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Sobre el concepto de Estado y Poder en el pensamiento político marxista del siglo XX.



Sobre el concepto de Estado y Poder en el pensamiento político marxista del siglo XX. Una aproximación a la estrategia revolucionaria*

Santiago Pulido Ruiz

spulidor@ut.edu.co

Daniel Felipe Barrera Arias

dfbarrera@ut.edu.co

Resumen:

El siguiente trabajo presenta una caracterización de la relación conceptual entre Estado y Poder y sus efectos en la relación entre lo constituyente y lo constituido en el pensamiento político marxista del siglo veinte, principalmente en los trabajos de Antonio Gramsci, Nicos Poulantzas y Louis Althusser. Dicha caracterización pretende identificar la acción política estratégica en la obra de cada autor. En otras palabras, a partir de las reflexiones sobre el Estado y el Poder, se intentará identificar la estrategia revolucionaria presente en cada teoría objeto de estudio.

Palabras claves: Estado, Poder, Pensamiento Político Marxista, Hegemonía, autonomía relativa, ideología y aparatos ideológicos de Estado.

1. Introducción:

Las reflexiones en torno al Estado y el Poder han constituido una de las preocupaciones centrales del pensamiento político marxista del siglo veinte. Al interior de esta teoría se han elaborado múltiples propuestas conceptuales y explicativas frente a las posibilidades de pensar el poder y la revolución más allá del Estado y sus instituciones. Por lo tanto, es objetivo de este trabajo caracterizar el concepto de Estado y Poder y sus efectos en la relación entre lo constituyente y lo constituido[1] en el pensamiento político marxista del siglo XX.

Se podría afirmar, a partir de lo anterior, que la característica fundamental del marxismo frente al Estado tiene que ver con la centralidad y condensación del poder político de este en una sociedad de clases. De ahí que el marxismo considere sustancial la captura del Estado como paso previo para su extinción. Sin embargo, existen, al interior de esta teoría, diferencias estratégicas y teóricas al momento de valorar la naturaleza del Estado y la estrategia revolucionaria.  

Este trabajo revisa, precisamente, los aportes conceptuales de Antonio Gramsci, Nicos Poulantzas y Louis Althusser en torno al Estado y el Poder. Se intentará demostrar que: “dependiendo del modo “restricto” o “amplio” de concebir el Estado, resulta –en la historia de la teoría política marxista– la elaboración de dos paradigmas diferentes de la revolución socialista” (Coutinho, 2011, pág. 13) y, por tanto, dos concepciones sobre el Estado y Poder.

Con lo anterior, se pretende evidenciar que una teoría marxista del Estado es “amplia” en la medida que circunscriba el mayor número de determinaciones del fenómeno estatal mediatizados o sintetizados y que, por el contrario, será “restricta”[2] en la medida que se concentre en una o relativamente pocas determinaciones en la esfera político-estatal (Coutinho, 2011).

2. Sobre el Estado y el Poder en el pensamiento político marxista: entre la sobredeterminación economicista y las múltiples determinaciones concretas.

Una característica general en la teoría política marxista ha sido la reflexión frente a la transición al socialismo. Las distintas posturas en torno a dicha transición han implicado, histórica y conceptualmente, una reinterpretación frente a la naturaleza del Estado y la estrategia de la acción social colectiva. A continuación, se revisará –desde Gramsci, Althusser y Poulantzas– el debate sobre el Estado y el Poder “en el nivel de las leyes más generales del modo de producción” y en la identificación de “múltiples determinaciones que caracterizan el fenómeno estatal en sus manifestaciones concretas” (Coutinho, 2011, pág. 14).

 2.1. El poder y el Estado hegemónico, estelas gramscianas.

La obra de Antonio Gramsci constituye un tipo de quiebre al interior del pensamiento marxista dominante del siglo XX[3], principalmente, del determinismo economicista[4] y la teoría instrumentalista[5] del Estado. La teoría de la hegemonía de Gramsci representa una lectura heterodoxa del poder, el Estado y la política. Asegura Nelson Coutinho que “los Cuadernos de la cárcel marcan el verdadero punto de inflexión en el desarrollo de la teoría marxista del Estado y la revolución” (Coutinho, 2011, pág. 43). Será clave, entonces, analizar el Poder y el Estado desde el ángulo conceptual de la Hegemonía.

En primer lugar, Gramsci entiende el poder –rescatando el análisis de totalidad e historicidad de Marx[6]– como un ejercicio transversal presente tanto en la lógica de dominación (esfera político-estatal) como de la explotación (esfera económica-social). En el cuaderno número 10, Puntos para un ensayo crítico sobre las dos Historias de Croce, Gramsci advertirá que la “conquista del poder y [la] afirmación de un nuevo mundo productivo son inseparables, (…) y que en realidad sólo en esta coincidencia reside la unidad de la clase dominante” (Gramsci, 2008, pág. 42).

Con esto, Gramsci reconoce, primero, la importancia de conquistar el poder político y su centralidad por medio del Estado. Segundo, este poder político representa –en última instancia– la garantía y reproducción de las relaciones de dominación-explotación. Por lo tanto, la conquista del poder político y del Estado (sus aparatos, estructura institucional y símbolos) podría, eventualmente, reconfigurar las relaciones de poder existente.

En consecuencia, el poder no es tan solo coerción, también es construcción hegemónica o aspiración de conquista-toma del poder. Gramsci afirmará que:

La supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos, como “dominio” y como “dirección intelectual moral” (…) Un grupo social puede e incluso debe ser dirigente aun antes de conquistar el poder gubernamental; después, cuando ejerce el poder y aunque lo tenga fuertemente en un puño, se vuelve dominante, pero debe seguir siendo también “dirigente. (Gramsci, 2008, pág. 40)

De esta manera, un vínculo estrecho conecta el concepto de Poder y Hegemonía. Para esta teoría, la construcción de Hegemonía es, al mismo tiempo, despliegue de poder:

El hecho de la hegemonía presupone indudablemente que se tomen en cuenta los intereses y las tendencias de los grupos sobre los cuales la hegemonía será ejercida, que se forme un cierto equilibrio de compromisos (…) porque si la hegemonía es ético-política, no puede dejar de ser también económica (Tomo V, pág. 41-42)  (Gramsci, 2008, pág. 21) 

La hegemonía implica tanto el mantenimiento como el despliegue del poder político a través del consenso o la fuerza. De este modo, la relación entre lo constituyente y lo constituido está atravesada tanto por una lógica de incorporación o construcción de la voluntad colectiva (consenso) como de supresión de eventuales acciones desestabilizadoras del orden instituido (fuerza). Es decir, el poder constituyente incluye selectivamente como también construye –en el Estado– una voluntad colectiva que le es funcional a su proyecto político de clase. Visto así, la hegemonía representa aquella mediación que “actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar su voluntad colectiva” (Gutierrez, 2018, pág. 101).

Para que el Poder Constituido pueda reproducir y mantener su aprobación social es necesario, según Gramsci, contener las exigencias socio-políticas de la Sociedad Civil por medio del consenso y su articulación al núcleo constituido del Estado. Sin embargo, la hegemonía no tiene una exclusiva vocación defensiva –conservación del poder político–, también se trata de una operación de construcción real y simbólica de orden de sentido, por medio de la hegemonía también es posible construir y organizar la voluntad del pueblo.

Aclarado el concepto de poder, es importante pasar ahora a la teoría “ampliada” del Estado. Por teoría ampliada se entiende “una concepción de que el poder estatal contemporáneo no se agota en los aparatos represivos y coercitivos, sino que se difunde por el conjunto de la «sociedad civil»” (Coutinho, 2011, pág. 97). A diferencia de Lenin, quien consideraba el Estado como destacamentos especiales de fuerzas armadas y cárceles[7], Gramsci reconoce múltiples contradicciones en la conformación del Estado. Un principio básico del análisis gramsciano está relacionado con la identificación de distintas tensiones en los diferentes niveles de la vida social, política y económica que inciden en la formación de la esfera estatal.

Podría asegurarse que no existe una determinación abstracta-general “en el nivel estructural de la formación de las clases económicamente instituidas sino divergentes conflictos superestructurales entre la dirección y el dominio estatal” (Márquez, 1981, pág. 79).

El Estado no es concebible más que como una forma concreta de un determinado mundo económico, de un determinado sistema de producción, no se ha establecido que la relación de medio y fin sea fácilmente determinable y adopte el aspecto de un esquema simple y obvio a primera vista (…) pero se presenta el complejo problema de las relaciones de las fuerzas internas del país dado, de la relación de fuerzas internacionales, de la posición geopolítica del país dado (Gramsci, 2008, pág. 42)

De tal modo que el Estado es, desde esta perspectiva, el producto, por un lado, de una formación económico-social capitalista; por el otro, es el resultado político-institucional e ideológico de una precisa correlación de fuerzas, es decir, resultado relativo de una disputa política y cultural inacabada en el plano de la Sociedad Civil y del bloque político en el poder.

Así las cosas, dos esferas, relativamente autónomas, componen el análisis gramsciano de la articulación y reproducción de las relaciones de poder:

las dos esferas forman el Estado en sentido amplio, que es definido por Gramsci como “sociedad política + sociedad civil”, esto es, hegemonía acorazada de coerción. Las dos esferas sirven para conservar o transformar una determinada formación económico-social, de acuerdo con los intereses de una clase social fundamental en el modo de producción capitalista. Sin embargo, la manera de dirigir esta conservación o transformación varía en los dos casos. En el ámbito de la sociedad civil, las clases buscan ejercer su hegemonía… buscan ganar aliados. Por medio de la sociedad política –Estado en sentido estricto-, se ejerce siempre una “dictadura”, o, más precisamente, una dominación fundada en la coerción. (Coutinho, 2011, pág. 47)

Luego el Estado, como se ha visto, no es una simple determinación de las relaciones productivas de la estructura económica, pues el bloque político dominante debe incluir –como también puede diseñar– los intereses populares en el núcleo del Estado.

En conclusión, para Gramsci, toda iniciativa de organización social es estado-céntrica, conduce al Estado: pues, una vez las contradicciones entre dominantes y dominados emerjan, es necesario conquistar el poder político, configurar una nueva correlación de fuerzas en el Estado para controlar “los grupos sociales que no “consienten” con la dirección de la clase fundamental” o “para intentar mantener su dominación” (Portelli, 1973, pág. 29). Todo poder social, si quiere ser hegemónico, debe transitar del núcleo de la Sociedad Civil a la Sociedad Política y constituir un nuevo bloque de poder en el Estado. Es decir: para que el Poder Constituyente se convierta en Poder Constituido es imprescindible, según Gramsci, la captura del Estado.

2.2. Estado y poder en Poulantzas: lucha de clases al interior de las instituciones.

Si Gramsci representó el punto de inflexión en la teoría marxista del Estado, Nicos Poulantzas aprovechó tal cisma en el pensamiento revolucionario para ubicar contradicciones y tensiones al interior del Estado capitalista –diferencia sustancial con Gramsci, quien separó lo que sucedía en la esfera de la Sociedad Civil de lo sucedido en la Sociedad Política– y con esto, ampliar las estrategias políticas y márgenes de acción de los procesos revolucionarios. Con lo anterior, la obra de Poulantzas ofrece nuevas claves de interpretación para comprender la centralidad del poder por medio del Estado y la autonomía de lo político.

Para el caso de la categoría Poder, Poulantzas  sostiene un duro debate con el filósofo francés Michel Foucault “por su tendencia a pensar exclusivamente las micro resistencias exteriores del Estado” (Gorriti, 2017, pág. 4). Al distanciarse de la idea foucaultina de la ubucuidad del poder y la resistencia inmanente, Poulantzas formula que “el poder tiene como único lugar de constitución el campo de las prácticas de clase” (Poulantzas, 2007, pág. 117).

Según Poulantzas, el poder nunca se presenta en exterioridad a otro tipo de relaciones (económicas, políticas e ideologicas) como sostenian Deleuze y Foucault, sino que se materializa en instituciones y aparatos especificos[8]. Para Poutlanzas (2005), “las relaciones de poder, como sucede con la división social del trabajo y la lucha de clases, desbordan por mucho al Estado” (Poulantzas, 2005, pág. 37).

