuando se resignarán a cumplirlos. (Patria 1, p.270)

Entonces leyendo historia acerca de los pueblos y escrita por los pueblos según la voz de E.H. Carr, es posible distinguir los temas centrales de los temas pasajeros en los movimientos políticos concretos tales como el conservadurismo, cuyo eje ha sido el uso de la fuerza bruta, textualizada según el periodo histórico como “civilización ante la barbarie”, “pacificación ante el caos”, “modernización ante lo tradicional”, e incluso ahora, “conciliación ante la polarización”. El mismo Carr se percató de esta fuerza bruta respirando una atmósfera de cinismo, pesimismo y elitismo al interior de las facultades de historia de las universidades británicas en la posguerra. De modo que él replicó recuperando el ejemplo de un liberal inglés del siglo 19, Lord Acton, para quien el liberalismo era igual al reino de las ideas conquistado como la libertad de los menos afortunados. “Es por el esfuerzo conjunto de los débiles resistiendo ante el reino de la fuerza que podemos entender más claramente el cambio hacia la libertad.” (p. 115). De ahí que el tema central del liberalismo con los de abajo sea una doble convicción en el movimiento de la historia y en el poder de las ideas sin coerción ni acoso. El respeto al derecho ajeno es la paz, o en palabras del también liberal mexicano, Ponciano Arriaga: “En tanto que usa el hombre su libertad sin dañar la libertad de su semejante, está en paz consigo mismo, y con los demás. Desde el momento que ataca cualquiera de las libertades iguales a la suya, las perturba y las deshonra, y se perturba y se deshonra a sí mismo.” (Patria 3, p. 325)

Frente a la ineludible realidad histórica de la polarización, (que es consustancial al cambio político y social), estudiar y reivindicar la historia es buscar modificar los términos concretos de dicha polarización: esquivar las provocaciones y los intentos de llevar la polarización al pantano de la fuerza bruta; y transformarla en debate político, en práctica de la ética y en rescate de la memoria. Se trata de historizar la polarización. Respondamos pues, a aquellos historiadores apocalípticos del fin de la historia, que el mejor estudiante de todos los tiempos, cuyo nombre es Pueblo de México, ha desarrollado una nueva teoría de uso práctico según la cual hacer política es continuar haciendo historia.

*Maestro en relaciones internacionales por la Universidad de Bristol y en literatura estadounidense por la Universidad de Exeter.

Bibliografía

Carr, Edward Hallett (1990) What is History?, Londres: Penguin.

Taibo II, Paco Ignacio (2017) Patria 1: De la Revolución de Ayutla a la Guerra de Reforma, México: Planeta.

 Patria 2: La Intervención Francesa.

Patria 3: La Caída del Imperio.