Aunque Poulantzas reconoce cierta perdida de centralidad del poder en el Estado, también comprende que el poder político, en el marco de la autonomía de lo político, juega un rol decisivo y condicionante sobre los otros campos de poder: “este poder [político] está concentrado y materializado por excelencia en el Estado, lugar central del ejercicio del poder político” (Poulantzas, 2005, pág. 47). Por tanto, ese entrecruzamiento entre poder político y otros poderes siempre tiene que ver con el Estado, pues es allí donde se condensan esas relaciones de poder. Es necesario recordar que, para Poulantzas, el Estado es entendido en sentido amplio, implica pensar el terreno estratégico del Estado[9] y no simplemente el espacio fisico-concreto de él. Hasta aquí algunas consideraciones elementales frente al poder.

Antes de revisar el concepto de Estado en Poulantzas, se tendrán en cuenta dos aspectos elementales de su obra: primero, como recuerda Pimmer (2016), el tránsito del Estado como instancia estructural –principalmente de influencia althusseriana– en  Poder político y clases sociales en el Estado capitalista (1968), a la definición de Estado como relación social, tesis defendida en su libro Estado, poder y socialismo (1978).

Segundo, el concepto de autonomía relativa del Estado, retomado de Marx[10], como piedra angular de su definición de Estado. Poulantzas observa que la autonomía relativa es un rasgo característico, no meramente coyuntural, del Estado capitalista. Para Poulantzas, el concepto de autonomía relativa es propio del Estado capitalista, pues permite comprender la autonomía del Estado respecto a las relaciones de producción y la división social del trabajo. De esta manera, las clases dominantes, aunque tengan el poder económico, necesitan del Estado para resolver sus contradicciones y organizar su dominación en todos los niveles.

No se podría entender, entonces, la autonomía relativa del Estado sin mencionar la preminencia de lo político sobre lo económico, pues esta independencia es la que genera ciertas tensiones –al interior del Estado– entre clases sociales y entre facciones del bloque social dominante. En ese sentido, el concepto de autonomía relativa la permite entender a Poulantzas que “el Estado goza de una autonomía tal que puede permitir la transición al socialismo sin la necesidad de que la clase obrera tenga que romper con el Estado burgués” (González, 2020, pág. 35).

Ahora bien, partiendo del concepto de autonomía relativa, Poulantzas problematiza con dos visiones de Estado: por un lado, la lectura instrumentalista que concibe el Estado como un simple aparato de dominación burguesa[11], por el otro, el Estado como un sujeto con racionalidad y autonomía absoluta[12]. A contrapelo de estas, el sociólogo greco-francés sostiene que “el Estado no es una simple relación, sino la condensación material de una relación de fuerzas”  (Poulantzas, 2005, pág. 184). Visto así, el Estado sería el lugar donde se organiza la estrategia de las clases dominantes sobre las dominadas, el centro de ejercicio del poder, sin poseer poder propio (Poulantzas, 2005, pág. 178).

Desde esta perspectiva, el Estado es un campo en disputa donde se presenta lucha de clases. No es, por lo tanto, un bloque monolítico. Todo lo contrario, contiene contradicciones y fisuras en su seno que los sectores populares pueden utilizar en su favor[13]. Pero no hay que entrar en confusiones. Poulantzas no es un reformista, tampoco respalda el proceso de transformación burgués desde arriba. Mucho menos cree que el Estado deba cercar o limitar la política. Su apuesta va dirigida a la “transformación radical del Estado articulando la ampliación y profundización de las instituciones de la democracia representativa (…) con el despliegue de las formas de democracia directa de base y el enjambre de los focos autogestionarios” (Poulantzas, 2005, págs. 313-314).

Como se verá más adelante, esta es la razón por la cual toma distancia de Althusser, para quien las fuerzas populares deben ubicarse en exterioridad al Estado para luego transformarlo. Por tal razón, Poulantzas le reprocha al estructuralista francés la ausencia de lucha de clases en su balance conceptual. La estrategia althusseriana de asaltar el Estado supone que la lucha de clases se agrega a este una vez constituido, en cambio, el autor greco-francés entiende que la lucha de clases constituye al mismo Estado. La lectura de Althusser, según Motta (2014): “la posición de este último [Althusser], es que el socialismo se hace con una ruptura radical con la política y el Estado moderno” (Motta, 2014, pág. 139).

Para Poulantzas, por el contrario, las fuerzas sociales y subalternas no se ubican de forma externa al Estado, se encuentran inscritas en su seno. Así, cualquier estrategia de doble poder o de contra-Estado que reemplace al Estado está destinada a fracasar. Poulantzas afirma que:

Una lucha interna del Estado, no simplemente en el sentido de una lucha encerrada en el espacio físico del Estado, sino de una lucha situada en el terreno del campo estratégico que es el Estado (…) Y al mismo tiempo, una lucha paralela, una lucha afuera de los aparatos y las instituciones (…) una lucha que, aquí también, no puede estar dirigida a la centralización de un contra-Estado del tipo doble poder, sino que debe articularse con la primera. (Poulantzas, 1977, pág. 5).

En sintesis, para comprender la acción político-estratégica en clave constituyente-constituido habría que tener en cuenta lo siguiente: si bien Poulantzas, sobre todo al final de su obra, hace referencia  a las “formas de democracia directa de base” y los “focos autogestionarios”, su apuesta de tranformación concebía al Estado como el terreno predilecto de la lucha política por parte de los sectores populares, pues desde el Estado era posible materializar –en las instituciones– los avances sociales y democráticos,  sin que ello condujera a reducir la lucha por el socialismo a los espacios concretos del Estado.

En palabras del propio Poulantzas (2005), se trata de un “basculamiento de la relación de fuerzas a favor de las masas populares en el terreno estratégico del Estado” (Poulantzas, 2005, pág. 317). No hay que olvidar que, en el caso de Poulantzas, el Estado desempeña un rol constitutivo en las relaciones de producción, en ese orden de ideas, la vía democrática al socialismo debe transitar por el Estado, sin suprimir los principios rectores de la democracia representativa.

En conclusión, la estrategia revolucionaria poulantziana rompe con la dualidad de poderes y, al mismo tiempo, se distancia de la estrategia explosiva de la destrucción o ruptura absoluta con el Estado burgués. A contravía, Poulantzas cree en la transformación estructural de las relaciones de fuerzas entre clases sociales, se trata, pues, de no despreciar los ámbitos institucionales, sin que ello implique un abandono de los espacios y las prácticas extra-estatales de movilización social y popular. En pocas palabras: un pie en el Estado y otro por fuera, pero contra la configuración de fuerzas estatales dominantes.

No obstante, para autores como Bob Jessop, queda faltando en la obra de Poulantzas: “una investigación más detallada sobre el papel medidador crucial de las formas institucionales y organizativas de la política y sus implicaciones estrátegicas-relacionales para el equilibrio de fuerzas” (Jessop, 2009, pág. 3). En la misma dirección, Bonnet (2016) anota que, más allá del intento de Poulantzas por teorizar sinergias democraticas constituyentes, nunca se habla de mecanismos democratizadores del poder político. Es por eso que cada vez más, según Bonnet, se evidencia en la obra de Poulantzas que el “problema está en la incompatibilidad entre la restauración del poder de Estado y el desarrollo de formas de autoorganización de masas está inscripta en la propia naturaleza del Estado capitalista” (Bonnet, 2016).

2.3. Althusser: el poder y el Estado desde la Ideología y los Aparatos Ideológicos de Estado.

Louis Althusser hace parte de los autores que, reconociéndose marxista, abiertamente criticaron el marxismo dominante del siglo XX. Sin embargo, a diferencia de Gramsci o Poulantzas, Althusser criticó la ortodoxia soviética por medio de supuestos también ortodoxos, principalmente desde la idea de ciencia como ciencia de la ideología.

Lo anterior representó un extenso debate entre continuadores de la teoría gramsciana de la hegemonía y defensores de la noción althusseriana de ciencia como ideología. Aquí se pretende brindar una caracterización general de algunos elementos centrales en el trabajo de Althusser alrededor de los conceptos de Estado y Poder. Para ello, se analizará dicha relación conceptual desde el ángulo de la ideología y los aparatos ideológicos de Estado.

Althusser pretendió reformular el determinismo economicista del marxismo soviético a partir de la pregunta por cuál era la condición final de la producción. Su tesis sugiere que la posibilidad de toda producción está en su reproducción.

Con esta exposición de la necesidad de reproducción que tiene la forma social capitalista para seguir produciendo y no perecer, Althusser centra y aísla el objeto de su estudio, que no es otro que los medios que permiten garantizar la competencia y la adecuación al sistema productivo de la fuerza de trabajo, lo que no puede conseguirse sino a través de una labor ideológica que inculque a las personas normas de funcionamiento de «la división técnico-social del trabajo» (González, 2020, pág. 32).

Con lo anterior, el estructuralista francés intentará explicar -a partir del papel que cumple la ideología en la interiorización de “normas de funcionamiento de “la división técnico-social del trabajo” (González, 2020, pág. 32)- el difícil problema de las configuraciones y determinaciones estatales y sociales. Esto supone, para él, un argumento “científico” que se opone a la tendencia historicista y revisionista de Gramcsi que es vista como “ideología relativista (burguesa) del conocimiento[14].

En ese orden de ideas, tanto el Estado como el Poder –para ser explicados “científicamente”- deben estar en función de las condiciones productivas. Una eventual lucha política es explicada y, en gran medida, sobredeterminada por la función de los AIE[15] en la sociedad o por la contradicción existente entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción. Estos dos elementos, a juicio de Althusser, permiten “sistematizar una verdadera teoría sobre el Estado que trate todo el conjunto de la superestructura del todo social y que permita “comprender los mecanismos del Estado y su funcionamiento” (González, 2020, pág. 32).

Lo anterior lleva a que este autor sostenga profundos desencuentros con el trabajo de Gramsci. Según Althusser, entender el poder como una amplia red relacional o el Estado como el producto político-institucional de una precisa correlación de fuerzas es caer en los estragos del “sociologismo” e “historicismo” vulgar del marxismo. Su teoría política, por el contrario, sostiene un número muy reducido de determinaciones del fenómeno estatal.

Es necesario, ahora, explicar la idea althusseriana de poder. Para esta teoría, el concepto general de poder está imbricado al de poder de Estado, esto hace de la lógica del poder una lógica unidireccional de conservación o toma. De modo tal que, para Althusser, el poder es una relación de estricta dominación.

Si se considera que una clase dominante posee el poder del Estado y su aparato represivo, tal y como lo hace la teoría clásica de la que hemos partido, ha de entenderse que también tenga el control de los aparatos ideológicos del Estado, de tal manera que sea imposible “detentar durablemente el poder del estado” si no ejerce tanto poder represivo como el poder hegemónico (González, 2020, pág. 34).

En sentido estricto, la idea de Poder e Ideología en Althusser se abstiene de plantear un antagonismo concreto entre clases sociales y asume la forma de conflicto y contradicciones generales-abstractas. Lo anterior es consecuencia del rechazo del francés frente a la historización de múltiples contradicciones al interior del Estado capitalista. Por otra parte, la ideología, concepto fuerza del francés, no tiene efectos prácticos. Sigue siendo una manifestación más de falsa conciencia[16].

Un poder revolucionario, por ejemplo, no tendría que ver, entonces, con procesos de hegemonización, como en Gramsci, sino con el desvelamiento de una verdad objetiva y con la negación radical del orden instituido. Por eso, para Althusser, toda expresión del movimiento de masas surge únicamente bajo la pretensión de toma del poder:

Toda la lucha política de las clases gira alrededor del Estado. Aclaremos: alrededor de la posesión, es decir, de la toma y la conservación del poder de Estado por cierta clase o por una alianza de clases o de fracciones de clases (Althusser, 2003, pág. 7).

Se encuentran dos conclusiones: por una parte, Althusser reconoce que el poder de Estado es el lugar de expresión del Poder Constituido y que la toma del poder podría reconfigurar la naturaleza de dicho Estado. Por otro lado, toda lucha política claudica en el Estado.

En otras palabras, no es explicable tal poder social organizado si no tiene como referente, como objetivo la toma o captura del aparato de Estado y, con ella, la transformación de la ideología dominante.

Conviene, entonces, observar la interpretación althusseriana del Estado. Para Althusser, lo esencial de la teoría marxista del Estado reside en la diferencia entre poder de Estado y aparato de Estado. Coincide con la caracterización general de los clásicos del marxismo, no obstante, cree que hace falta un elemento adicional que provee su teoría.

Los clásicos del marxismo siempre han afirmado que: 1) el Estado es el aparato represivo de Estado; 2) se debe distinguir entre el poder de Estado y el aparato de Estado; 3) el objetivo de la lucha de clases concierne al poder de Estado 4) el proletariado debe tomar el poder de Estado para destruir el aparato burgués existente, reemplazarlo (Althusser, 2003, pág. 8).

El elemento que adiciona Althusser a este consenso clásico frente al Estado está asociado a su idea de aparatos ideológicos de Estado. Con el propósito de hacer progresar la teoría marxista del Estado, Althusser cree que “es indispensable tener en cuenta no sólo la distinción entre poder de Estado y aparato de Estado, sino también otra realidad que se manifiesta junto al aparato (represivo) de Estado, pero que no se confunde con él”. (Althusser, 2003). Era necesario comprender el número de realidades que se presentaban bajo la forma de instituciones distintas y especializadas.

Se podría decir que la intención general de justificar científicamente el Estado y el Poder está atravesada por la idea de reproducción de las condiciones productivas. Como él mismo reconoce, Gramsci ya había pensado sobre las instituciones de la sociedad civil, no obstante, a diferencia del francés, el filósofo italiano sí pensó la posibilidad de hegemonizar esos dispositivos ideológicos en el marco del sistema político dominante. Era posible disputar los dispositivos de subjetivación en el marco del Estado capitalista y, por otro lado, dentro de la misma esfera del poder de la clase dominante el dominio y la ideología no era del todo homogénea. En cambio, para Althusser no hay lucha de clases al interior del Estado, sino acuerdos fundamentales de clase dominante.

En conclusión, antes que reconocer que el poder en las sociedades modernas desborda y excede a las instituciones, Althusser vio esto como una excepcionalidad del poder o de una situación revolucionaria. Sobre todo, creyó que la contradicción entre el poder constituyente y el poder constituido está sobredeterminado, fundamentalmente, por las condiciones de la producción. Ni el poder constituyente ni el poder constituido estaría atravesado, internamente, por conflicto de intereses, la contradicción estaría en la tensión y roce entre ambas esferas. La sociedad organizada, para avanzar en una verdadera lucha, debe tener como referente al Estado y la transformación de su naturaleza. Con esto, no habría política más allá del Estado.

Por último, el Estado representa la unidad de clase dominante. De tal manera que el Estado sigue siendo el instrumento monolítico de dominación de una clase social sobre otra y garantía última de reproducción del mundo productivo. 

  1. Conclusiones:

En primer lugar, respecto al concepto de Poder, se puede sostener que no hay un consenso al interior del pensamiento político marxista. Mientras el Poder Constituyente necesita, según Gramsci y Poulantzas, de la conquista del poder político y del Estado (de sus aparatos, estructura institucional y símbolos), para Althusser el poder constituyente surge como una excepcionalidad del momento revolucionario. En los primeros, es posible hegemonizar o configurar una correlación de fuerzas favorables al poder social, mientras Althusser sigue viendo la emergencia de este poder asociada a la contradicción en el plano productivo.

Por otra parte, la autonomía o independencia entre Estado y Poder es un rasgo característico en las teorizaciones de estos autores. Mientras en Althusser el poder reside exclusivamente en el Estado como aparato (poder de Estado), para Gramsci y Poulantzas –pese a reconocer el poder político como condición de posibilidad para la revolución socialista– el poder y el poder político no se ubicaban únicamente al interior del Estado, mucho menos se encuentra determinado o sobredeterminado por la figura del Estado, como sí creía el estructuralista francés. Por el contrario, Gramsci ubicó una disputa político-cultural inacabada en el plano de la sociedad civil y Poulantzas señaló la posibilidad de transformar radicalmente la correlación de fuerzas en el terreno estratégico del Estado.

En segundo lugar, el concepto de Estado también varía en los tres pensadores. Siguiendo a Nelson Coutinho (2011), se hizo referencia a dos tratamientos sobre el Estado en la tradición marxista (teoría instrumental y teoría ampliada). Las dos se encuentran condicionadas por el número de determinaciones que se le asignen al fenómeno estatal: son exclusivamente coercitivas si refieren a una visión restricta, por el contrario, si las determinaciones del Estado exceden el control represivo se habla de una visión ampliada.

El desarrollo del trabajo mostró que tanto Gramsci como Poulantzas complejizan la relación Estado – Sociedad. Para el italiano, todo poder social es estado-céntrico, pues, una vez las contradicciones entre dominantes y dominados emerjan, es necesario hegemonizar el poder político, hacerse dirigente y dominante. En un tono similar, Poulantzas sugiere una nueva correlación de fuerzas al interior del Estado capitalista, anudando los intereses de clase con los intereses del Estado, sin embargo, ninguno deja claro cómo transformar radicalmente la naturaleza del Estado.

Althusser, por su parte, propone, tras la toma del aparato de Estado, la transformación de dicha naturaleza. No obstante, esta idea traza un antagonismo abstracto: ni el campo social ni el Estado parecen estar atravesados por contradicciones y conflictos internos. La acción estratégica comenzaría en el roce y tensión entre ambas esferas. Para Althusser, bajo el capitalismo, no hay política más allá del Estado.

Esta última lectura se ajusta a una visión restricta del Estado. Intenta explicar, desde un supuesto estatuto científico, cómo el aparato de Estado y el poder del Estado son instrumentos de la clase dominante para coordinar y mantener la subordinación. La única conclusión política que se deriva de allí es la de una estrategia asaltista o explosiva frente al Estado.

A contrapelo, la lectura poulantziana del Estado como condensación material de las relaciones de fuerzas aparece como un espacio en disputa. Abre el conflicto entre clases sociales. Para él, el Estado es un equilibrio inestable. En esa misma dirección, Gramsci encuentra además del contenido material (dominación política y explotación económica), un elemento ideológico y cultural que permite explicar el sostenimiento del orden social y político. Dos lecturas que, a todas luces, configuran una visión ampliada del Estado. En términos de acción-política, a diferencia de Althusser, Gramsci y Poulantzas sostienen una estrategia procesual, que entienden las instituciones de forma porosa y abiertas al conflicto.

Se puede concluir, finalmente, que en la historia de la teoría política marxista del siglo XX hay una incapacidad de imaginar la política por fuera de la esfera y del radar estatal, entre estos autores se encuentran: Gramsci, Althusser y Poulantzas, aunque este último dejó apenas esbozadas y sin desarrollar la posibilidad de focos de politización por fuera del Estado.

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Rivero, J. J. (2012). La historia de los conceptos de Reinhart Koselleck: conceptos fundamentales, Sattelzeit, temporalidad e histórica. Politeia, vol. 35, núm. 49, 1-33.

*El siguiente artículo es resultado parcial del proyecto de investigación de pregrado que adelantan ambos autores en la Universidad del Tolima.

[1] Se entenderá por constituyente aquel conjunto de mediaciones, lógicas y voluntades colectivas que apuntan a trasformar el orden político y social existente, atravesando y desbordando la figura del Estado. Mientras lo constituido serán aquellos espacios y dispositivos formales-procedimentales del Estado y sus instituciones y las relaciones sociales hegemónicas que conservan el orden de cosas existente.

[2] Término que utiliza Nelson Coutinho (2011) para referirse a la teoría marxista instrumentalista y determinista del Estado.

[3] Léase marxismo soviético.

[4] Entiéndase por determinismo economicista aquella comprensión que afirma que lo social es explicable y transformable exclusivamente a partir del orden o esfera de lo económico. 

[5] Se entiende por teoría instrumentalista aquella interpretación teórico-conceptual que ve “en el Estado un aparato de clase de un grupo social dominante que permitía mantener su statu económico sobre el resto de clases dominadas” (González, 2020, pág. 28).

[6] Sobre totalidad e historicidad en el marxismo y las ciencias sociales véase “Gramsci, el marxismo y las ciencias sociales en La dualidad de poderes: Estado y revolución en el pensamiento marxista” (2011). Santiago de Chile. LOM Ediciones.

[7] A propósito de la concepción “restricta” del Estado, Nelson Coutinho afirma que el: “carácter abstracto o ‘unilateral’, en el caso de Marx y Engels, no es de naturaleza gnoseológica, sino histórico-ontológica: la percepción del aspecto represivo o (‘dictatorial’) como aspecto principal del fenómeno estatal, corresponde, en gran parte, a la naturaleza de los Estados capitalistas con que se encuentran, tanto Marx como Engels en el periodo del Manifiesto, como (si nos limitamos al caso ruso) Lenin y los bolcheviques”. (Coutinho, 2011, pág. 45).

[8] Con esto no se afirma que Poulantzas agote el poder en el Estado como poder de Estado, su lectura va más allá de esto.

[9] Hablar terreno estratégico del Estado es clave para Poulantzas, pues le permite asegurar que existe lucha de clases al interior del Estado, pero que esa lucha de clases no se reduce a las instituciones, puestos  burocráticos, cargos de representación o espacios físicos del Estado, más bien, como menciona  en Estado, Poder y Socialismo: “la disputa estatal también se despliegan selectividades estructurales, resultado de las tensiones,  contradicciones y cambios en correlaciones de fuerzas  entre todas las clases sociales que componen a determinada formación económico-social y el devenir de la condensación material del  propio Estado” (Poulantzas, 2005).

[10] Marx utiliza la noción de autonomía relativa del Estado en varios pasajes de sus textos: El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852) y La Guerra Civil en Francia (1871)

[11] El Estado como un simple reflejo de la voluntad de la burguesía, es decir, sin autonomía propia.

[12] Idea influenciada principalmente por Hegel.

[13] Precisamente, la diferencia entre Poulantzas y Althusser reside en la manera cómo piensan el Estado: mientras para el primero es un campo cambiante de fuerzas, poroso, que permite transformarlo y modificar mediante la correlación de fuerzas, para el segundo, el Estado es un espacio cerrado y monolítico, no dejando otra posibilidad u horizonte que la destrucción del Estado.

[14] Sobre la crítica althusseriana a la “ideología relativista del conocimiento” revisar la introducción: Louis Althusser & Étienne Balibar (2004). Para leer el Capital. México D.F.: Siglo XXI.  

[15] Entiéndase: Aparatos Ideológicos de Estado.

[16] La ideología, que incide sobre el curso de los acontecimientos, no tiene historia y es una simple “representación” de la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones materiales.

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Clase media y corrupción en México: un enfoque psicológico



Clase media y corrupción en México: un enfoque psicológico

César Martínez (@cesar19_87)*

 Ciertos rasgos de carácter definen a este sector de la clase media durante su historia: su amor al fuerte y su desprecio al débil, su mezquindad y su hostilidad…

Erich Fromm.

Existe un cambio en el discurso de Andrés Manuel López Obrador en la segunda mitad de su sexenio al reemplazar el concepto “Prensa Fifí”, que designa a los medios de comunicación en tanto aparatos ideológicos del antiguo régimen, por la expresión “Los que se sienten Fifís” como aquellas personas de clase media cuya autoestima es validada simbólicamente por dichos medios de comunicación. En su nueva significación, “Fifí” deja de referirse a la postura de tal o cual corporación mediática según sus nexos con el México oligárquico, para designar el carácter del México clasemediero marcado por su hostilidad ante el cambio histórico impulsado por el México de las clases populares, o Cuarta Transformación.

“Los que se sienten Fifís” refleja así un paradigma diferente donde esas expresiones vacías de contenido intelectual (con las que nos bombardean a diario desde radio, televisión y prensa) tales como “falso mesianismo”, “peligro comunista” o “régimen unipersonal” nos llaman a sondear la psicología de quienes aprovechan esta atmósfera hostil para dar rienda suelta a emociones e ideas racistas, clasistas y discriminatorias.

De modo que los ánimos caldeados en la clase media son un problema político con dos consideraciones: la primera, correspondiente a la crisis ideológica tras el colapso del PRIAN en su función de vínculo representativo entre la clase media y la vieja clase dominante; y la segunda correspondiente a la corrupción como la ideología o sistema de imágenes políticas que brinda estabilidad emocional a la clase media a través de conductas compulsivas como la inclinación por el poderoso y su rechazo al humillado.

Combinando argumentos de los pensadores críticos Nicos Poulantzas y Erich Fromm, decimos que en el México post-neoliberal hay un sector de la clase media que intenta desesperadamente cambiar su antiguo rol de clase de apoyo para ejercer por sí misma el rol de clase reinante a partir de sus compulsiones de poder como fuerza reaccionaria. Para prevenir que dichas emociones destructivas se tornen autodestructivas, quienes nos reconocemos obradoristas debemos pensar ideas para fortalecer una nueva emocionalidad derivada del carácter social fraterno, pacífico y solidario del Pueblo de México: se trata de librar una lucha política sin romper un cristal optando por la resistencia, la perseverancia y el apego a la verdad característico de quienes son pobres en el espíritu.

Poulantzas: La crisis ideológica y el nuevo PRIAN

La originalidad del pensador griego Nicos Poulantzas radica en haber reflexionado la política como un campo de energía movido hacia adelante o hacia atrás según la relación de fuerzas entre dos polos opuestos: la gran burguesía monopolista por un lado y las masas populares cuya única propiedad es su fuerza de trabajo, por el otro. A diferencia de los marxistas vulgares quienes sostenían que las crisis capitalistas anunciaban con trompetas la victoria inminente del proletariado, Poulantzas advertía que pensar así, renunciando a la lucha política en todos los espacios de la vida social, significaba capitular ante el poder dominador del fascismo.

El Marx filósofo, nos explica Poulantzas, indica la presencia de la dialéctica histórica, o lucha de clases, tanto en la base económica de la sociedad como en su superestructura política e ideológica. La síntesis entre base y superestructura es la consciencia social de las personas: la lucha política inicia desde nuestras cabezas porque la consciencia de clase no solo se determina por la posición económica, sino por las ideas y también por los sentimientos. Es decir que la consciencia social es un fenómeno psico-emocional, como se expresa simplemente en la frase “Los que se sienten Fifís.”

Así, Poulantzas describió la emocionalidad de la clase media o «Mito de la Pasarela»:

Temor a la proletarización desde abajo, atracción de la burguesía desde arriba, la pequeña burguesía aspira a devenir burguesa, por el paso individual, hacia arriba, de los “mejores” y de los “más capaces”. Este aspecto adopta así con frecuencia formas “elitistas”, de una renovación de las élites, de una sustitución de la burguesía “que no cumple con su papel”, por la pequeña burguesía, sin que cambie la sociedad. (281)

Sobresalen las palabras “temor”, “atracción” y “aspirar” que exhiben una pugna de sentimientos entre el miedo a la pobreza y la envidia hacia la opulencia donde el primero sale victorioso, generando un carácter social conservador, cuya utilidad política transforma a la clase media en clase de apoyo de la clase dominante. Por ello, Poulantzas habla de alianza entre clases para formar el bloque en el poder.

Sin embargo, la dinámica de tal bloque, amalgamado alrededor del desdén a la gente humilde, necesariamente termina empobreciendo, económica y moralmente, también a la clase media: la alianza entre dos clases en detrimento de una tercera tiene un valor meramente simbólico para la clase de apoyo. Poulantzas dice: “la pequeña burguesía se alimenta literalmente de la ideología que la cimenta.” De modo que si bien un régimen tan inestable como el neoliberal en México logró sobrevivir agudas crisis económicas (1994/95 y 2009/10) dado que el vínculo representativo entre clase media y clase oligárquica, esto es, el PRIAN, conservaba su significación ideológica; ese mismo régimen neoliberal colapsó sin necesidad de una tercera crisis económica cuando la relación de fuerzas entre el Pueblo y las viejas élites cambió provocando la fractura entre el PRIAN y la clase media. Es la crisis ideológica manifestada aún hoy en los estribillos “todos son iguales”, “ni a cuál irle” y “si votar cambiara algo, ya estaría prohibido”.

A partir de esta crisis ideológica se aprecian dos desarrollos simultáneos que no estaban antes de 2018: en una mano está el papel de los aparatos ideológicos de Estado como los medios, la burocracia y la academia operando como un híper partido político conservador o nuevo PRIAN; y en la otra mano está el sector de la clase media que Poulantzas llama “pequeña burguesía en rebelión” que intenta desmovilizar a las masas populares mediante sus formas ideológicas: la simple y llana hostilidad.

Ambos desarrollos se originan en el “Mito (aspiracionista) de la Pasarela”, pero vayamos primero con los aparatos ideológicos:

Los aparatos no son más que el efecto de la lucha de clases: a saber, el poder notable de permanencia y de duración de la ideología dominante por encima de las transformaciones de los aparatos (incluidos los ideológicos) y del poder de Estado… En efecto, si estos aparatos son una de las formas de existencia social de la ideología, esta es la condición de existencia de tales aparatos. (362)

Esto último coloca a las prestigiosas universidades públicas o privadas, redacciones periodísticas, grandes corporaciones mercantiles y  “organizaciones de la sociedad civil” como espacios ideológicos que materializan las relaciones de poder político y económico. De ahí su reacción ante el proyecto de transformación en México.

El desfase entre la orientación conservadora de estos aparatos y el rol simbólico que siguen llenando en las aspiraciones de la clase media impacta la autoestima de la así llamada “pequeña burguesía en rebelión.” Aferrado al valor emocional que asigna a estos pilares del antiguo régimen, este sector también abraza la imagen que la clase media tiene de sí misma como clase que aspira al arbitraje social entre los de arriba y los de abajo (las frases: “a ver, convénceme” y “a ver, explícame”) con el propósito de imponer sus propias formas ideológicas al resto de la sociedad.

Estas formas, según Poulantzas, son:

  1. a) El anarquismo o rechazo a la organización social y política: “Soy apartidista”.
  2. b) El individualismo o doble movimiento entre cinismo e ingenuidad: “El Pueblo es tonto”.
  3. c) La “jacquerie putschista” o culto abstracto a la violencia: “rómpanlo y quémenlo todo”.

Observamos que los ataques tanto desde la extrema derecha como desde la extrema izquierda contra la Cuarta Transformación buscan restaurar el vínculo representativo entre clase media y vieja hegemonía, pero ahora alrededor de los aparatos ideológicos o nuevo PRIAN. Desde luego, esta hostilidad expresada a diario y tan abiertamente demuestra que el Pueblo logró modificar la relación de fuerzas a su favor: ahora, el desafío político es continuar acompañando al Pueblo y fortalecer sus sentimientos. Esto involucra conocer cómo funciona la psico-emocionalidad de “Los que se sienten Fifís.”

Fromm: Hostilidad y carácter social de la clase media

El amor al fuerte y el desprecio al débil observados por el psicoanalista Erich Fromm como conductas compulsivas de un sector de la clase media son la actualización más importante del fenómeno conocido como perversión sado-masoquista examinado por Sigmund Freud: si bien Freud creyó que la tendencia de la persona moderna a reprimir sus emociones reflejaba una sexualidad frustrada, Fromm descubrió que la misma represión emocional estaba ligada a un proceso histórico marcado por la fabricación de figuras de autoridad y de objetos de dominación.

Así, eso que Freud llamó neurosis fue rebautizado por Fromm como carácter autoritario al ver a una clase media obsesionada con producirse sensaciones a partir del establecimiento de una jerarquía política: sensación de control, de certidumbre, de seguridad, de tranquilidad y de dominio sobre el mundo externo y sobre los demás. No se trata de carácter individual, sino de carácter social que “resulta de la adaptación dinámica a un modo de existencia que canaliza la energía humana y determina la forma de pensar, sentir y actuar de los miembros de una clase.” (277) 

La teoría de Fromm atraviesa el siglo 20 y su énfasis en el modo de existencia/modo de producción le permitió registrar la conversión de una vieja clase media, cuyas conductas económicas eran ahorrar y producir, hacia una nueva clase media dedicada a consumir y gastar: el homo consumens. Él ayuda así a entender cómo varias victorias de la clase trabajadora acerca del salario mínimo durante la Cuarta Transformación pasan absolutamente desapercibidas para la clase media. Y es que, mientras el consumo de una persona de clase popular está condicionado por su ingreso, el consumo de una persona de clase media condiciona su ingreso por la vía de la aspiración. Hablamos de los recursos políticos y/o conexiones orgánicas que emplea esta persona para insertarse en la distribución de la renta y por eso Poulantzas la llama “trabajadora no-productiva”. Fromm llega a decir que, en la clase media más que en la clase alta o en la clase baja, las relaciones sociales están instrumentalizadas. El pequeño burgués, escribió el novelista Herman Hesse, se acostumbra a soportar relaciones humanas de pobre calidad.

El hecho de soportar relaciones humanas de pobre calidad es el precio que la clase media paga por escapar de la insoportable carga de la libertad, dice Fromm. Examinando los hallazgos clínicos de Freud, él se asombró ante aquello conocido como “transferencia” mediante el cual una persona adulta transfiere sus emociones hacia un objeto o un sujeto. Concretamente, las emociones desagradables ligadas a la libre búsqueda de la personalidad como la ansiedad, el miedo al rechazo y la incertidumbre son reprimidas transfiriendo el poder de tomar decisiones bajo la forma de autoridad: este acto de dependencia voluntaria es conocido como masoquismo, pues reprimir emociones desagradables mediante la transferencia no elimina el sufrimiento.

En la revisión de Fromm sobre Freud hay, sin embargo, un aspecto ignorado en lo correspondiente a la transferencia del sentimiento de culpa cuando se habla de agresividad no-sexual:

[Ocurre] algo notable: Su agresividad se interioriza… se vuelve contra su propio ego. Allí se encarga de ella una porción del ego que se vuelve contra el resto del ego en forma de superego y que ahora, como “conciencia”, está dispuesta a obrar contra el ego con la misma agresividad que al ego hubiera gustado aplicar a otros. La tensión entre el superego y el ego es lo que llamamos sentido de culpa; se manifiesta como necesidad de castigo. Por eso la civilización logra dominar el peligroso deseo que el individuo siente de agredir, debilitándolo y desarmándolo y montando dentro de él un organismo para vigilarlo, como una guarnición en una ciudad conquistada. (Freud citado por Fromm, 153).

Freud se enreda, sugiere Fromm, al suponer que el ego se autorregula como superego, lo que no explica la hostilidad reprimida que impregna la personalidad del hombre o mujer de clase media, los dientes apretados. La clave es la coincidencia entre ambos psicoanalistas a partir del estudio de la esquizofrenia de que la agresividad humana exhibe una autoestima deteriorada: transferir la emocionalidad a un poder jerárquico se acompaña del narcisismo como mecanismo de compensación a través del establecimiento de un objeto de dominación. Es la transferencia negativa: compulsión del desprecio al débil y el odio contra los pobres.

Ahora bien, a Fromm le falta concluir que el sector “en rebelión” de la clase media carece de una relación robusta con la verdad ya que Fromm no dio importancia suficiente a la transferencia del sentimiento de culpa hacia la clase dominante. Sin esta consciencia del bien y el mal, se camina siempre sobre la cornisa aspiracionista del triunfar a toda costa sin escrúpulos morales de ninguna índole. Entonces Fromm coloca como fenómeno generacional la incapacidad de sentir en carne propia la emoción de la tragedia, cuando se trata de un fenómeno de clase:

Hay una emoción tabú que quiero mencionar porque su represión toca las fibras más íntimas de la personalidad: el sentido de tragedia. La consciencia de la muerte y de lo trágico de la vida es una de las características esenciales de la persona. Pero nuestra era simplemente niega la muerte y, en vez de permitir que esta idea se vuelva un poderoso incentivo para afirmar la vida a partir de la solidaridad, pues sufrir el dolor ajeno profundiza nuestros propios sentimientos, estamos obligados a reprimirla. Esta es la raíz de la banalidad de nuestras experiencias y del frenesí de la vida diaria. (244-245).

Así como ocurre con la represión de otras emociones vinculadas a la libertad, la represión del sentimiento trágico es un tema psicológico de graves consecuencias políticas: en una sociedad regida por una clase dominante como era el México neoliberal, la clase de apoyo solo puede ignorar el abuso de poder si desde su narcisismo despoja de su dignidad humana a la tercera clase en cuestión, por medio de prejuicios ideológicos y emocionales que comúnmente se conocen como racismo y clasismo.

Conclusión: ¿Qué hacemos con la clase media?

Fromm responde que la transformación de un carácter social reprimido por medio de conductas compulsivas es posible reemplazando dichas compulsiones por conductas espontáneas y libres: el amor como habilidad (y no como acto de poseer a alguien) y el trabajo como actividad creadora y creativa (y no como rutina social). Esta conclusión, por sincera y honesta que es, desafortunadamente no contiene una estrategia política concreta, pues Fromm conceptualizó al carácter principalmente como fuerza productiva y no como superestructura o la imagen que la clase media tiene de sí misma. Fromm no previó ni a la hostilidad como fuerza reaccionaria ni a la “pequeña burguesía en rebelión.”

Si este sector se impone con la ayuda de los medios de comunicación y otros aparatos sobre el resto de la clase media, nos advierte Poulantzas, entonces la corrupción en tanto doctrina de la jerarquía represora y la desigualdad social volverá a soldar ideológicamente al viejo bloque en el poder, en perjuicio del Pueblo de México. La solución no está, empero, en ir a “convencer” a la clase media “que sí es buena onda” ya que esto solamente refuerza su narcisismo y su aspiración de arbitraje social entre los de arriba y los de abajo. La solución es caminar al lado de su antiguo objeto de dominación para darle una gran lección de dignidad: las clases populares, la gente humilde, los pobres en el espíritu.

Hablamos de lucha de clases del siglo 21, sin lanzar bombas molotov ni caer en provocaciones en las redes sociales. Es contestar las formas ideológicas de la clase media con las formas ideológicas del Pueblo: reivindicar la organización social y política, defender la sabiduría popular y promover siempre la vía pacífica. En pocas palabras se trata de no cansarnos de ser como somos, de resistir practicando el verso de Goethe citado por Fromm: “la máxima dicha humana es la propia personalidad.”

* Maestro en relaciones internacionales por la Universidad de Bristol y en literatura estadounidense por la Universidad de Exeter.

Bibliografía:

Freud citado en Fromm, Erich, Grandeza y Limitaciones del Pensamiento de Freud, Siglo 21: 2007.

Fromm, Erich, Escape from Freedom, Holt: 1994. [traducciones del autor]

Poulantzas Nicos, Fascismo y Dictadura, Siglo 21: 1976.

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Nicos Poulantzas para ultras. En defensa de un teórico anti-estructuralista




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Nicos Poulantzas para ultras. En defensa de un teórico anti-estructuralista

Enrique Sandoval

En pleno 2021 resulta extraño volver sobre la vieja pregunta acerca de si existía en Marx una teoría del Estado. Por una parte, los debates sobre el tema han desatado graves discordias; por otra, es constatable que se puede mantener una despreocupada militancia bajo la sombra de la definición de la junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa. No es nuestra intención reconstruir estos debates, ni contrariar aquella definición con otras. Sin embargo, parece que “aplicar” la teoría marxista del Estado siempre ha sido algo sencillo, pues ciertamente es burgués todo aquello en donde no exista un poder de los trabajadores como fundamento del quiebre de las formas de propiedad y las relaciones de producción que ya conocemos. Después de decir “Estado burgués”, se esgrimen los detalles particulares para rellenar esa afirmación. Pero si esto es así entonces lo que avanza no es la teoría marxista del Estado, sino los análisis que se adecuan a los principios de tipo “última instancia”.

No es verdad que toda práctica política derive de análisis teóricos a profundidad. De hecho, puede suceder lo contrario: que las prácticas políticas sean los ojos con los que procesamos la teoría. Es cierto que las observaciones de los clásicos marxistas sobre el Estado son agudas, pero no diríamos nada nuevo al afirmar que existen una serie de inconsistencias que involucran diferentes presupuestos y consecuencias estratégicas. Aunque se encuentran frecuentemente combinados, detectamos por lo menos seis enfoques con diferentes variables: I) la noción sobre el Estado parasitario que no juega ningún papel importante en la reproducción económica; II) el tratamiento del Estado como epifenómeno o reflejo de la estructura; III) la idea del Estado como factor de cohesión funcional; IV) la aproximación instrumentalista; V) los estudios institucionales bajo la definición del “poder público”; VI) la propuesta del poder político como relación social y condensación de fuerzas sociales. Cada enfoque puede encontrarse en éste o aquél fragmento de los clásicos marxistas, incluso a veces esta variedad es más evidente en Marx. Por eso es falso decir que una práctica política está fundamentada plenamente en una lectura profunda de la coherente y sistemática teoría del Estado de Marx. ¿Cuál es el fundamento para privilegiar unilateralmente la definición del Manifiesto comunista frente a la difícil Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel? En el texto del 43 Marx afirma que “la abstracción del Estado como tal sólo pertenece a los tiempos modernos, puesto que la abstracción de la vida privada únicamente pertenece a ellos. El Estado político es un producto moderno.”[1] O sea, el Estado no es directamente clasístico, sino que implica una mediación real por su “forma aparente”[2] y por eso se presenta como objetivamente político. Según Colletti en este texto encontramos una teoría de la política y del Estado muy madura, a la que el marxismo posterior tendrá poco que añadir.[3]

Nosotros creemos que la teoría del Estado no se resume en “aplicar” definiciones a los casos concretos. Toda aplicación supone la externalidad. Una teoría crítica del Estado sería afectada por la realidad histórica y estaría convocada a progresar o retroceder como parte de la historia de la que ella misma forma parte. Por eso aquí René Zavaleta tiene toda la razón: la teoría del Estado, si es algo, es la historia de cada Estado. Lo importante no es tanto la esencia (burguesa del Estado), sino sus momentos o manifestaciones, pues las clases subalternas que no aprenden a discriminar entre un momento y otro de las clases dominantes, no distinguen sus propios momentos de constitución como clases en lucha. Las clases oprimidas se organizan explotando los momentos de la clase opresora y por eso, más que la esencia del Estado, lo que puede constituirse como momento senti-pensante de lo nacional popular es el entendimiento de la aparición concreta de las formas de Estado. Repetir “Estado-burgués” a la grandes masas puede ser un síntoma de la voluntad de no comunicar porque no se quiere penetrar mediante la experimentación de unos momentos que volverían contradictorios a los propios axiomas de los que se parte. Aunque es verdad que los modernos Estados son clasísticos, muchos de los gobiernos progresistas no son experimentados como burgueses. Las ideas no se proponen o se apoyan: para existir en el terreno objetivo deben estar ya presentes en la cabeza de las gentes. Experimentar no es sólo un asunto de engaño.

Ahora sí, es necesario comenzar la presentación de los aportes sustantivos de Nicos Poulantzas. En la actualidad los planteamientos poulantzianos se encuentran subvalorados y demeritados debido a múltiples razones: 1) el ataque sistemático hacia los referentes materiales e intelectuales de la tradición marxista por parte de la embestida neoliberal actual; 2) el menosprecio de la investigación sobre la teoría del Estado; 3) el declive del contexto estructuralista que permitía una simetría hermenéutica favorable; 4) la adscripción inmediata e injustificada de Poulantzas como un teórico estructuralista; 5) la poca familiaridad por parte del lector con el uso del método dialéctico de lo abstracto a lo concreto; 6) la innegable densidad, dificultad y oscuridad propias de sus obras. Por lo regular es el prejuicio 4 el que pesa más. Es verdad que en Poder político y clases sociales en el Estado capitalista (PPCS) Poulantzas: A) conceptúa la economía como una región capaz de autovalorizarse externamente una vez asegurado el cerco político de la región política o Estado; B) remite la complejidad de la práctica hegemónica a la unión entre las burguesías; C) encierra la acción y la constitución de las clases dominantes por su función en el modo de producción; D) supedita el problema de la necesidad y la contingencia histórica de las transformaciones sociales, a la explicación por las transformaciones estructurales entre regiones; E) es incapaz de teorizar el tema de las correlaciones de fuerzas. Sin embargo, estas problemáticas serán trasladadas y superadas en Estado, Poder y Socialismo (EPS), obra en la que, por medio de un diálogo crítico con Foucault, construirá el tema de la diversidad e interacción de poderes dentro y fuera del Estado, y en la que fundamentará la relacionalidad por vía de una relectura de la crítica de la economía política de Marx. Justamente las virtudes de la teoría crítica del Estado las vamos a encontrar sólo en EPS, o sea, en una obra nada estructuralista.

En EPS el Estado capitalista es definido “como una relación, más exactamente como la condensación material de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase”[4] que se cristaliza en cada aparato. ¿Cómo entender esta afirmación? Primero hay que distinguir metodológicamente entre aparato de Estado y poder de Estado.[5] Como aparato, el Estado refiere a un entramado político de instituciones, centros de poder y prácticas vinculantes organizativo-nacionales que concentran y materializan las relaciones políticas en una forma específica al modo de producción dado. El poder del Estado, en cambio, evoca una condensación material del resultado dinámico o equilibrio político de las fuerzas en lucha y precisa las capacidades estratégico-relacionales del bloque en el poder. Expliquemos de otra forma. El aparato de Estado no posee un poder estructural por sí mismo (el Estado no ejerce el poder), sino que los resultados de esas capacidades expresan el poder de Estado, o sea, las prácticas políticas de las clases dominantes que se activan sólo en el Estado a partir de una configuración atravesada por las correlaciones y disputas entre las propias clases dominantes, y las clases dominantes y las subalternas. Vamos a desarrollarlo de nuevo. El Estado como materialidad no es una relación social, pero el poder estatal que lo conforma sí se funda en correlaciones de fuerzas históricas cristalizadas en aquella materialidad; por su parte, el poder del Estado hace referencia a una serie de capacidades relacionales o poderes que sólo pueden ser activados estratégicamente al interior de aquellas materialidades.

El Estado no es directamente un proceso o relación social, sino una condensación de las relaciones. Si somos tan enfáticos con esto es porque Poulantzas no es lo mismo que García Linera. Para Linera “el Estado definitivamente es un proceso, un conglomerado de relaciones sociales.”[6] Para Poulantzas, en cambio, el concepto de relación remite al de poder de Estado, y el de aparato al de condensación. Esta definición implica una interacción histórica entre la materialidad del Estado y las estrategias específicas perseguidas por las diferentes fuerzas en el marco de la lucha de clases de un bloque histórico. Efectivamente el Estado cuenta con unas materialidades que poseen una memoria propia, pero éstas no dominan por sí mismas, sino que requieren la participación activa bajo la relativa coherencia estratégica de las clases en el poder. A la vez, no todo cambio en la correlación de fuerzas implica un cambio inmediato en las prioridades materiales del Estado. Por eso es que la teoría de Poulantzas privilegia tres conceptos: memoria material, estrategia política y correlación de fuerzas. Las materialidades del Estado poseen una memoria que puede privilegiar ciertas fuerzas, prácticas, intereses, estrategias o identidades sobre otras; al tiempo que ciertas prácticas políticas tienden a ser convocadas como orientación en el contexto estratégico de aquéllas y su relación con la sociedad. Como puede verse estamos muy lejos de una perspectiva estructuralista. De hecho, Poulantzas afirmó que “mediante la comprensión de las relaciones de poder como relaciones de clase, he intentado romper definitivamente con el estructuralismo, forma moderna del idealismo burgués.”[7]

Pero ¿cuáles son estas materialidades de Estado que sólo se activan según las correlaciones de fuerzas políticas y las estrategias? El primer tipo de materialidad alude a la representación política nacional que corresponde al acceso al aparato estatal para promover los proyectos y valores. El poder del aparato estatal se funda en las relaciones de producción y en la división social del trabajo: se trata de una relación que supera la teoría de las regiones, pues la separación es comprendida como la forma revestida bajo el capitalismo por la presencia constitutiva de lo político en las relaciones de producción, y la reproducción de las condiciones políticas e ideológicas bajo las cuales se produce esa relación. Aunque el fundamento histórico de la separación sea la mercantilización de la fuerza de trabajo y la exclusión formal de la violencia extraeconómica de la política, la perspectiva relacional insiste en que su especificidad implica un amplio rango de distinciones por los regímenes hegemónicos y de acumulación, y por ello la separación no se sustenta en estructuras inmutables, transhistóricas o con fronteras inmóviles, pues la lucha política se reproduce en la misma. El poder del Estado es condicional y relacional debido a que su naturaleza y alcance dependen de otras fuerzas, lazos, redes de poder paralelas y capacidades que poseen una primacía más allá del Estado. Aquí se fundamenta la existencia de varias formas de representación (clientelar, corporativa, parlamentaria, pluralista y autoritaria). Además, para Poulantzas el conflicto capital-trabajo asalariado no es el único que condensa el espacio político. El teórico griego reconoce otras formas de opresión que también sintetiza el Estado capitalista, lo que nos podría llevar a dar cuenta del concepto crítico de Estado racista o patriarcal, pues “el poder en las relaciones sexuales hombre-mujer, que sin duda es heterogéneo respecto a las relaciones de clase, no por ello es menos intervenido, mediatizado y reproducido por el Estado.”[8]

La segunda materialidad que identificamos es la arquitectura institucional del Estado. Poulantzas priorizó el estudio de la relación entre los aparatos de Estado y sus funciones. Existen cuatro tipos de aparatos: el aparato de Estado propiamente dicho, aparato represivo, ideológico y administrativo. Cada aparato tiene sus ramas. A diferencia de Althusser, 1) los aparatos en EPS son materiales y productores de significados al mismo tiempo; 2) implican la materialidad relacional del equilibrio de fuerzas; 3) son selectivos y presentan una resistencia o adecuación propias a las modificaciones sociales. Para Poulantzas todo poder social, incluso aunque no sea de clase, se materializa y se ejerce mediante aparatos. Cierto es que los aparatos poseen una funcionalidad propia enraizada a su materialidad, pero las correlaciones de fuerzas pueden modificar relativamente las funciones de sus aparatos y hasta sedimentar nuevas materialidades, de ahí que la relación clase-aparatos esté mediada por las correlaciones y la estrategia. Esto explicaría la transformación, sobrefuncionalidad, duplicación o déficit de algunos aparatos. Por último, examinó los modos de relación del aparato central con los mecanismos internacionales. Una novedad de esta teoría es que excede el funcionalismo engaño/prohibición: los aparatos producen subjetividades y son los medios con los que se difunden discursivamente, y de manera pública, las tácticas de unificación de las clases dominantes. Aunque Poulantzas retoma algunas ideas de Foucault, la centralidad del Estado prevalece.

La tercera materialidad a considerar abarca los mecanismos de intervención estatal en la sociedad. Poulantzas antepone aquí el análisis de la ley, que organiza la materialidad institucional del Estado por medio de un sistema de normas axiomatizadas que regulan y organizan las relaciones de poder. La ley constituye la previsión de la dominación mediante el efecto de atomización para que las clases populares no accedan a las materialidades del poder, a la vez que les crea la ilusión de que tal acceso es posible. A diferencia de PPCS, en EPS se destaca el peso de la violencia constitucionalizada por lo que corresponde a los mecanismos del consentimiento, la cual, incluso cuando no se ejerce directamente, modela la materialidad del cuerpo social por sus dispositivos disciplinarios. Por otro lado, Poulantzas también reconoció el peso de una segunda materialidad interventora: la coerción y su relación con la defensa nacional en los casos históricos de las dictaduras militares europeas y el fascismo clásico, que modifican a su vez la arquitectura institucional y las formas de representación. Una tercera forma de materialidad en este rubro la constituye la división trabajo intelectual-trabajo manual en relación con el monopolio del saber del Estado. Todas las materialidades disponen de una extensión espacio-temporal definida y relacional. Surgen en lugares y momentos específicos, realizan sus tareas en escalas y horizontes temporales particulares, tienen sus propias capacidades para estirar o comprimir las relaciones sociales y posen sus ritmos propios.

En posteriores artículos detallaremos estas afirmaciones. Por lo pronto concluimos que la teoría poulantziana concentra los elementos necesarios para una teoría crítico-marxista del Estado en el sentido de que: a) se fundamenta en las cualidades específicas del capitalismo como modo de producción; b) atribuye a la lucha de clases un lugar fundamental con relación al proceso de acumulación; c) establece las relaciones entre economía y política sin reducciones mutuas, derivaciones abstractas o tratamientos aislados; d) admite las diferencias histórico-nacionales en la conformación de las funciones estatales; e) reconoce la influencia de clases no capitalistas e incluso de fuerzas que no son clases en la determinación del Estado. Lo más importante es la historia y la lucha de clases. Esta es la clave para leer Estado, Poder y Socialismo: “la teoría del Estado capitalista no puede ser aislada de una historia de su constitución y de su reproducción.”[9]¿Cuánto estructuralismo habrá en este tipo de afirmaciones?

[1]Carlos Marx, Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, México, Grijalbo, 1968, p. 43. Las cursivas son de Marx.

[2]Ibid., p. 81.

[3]Lucio Colletti, “Introducción a los primeros escritos de Marx”, en La cuestión de Stalin, Barcelona, Anagrama, 1977, p. 147.

[4]Nicos Poulantzas, Estado, Poder y Socialismo, México, Siglo veintiuno editores, 2014, p. 154.

[5]Nicos Poulantzas, La crisis de las dictaduras, México, Siglo veintiuno editores, 1976, p. 104.

[6]Álvaro García Linera, Forma valor y forma comunidad, Madrid, Traficantes de sueños, 2015, p. 12.

[7]Nicos Poulantzas, “El problema del Estado capitalista”, en Horacio Tarcus (compilador), Debates sobre el Estado

capitalista, Buenos Aires, Imago Mundi,1991, p. 169.

[8]Nicos Poulantzas, Estado, Poder y Socialismo, p. 46.

[9]Ibid., p. 23.




Nicos Poulantzas y la teoría política del fascismo: 50 años después




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Nicos Poulantzas y la teoría política del fascismo: 50 años después

Danilo E. Martuscelli

I. Introducción.

En 2020, la publicación de la primera edición de la obra Fascisme et dictadure: La IIIe Internationale face au fascisme (de ahora en adelante: Fascismo y dictadura), de Nicos Poulantzas, cumple 50 años.[i] Se trata de un libro orientado teóricamente por el marxismo y que puede caracterizarse como una de las obras clásicas sobre el fenómeno del fascismo, por su rigor analítico, su originalidad y su repercusión en el debate intelectual y político internacional.

A diferencia de los estudios y discusiones pioneros que abordaron el tema del fascismo en el calor de los acontecimientos, Poulantzas acomete un análisis post factum de este fenómeno, es decir, emprende un estudio con considerable distancia histórica de las experiencias concretas más emblemáticas del fascismo: la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, lo que le permitió: a) articular analíticamente las causas, dinámicas y resultados del proceso de consolidación de esta experiencia; b) observar la relación y el desfase entre las dimensiones económica, ideológica y político-estatal para abordar el proceso de crisis correspondiente a este fenómeno; c) abordar el papel de las clases y fracciones de clase en este proceso, guiado por una problemática teórica que analiza las clases sociales en sus dimensiones económica, política e ideológica; d) así como debatir un conjunto de reflexiones producidas sobre el tema, por intelectuales marxistas y no marxistas, en los 25 años posteriores a la derrota política del fascismo en la 2ª. Guerra Mundial.

Como el tema del fascismo está ganando cada vez más espacio en los debates públicos actuales con la aparición de movimientos y gobiernos de extrema derecha en diversas partes del mundo, como sucede con el gobierno Bolsonaro en Brasil, es oportuno llevar a cabo una evaluación crítica de las tesis expuestas por Nicos Poulantzas en la obra Fascismo y dictadura. En este sentido, proponemos enfatizar en este artículo la discusión sobre los alcances y límites de este trabajo como teoría política del fascismo, lo que implica tomar en consideración los siguientes aspectos: a) la relación entre teoría política e historia y su contribución a la elaboración de una periodización política del fascismo; y b) la caracterización del fascismo como una forma de régimen específico del “Estado capitalista de excepción”, es decir, como régimen político dictatorial particular inscrito en el desarrollo mismo del Estado capitalista.

II. Teoría política e historia: la periodización política del fascismo.

Uno de los principales objetos de análisis de la obra Fascismo y Dictadura son las tesis sobre el fascismo aprobadas en el ámbito de la III Internacional (IC), entidad que aglutinó a organizaciones y partidos comunistas de diversas partes del mundo. Es de la evaluación crítica de estas tesis y sus variaciones tácticas y estratégicas en el contexto de las décadas de 1920 y 1930, que Poulantzas concluirá que la concepción economicista del fascismo, defendida por la III Internacional, contribuyó al desarme político e ideológico del movimiento obrero y comunista internacional en esta coyuntura histórica por estar marcada por la “ausencia de una línea de masas” y por el “abandono del internacionalismo proletario”, elementos considerados relevantes para la efectividad política de la lucha de los comunistas contra el fascismo.

Sin embargo, Poulantzas no prioriza en su análisis la discusión de la estrategia política y la efectividad de una determinada línea política a ser adoptada por los comunistas contra el fascismo, ni considera que los factores subjetivos que involucran la táctica política y la estrategia de los comunistas, considerados aisladamente, explican las dificultades de la lucha antifascista de las décadas de 1920 y 1940. La estrategia y la eficacia políticas se conciben más como resultado que como punto de partida para su caracterización del fascismo. A lo largo de su obra, Poulantzas se dedica a refutar, incorporar y asimilar críticamente un amplio abanico de estudios y reflexiones sobre el fascismo, guiados por diferentes cuestiones teóricas y políticas.

Así, su principal contribución al examen del fascismo constituirá el campo de la teoría política, un lugar desde el cual moviliza y articula una serie de nociones y conceptos, tales como: forma de Estado, forma de régimen, bloque en el poder, escena política, dictadura, democracia, clases y fracciones de clase, fracción hegemónica, fracción reinante, clase poseedora del aparato estatal, aparatos estatales represivo e ideológicos, hegemonía y crisis de hegemonía, etc.; y formula, de manera original, el concepto de fascismo como una “manera particular de régimen de la forma de un Estado capitalista de excepción”. Por tanto, es posible coincidir con Jessop (1985),[ii] cuando afirma que Fascismo y dictadura contiene reflexiones sobre estrategia y teoría política, pero consideramos que es la teoría política del fascismo la que ocupa el lugar primordial en este trabajo y orienta el conjunto de sus análisis.[iii]

Para comprender mejor la originalidad de la obra de Poulantzas, es necesario distanciarnos de algunas posibilidades de interpretación de su obra que toman lo secundario como principal. En esta perspectiva, consideramos que el libro Fascismo y dictadura no se puede enmarcar como obra historiográfica. El propio Poulantzas ya nos había advertido sobre este tema. De hecho, la obra contiene análisis concretos de los casos de los fascismos alemán e italiano, pero, como observa el autor, dichos análisis se toman fundamentalmente como ilustraciones históricas del objeto de investigación:

(…) no se trata aquí de un estudio historiográfico de los fascismos alemán e italiano, sino un estudio de teoría política, e, indudablemente, este estudio no puede hacerse más que a través de una investigación histórica a fondo. Pero ni el tratamiento del material, ni sobre todo el orden de exposición pueden ser los mismos en los dos casos. En la circunstancia presente, he tratado de despejar los rasgos esenciales del fascismo como fenómeno político específico: los “acontecimientos” históricos y los detalles concretos no se consideran aquí más que en la medida en que permiten ilustrar oportunamente el objeto de la investigación (POULANTZAS, 1976, p. 3).

No se trata de dudar de la necesidad de profundizar el debate historiográfico sobre el tema, señalando sus límites y alcances, pero a diferencia de la crítica historiográfica realizada por Caplan (1977) a la interpretación del fascismo realizada por Poulantzas, para los propósitos de este artículo, consideramos más apropiado abordar lo que es central en su obra: la teoría política del fascismo. Con eso, se hace oportuno debatir inicialmente dos aspectos centrales de su libro que se relacionan con la construcción de su teoría política y la historia. Nos referimos a la crítica al historicismo y la periodización política del fascismo.

En general, los análisis historicistas tienden a crear una relación de identidad entre concepto y hecho histórico y a considerar que la validez del concepto de fascismo está asociada al tiempo y lugar en el que fue producido.[iv] Es contra tal tendencia que Poulantzas se pronuncia en el examen del fascismo. Para él, el fascismo no es un fenómeno que se remonta solo a las décadas de 1920 y 1940 ni se circunscribe geográficamente a dos formaciones sociales europeas o capitalistas centrales. Como una de las formas de régimen del “Estado capitalista de excepción”, el fascismo se presenta como un hecho histórico que puede manifestarse en contextos históricos diferentes al original, como sucede también con el bonapartismo y las dictaduras militares.

Al parafrasear a Horkheimer, señala que los que no hablan de capitalismo, deben callarse sobre el fascismo; Poulantzas (1976, p. 7) sostiene que: “(…) es el que no quiere hablar de imperialismo quien debería también callarse en lo que al fascismo se refiere”. Y agrega: “el fascismo (…) se sitúa en la etapa imperialista del capitalismo”. Por tanto, el fascismo se caracteriza como un fenómeno histórico propio de la etapa imperialista del capitalismo, más especialmente de sus situaciones de crisis, no habiendo surgido en épocas históricas anteriores. Esto no lo lleva a concluir que cualquier crisis imperialista necesariamente derivaría en el surgimiento del fascismo, ya que tal fenómeno se manifiesta concretamente como uno de los posibles resultados –ni únicos ni inevitables– del proceso de crisis del imperialismo. Tal afirmación puede ser válida, tanto para comprender el contexto del propio fascismo original, como para entender las posibilidades de resurgimiento de este fenómeno en épocas posteriores, alejando así el análisis de Poulantzas de una visión historicista que confinaría al fascismo a un período histórico particular.

En cuanto a la periodización política, que sólo se puede hacer de manera consistente, post factum, Poulantzas retoma las discusiones presentes en la obra Pouvoir politique et classes sociales (de ahora en adelante: Poder político y clases sociales), publicada en 1968, especialmente las relacionadas con la teoría del bloque en el poder para aplicarla a análisis político del fascismo.[v] Esto se puede ver en la forma en que moviliza los conceptos de fracción hegemónica, cuyos intereses predominan ante la política de Estado sobre los de las demás fracciones que integran el bloque en el poder; fracción reinante, cuyos intereses reinan en el ámbito de la escena política y ejercen un dominio ideológico sobre todas las clases sociales; y la clase poosedora del aparato estatal, una clase que ocupa lo cumbre del Estado. Además, la periodización política del proceso de fascistización propuesta por Poulantzas toma en cuenta los cambios que se producen en estos tres niveles como resultado de las luchas entre clases y fracciones de clases.

En el análisis de Poulantzas, los casos concretos de los fascismos alemán e italiano están vinculados a la transición del capitalismo competitivo al capitalismo monopolista, pero, como señala: “(…) el fascismo no es en absoluto un fenómeno exclusivamente ligado a este ‘período’”, porque corresponde al fenómeno general de las crisis políticas, producto de las luchas de clases en una coyuntura dada y que “pueden muy bien surgir en períodos diferentes” (POULANTZAS, 1976, p. 52)

Para estos mismos casos concretos, el autor observa una cierta dinámica política que avanza a través de los siguientes pasos:

  1. a) Uno de los principales factores que crea las condiciones para el surgimiento del proceso de fascistización es la derrota estratégica de la clase obrera y las masas populares tras el enfrentamiento con las clases dominantes en un proceso de ofensiva política, como fueron los casos de las experiencias revolucionarias que fracasaron en el Alemania, en 1918-1919, e Italia, en 1919-1920.
  2. b) Lo que se observa, a continuación, es un proceso en el que la burguesía se coloca en la ofensiva política y que corresponde a un “proceso de politización declarada de la lucha de clases del lado del bloque en el poder” (POULANTZAS, 1976, p. 72), pero tal ofensiva se da en un contexto de crisis de hegemonía que afecta la organización del bloque en el poder y permite el surgimiento de una fuerza social (la pequeña burguesía) que se presenta en la escena política de manera organizada en un partido de masas: el partido fascista. Poulantzas señala aquí un punto esencial para entender el fenómeno del fascismo, es decir, el proceso de fascistización está profundamente ligado a la existencia de una base social de masas organizada y movilizada.
  3. c) Esta situación se prolonga hasta el “punto de no retorno” o “irreversibilidad”, que se caracteriza como tal porque coincide con la realización de la alianza entre la pequeña burguesía organizada en el partido fascista y el gran capital monopolista que confisca la revuelta pequeñoburguesa y comienza a dirigirla políticamente, garantizando así las condiciones para la llegada del fascismo al poder.
  4. d) En el primer período del fascismo en el poder, la pequeña burguesía se consolida como clase reinante, debido a los fuertes lazos de esta fracción con el partido fascista y la presencia masiva de este partido en la escena política, y comienza a convertirse en la clase mantenedora del aparato de Estado, ubicándose en los principales puestos del alto escalón del Estado. El gran capital monopolista, en cambio, se proyecta como la fracción hegemónica del bloque en el poder, pues el Estado fascista comienza a cumplir la función de priorizar sus intereses materiales, poner fin a la crisis hegemónica, así como neutralizar las contradicciones entre la nueva fracción hegemónica y las otras fracciones dominantes.
  5. e) En la última etapa que corresponde a la estabilización del fascismo en el poder, el gran capital monopolista se erige como fracción hegemónica y desplaza a la pequeña burguesía de la condición de fracción reinante en la escena política, al traspasar la capacidad real de gobierno a la policía política y subordinar el partido fascista a la burocracia estatal.

Si bien hay que considerar que la periodización política propuesta por Poulantzas toma como referencia el fascismo originario constituido como forma de régimen, llama la atención la sofisticada manera en que aborda el proceso político, sus diferentes dimensiones y las conecta con las luchas entre clases y fracciones de clase. De esta periodización política es posible extraer algunas conclusiones que pueden orientar el análisis del ascenso y consolidación del fascismo en diferentes períodos históricos:

La primera es que el ascenso político del fascismo es precedido por un proceso de derrota estratégica de los movimientos obreros y populares. Es decir, el auge del movimiento fascista está ligado a una situación en la que los movimientos obreros y populares se encuentran a la defensiva después de haber pasado por sucesivas derrotas políticas. Esta tesis se enfrenta a una serie de análisis que buscaban identificar la emergencia del fascismo como respuesta a la ofensiva del movimiento socialista, como si la disyuntiva socialismo o fascismo estuviera a la orden del día.

La segunda es que el fascismo surge en una coyuntura de crisis política, o mejor dicho, una coyuntura de crisis de hegemonía, resultante de una acumulación de contradicciones, que incide en la organización del poder político, es decir, ninguna de las fracciones dominantes logran imponer dirección política al bloque en el poder, provocando una oscilación de una situación de inestabilidad a otra de incapacidad hegemónica; en cuanto a la escena política, se observa una crisis de representación política que afecta la relación entre las fracciones de la clase dominante y sus organizaciones/partidos tradicionales, que se desplazan al pasillo de la escena política, para referirse a una metáfora teatral. En esta etapa, el conjunto del bloque en el poder se coloca en la ofensiva política contra los trabajadores: “(…) la lucha política del bloque en el poder contra las masas populares ocupa el lugar dominante respecto de la lucha económica” (POULANTZAS, 1976, p. 72). Nuevamente, Poulantzas busca complejizar el análisis del fascismo, distanciándose de interpretaciones de este fenómeno que tendían a ocultar o secundar las diferencias entre democracia liberal y fascismo al considerarlos como regímenes representativos del gran capital.

La tercera conclusión, que podemos sacar de este análisis, es que la combinación de derrota estratégica de las clases populares, crisis de hegemonía política en el seno del bloque en el poder y crisis de representación política de las clases dominantes (crisis de los partidos tradicionales), deja espacio para la constitución de la pequeña burguesía como fuerza social organizada en forma de partido de masas. La pequeña burguesía, que ocupa una posición intermedia entre las dos clases sociales fundamentales, se convierte en la principal base social o fuerza motriz del movimiento fascista.

La cuarta conclusión es que la alianza de la pequeña burguesía con la fracción dominante que pretende elevarse a la condición de fracción hegemónica en el bloque en el poder, es fundamental para consolidar el fascismo en el poder. Esto significa que la base social del fascismo, que se origina principalmente en la masa de la pequeña burguesía, ahora está siendo políticamente impulsada por los intereses del gran capital monopolista, que guía la revuelta pequeñoburguesa hacia sus fines políticos, y esto permite que el fascismo se instale en el poder. O, para ser más precisos, la llegada del fascismo al poder está ligada a un proceso de redefinición de la hegemonía política en el seno del bloque en el poder y la ruptura institucional que se materializa con la constitución de una nueva rama del aparato estatal como rama dominante, en términos de capacidad de gobierno: la rama de la policía política.

La quinta conclusión es que el fascismo se constituye como un régimen político dictatorial que cuenta con una base social de masas organizada y movilizada, que se diferencia tanto del carácter predominantemente tecnocrático de las dictaduras militares que evitan la politización de las masas y tienden a contar con apoyo masivo esporádico al implementar el nuevo régimen; en cuanto a las dictaduras bonapartistas que tienen una base social de masas, pero cuyo apoyo se hace pasivamente sin convertirse en una fuerza social organizada y movilizada en la escena política. Estas conclusiones sobre la comparación de las bases sociales de las dictaduras fascista, bonapartista y militar no son sistematizadas por Poulantzas en la obra Fascismo y dictadura. El autor solo aborda la existencia del partido fascista de masas como un aspecto definitorio del fascismo. Sin embargo, consideramos importante hacer estas adiciones, ya que las diferencias entre estos tres tipos de dictadura no se limitan a la configuración de una rama específica del aparato estatal como rama dominante, como sugiere Poulantzas: fascismo (policía política), bonapartismo (burocracia civil) y dictadura militar (Fuerzas Armadas). Consideramos que las distintas configuraciones de las bases sociales en los tres casos: bases organizadas y movilizadas en el fascismo, base que ofrece apoyo pasivo en el bonapartismo y apoyo esporádico en la dictadura militar, son también aspectos importantes para la definición de estos regímenes.[vi]

Finalmente, la sexta conclusión es que las funciones de la fracción hegemónica (¿quién ejerce el poder político? ¿O quién tiene sus intereses priorizados por el contenido de la política de Estado?), reinante (¿quién ejerce el dominio ideológico en la escena política? o, en caso específico del fascismo, ¿quién es el motor impulsor del movimiento de masas?) y poseedora del aparato estatal (¿quién gobierna?, o incluso, ¿a qué clase pertenecen los que ejecutan la política de Estado?) sufren transformaciones a lo largo del proceso de fascistización y la consolidación del fascismo, siendo ocupado por diferentes clases y fracciones de clase.

En vista de lo anterior, consideramos que esta herramienta teórica utilizada por Poulantzas para analizar el proceso de fascistización y la consolidación del fascismo se puede concebir como una herramienta importante para examinar los zigzags coyunturales propios de una crisis política, los lugares donde las diferentes clases y fracciones de la ocupación de clase en el proceso político y los impactos que los conflictos de clase tienen en la organización de las ramas del aparato estatal, el contenido de la política estatal y la escena política. En resumen, en cuanto a la periodización política, el estudio realizado por Poulantzas ofrece elementos para abordar el fenómeno del fascismo desde una perspectiva que no descuida las relaciones entre clases e instituciones estatales/políticas; entre Estado y economía; entre economía, política e ideología, ni ignora las diferencias entre las clases y fracciones de clase que ejercen el poder político (fracción hegemónica), constituyen la base social del fascismo (fracción reinante) y ejecutan la política de Estado (clase mantenedora del aparato estatal).

También enfatizamos que el análisis de Poulantzas no se limita a situar el fascismo en una fase específica del capitalismo (por ejemplo, la transición al capitalismo monopolista), ni a caracterizar el fascismo como un fenómeno típico de las formaciones sociales capitalistas imperialistas. Para él, el fascismo es un fenómeno político posible en el seno de los límites del tipo de Estado capitalista en la etapa imperialista del capitalismo. El enfoque de Poulantzas también no vincula el fascismo con un tipo específico de política económica y social (keynesiana, desarrollista, neoliberal etc.), o con una configuración interna específica del bloque en el poder. Este conjunto de elementos no es concebido por Poulantzas como aspectos fundamentales para la caracterización del fascismo. Dicho esto, vale la pena responder a la pregunta: ¿qué es el fascismo para Poulantzas?

III. El fascismo como «forma de régimen del Estado capitalista de excepción».

La caracterización del fascismo como una “forma de régimen del Estado capitalista de excepción” es el aspecto central original del análisis desarrollado en Fascismo y dictadura.[vii] En este trabajo, Poulantzas no se dedica al estudio de los tipos de Estado en general o el tipo de Estado capitalista en particular, sino que se centra en la discusión sobre la variación de las formas de Estado bajo las cuales se encuentra en su evolución el tipo histórico de Estado capitalista. En particular, aborda la forma de Estado capitalista de excepción y sus respectivas formas de régimen, lo que le lleva a prestar especial atención al examen del régimen fascista.

En este sentido, se puede decir que Poulantzas se refiere al concepto de forma del Estado para abordar dos dimensiones analíticas distintas. En una primera definición, la forma de Estado alude a las etapas históricas del desarrollo capitalista: el capitalismo competitivo que corresponde a la existencia de la forma estatal liberal y el capitalismo monopolista (imperialismo) que surge gracias a la presencia de la forma de Estado intervencionista. Para el autor, la forma de Estado intervencionista juega un papel importante en la transición del capitalismo competitivo al capitalismo monopolista, etapa que está marcada económicamente por la concentración y centralización del capital, por el surgimiento del capital financiero, resultado de la fusión de los capitales bancario y industrial, el predominio de las exportaciones de capital sobre el comercio de mercancías, la búsqueda incesante de los países imperialistas de colonias por razones fundamentalmente económicas, etc. A nivel general, los rasgos comunes de todas las experiencias que encajan en la forma de un Estado intervencionista serían los siguientes: “una recrudescencia del papel de los aparatos ideológicos y una merma de la autonomía relativa de estos aparatos, debidos a la dominación política masiva del capital monopolista” (POULANTZAS, 1976, p. 375). En este proceso de transición al capitalismo monopolista, Poulantzas entiende que hay, por tanto, un fortalecimiento del papel del Estado, que mitiga a partir de la 2ª. Guerra Mundial.

En esta primera definición, la forma de Estado se caracteriza por la relación que se establece entre lo económico y lo político, es decir, la forma de Estado intervencionista concierne, como su nombre indica, el papel intervencionista del Estado en la economía para garantizar los intereses del gran capital monopolista. En los casos alemán e italiano, Poulantzas considera que el refuerzo del papel intervencionista del Estado se puede ver en un proceso de creciente centralización política que corresponde a una “unidad nacional vacilante”: “(…) podría decirse en cierto modo que todo sucede como si Alemania e Italia hubieran saltado la forma del Estado liberal” (IBIDEM, pp. 28-29).

En términos generales, Poulantzas identifica dos formas de manifestar esta forma de Estado intervencionista: una que corresponde a la existencia de estabilidad política, en la que no se observa una crisis de hegemonía, lo que él llama forma «normal» de Estado capitalista; y otro que se configura en medio de un proceso de crisis de hegemonía, que lo lleva a caracterizarlo como una forma de Estado capitalista “de excepción”. Esta forma de Estado albergaría tres formas de régimen: fascista, bonapartista y militar.

Es precisamente la forma del Estado capitalista “de excepción” la que ganará centralidad en el análisis desarrollado en Fascismo y dictadura. A lo largo del libro, aunque ocasionalmente y en pasajes aislados, el autor utiliza otras nomenclaturas para caracterizarlo, como: “forma crítica del Estado” (POULANTZAS, 1976, p. 352) o “forma de crisis (… ) del Estado capitalista” (IBIDEM, p. 371). Se observa, por tanto, que esta forma de Estado está ligada a la existencia de una crisis política, no revolucionaria, que, en el caso del fascismo original, tiene tres características fundamentales ya mencionadas anteriormente: derrota estratégica y defensiva del movimiento obrero y popular, crisis de la hegemonía política en el seno del bloque en el poder y constitución de la pequeña burguesía como fuerza social (partido fascista). Aquí, la caracterización de la forma estatal se refiere a la autonomía relativa del Estado respecto al bloque en el poder y al gran capital monopolista, cuya hegemonía política busca establecer esta forma de Estado.

Así, si los conceptos de forma de Estado capitalista «liberal» o «intervencionista» aluden a la relación entre lo político y lo económico, los conceptos de Estado capitalista «normal» o «de excepción» se refieren a la relación entre Estado y las clases dominantes. Como la forma «de excepción» de Estado capitalista abarca una situación histórica de crisis de hegemonía, sería más apropiado tratarla como una «forma de crisis» del Estado capitalista que emplear la idea de «excepción» para caracterizarla, pero el límite de esta definición estaría en que la consolidación del fascismo corresponde al establecimiento de la hegemonía política del gran capital monopolista y, por tanto, a la superación de la situación de crisis de hegemonía. En otras palabras, la noción de forma de crisis correspondería más al proceso de fascistización que a la consolidación del fascismo, al fascismo establecido, constituyéndose como una noción sólo parcialmente válida y adecuada.

La crítica elaborada por Boukalas (2018) a la noción de “Estado de excepción”, formulada por el filósofo Giorgio Agamben, nos ayuda a problematizar la categoría de excepción concebida como algo opuesto o distinto a la norma, tal como lo utiliza Poulantzas: “Sin contenido, la norma es un corolario implícito de la excepción. Pero la excepción debe establecer su contenido en relación con la norma. Si la norma es vacía, entonces vacía es la excepción. ¿Cómo sabes cuál es cuál? » (BOUKALAS, 2018, p. 37). A los efectos de este artículo, cabe preguntarse: ¿cómo es posible describir una forma particular de Estado capitalista como excepcional, si Poulantzas no define o describe con rigor lo que constituye la normalidad? Como ya ha señalado Boito Jr. (s/f), ni la tipicidad de la democracia burguesa ni la excepcionalidad de la dictadura son caracterizadas por Poulantzas, argumento que solo refuerza la pertinencia de la analogía que hicimos con la crítica de Boukalas a Agamben.

Para abordar la especificidad de lo que Poulantzas llama el Estado capitalista “de excepción”, es oportuno no solo referirse a la idea de crisis política que corresponde a dicho Estado, sino que es más apropiado reemplazar la palabra excepción por dictadura. Tal operación analítica podría realizarse resumiendo las características del Estado capitalista, formulado en la obra Poder político y clases sociales. Por lo tanto, sería necesario señalar que, en el tipo de Estado capitalista, los miembros de todas las clases sociales son concebidos como individuos ciudadanos bajo el derecho civil. Si el tipo de Estado capitalista establece esta condición básica que lo distingue de otros tipos de Estado (esclavista o feudal) que, en el plan de los derechos civiles, dan un trato desigual a los socioeconómicamente desiguales, es posible distinguir dos formas principales de Estado capitalista: la democrática y la dictatorial. En la forma de un Estado capitalista democrática: la ciudadanía política está garantizada a los miembros de todas las clases sociales; ya en la forma de un Estado capitalista dictatorial, “la ciudadanía política se niega a miembros de todas las clases sociales” (SAES, 1987, p. 52).

En esta perspectiva, en la forma de un Estado capitalista democrática, el encubrimiento de los intereses de clase que representa el Estado, es producido por la ideología del pueblo-nación y garantizado por la burocracia estatal autonombrada (civil y militar) y por miembros de los poderes Ejecutivo y Legislativo, designados por todas las clases sociales a través del sufragio universal. En estas condiciones, los autonombrados y los representantes electos del pueblo-nación tienen una verdadera capacidad de gobierno, es decir, tienen la responsabilidad de implementar la política de Estado, responsabilidad que puede ser compartida de manera jerárquica o equilibrada entre el Ejecutivo y el Legislativo. Ya, en la forma de un Estado capitalista dictatorial, es la burocracia estatal autonombrada la que ostenta exclusivamente tal capacidad de gobierno, lo que implica otorgar al sufragio universal un papel nulo o significativamente secundario hasta el punto en que el Parlamento asume sólo un papel “decorativo” en relación con las acciones de la burocracia estatal.

Por tanto, la característica común a todas las formas de Estado capitalista dictatorial, que Poulantzas llama “de excepción”, está ligada al hecho de que la burocracia estatal asume exclusivamente la capacidad de decisión previamente atribuida constitucionalmente también a los órganos estatales constituidos por medio de sufragio universal. Poulantzas presenta algunas características generales de lo que él llama un Estado capitalista “de excepción”, que traducen bien lo que venimos diciendo hasta ahora. En relación a la ley, “(…) es la arbitrariedad la que reina” (POULANTZAS, 1976, p. 380). Como resultado, el Estado tiene ahora una cierta «libertad de acción» para reorganizar las relaciones de fuerzas. No hay límites “legalmente fijados”: “todo cae virtualmente en la esfera de la intervención estatal” (IBIDEM, p. 381). Además, hay una “suspensión del principio electoral”, producto de la crisis ideológica y la crisis de representación política que atraviesan los partidos burgueses tradicionales. Esto permite acentuar la burocratización y los mecanismos de cooptación y control de la designación de los miembros de la burocracia estatal, lo que no impide el uso de expedientes como plebiscitos o referendos para legitimar las acciones de esta burocracia.

Habiendo hecho estas observaciones sobre lo que preferimos llamar la forma de un Estado capitalista dictatorial, pasemos al tratamiento del fascismo como una forma de régimen específico y posible para esta forma de Estado. Como ya se mencionó, Poulantzas trabaja con la tesis de que la forma de Estado capitalista «de excepción» admite tres formas principales de régimen para las que también utiliza el término «excepción»: la dictadura fascista, la dictadura bonapartista y la dictadura militar. En su análisis, tales formas de régimen “no son fenómenos limitados en el tiempo” (POULANTZAS, 1972, p. 6),[viii] y pueden reaparecer en otros contextos históricos, aunque no tengan las mismas características que las formas originales:

En cuanto al propio fascismo, cuyo resurgimiento sigue siendo posible, no se debe creer tampoco que revestiría forzosamente, como tampoco el proceso de fascistización que a él condujera, formas idénticas a las del pasado. La historia no se repite jamás por completo. Una misma forma de régimen de excepción y una misma especie de crisis política presentan rasgos distintos, según los períodos históricos en lo seno de los cuales surgen (POULANTZAS, 1976, p. 425)

El punto en común de estas tres formas de régimen es la apropiación exclusiva de la capacidad gubernamental real por parte de la burocracia estatal, que Poulantzas (1976, p. 387) identifica como “burocratización’ pronunciada”. El aspecto fundamental para distinguirlos es lo que el autor denomina “la rama dominante del aparato estatal”. Para él, la diferencia entre las tres formas de régimen está en el predominio de la burocracia civil (dictadura bonapartista), el ejército (dictadura militar) y la policía política (fascismo) sobre el resto del aparato estatal, es decir, las formas de régimen “de excepción” (que llamamos dictatorial) corresponden a un nuevo ordenamiento de las relaciones que se establecen entre las ramas del aparato estatal. Debido a que el establecimiento de estas formas de régimen implica efectivamente una ruptura institucional con la forma de régimen democrático, en el marco del tipo de Estado capitalista se establecerá una nueva jerarquía entre las ramas del aparato estatal, expresando así un proceso de emergencia de una nueva fracción hegemónica en el bloque en el poder.

En este sentido, Poulantzas establece una relación de correspondencia entre ruptura institucional, nueva jerarquía de ramas del aparato estatal y redefinición de la hegemonía política en el bloque en el poder. Si bien tales formas de régimen no pueden definirse mediante una caracterización particular del bloque en el poder y la fracción hegemónica, es posible decir que los procesos de instauración de estos regímenes están asociados a una crisis política (crisis de hegemonía) – proceso de fascistización -– y a una redefinición de esta hegemonía: la consolidación del fascismo en el poder. En el caso específico del fascismo, es posible añadir la existencia de una base social de masa organizada y movilizada que se constituye en fracción autónoma en la escena política y apoya el régimen fascista, lo que la distingue de las bases sociales típicas de la dictadura bonapartista (apoyo pasivo) y de la dictadura militar (apoyo esporádico)

Poulantzas también distingue la primera fase del régimen fascista de la fase del régimen establecido. Así, señala que son fuerzas exógenas al aparato estatal que llega a dominar las ramas de este aparato, ejerciendo simultáneamente las funciones represiva e ideológica. En la primera fase del régimen fascista, es el partido fascista el que asume este papel dominante e invade “desde fuera” el aparato represivo (POULANTZAS, 1976, p. 392). La diferencia de la forma de régimen fascista, en relación con otras formas de régimen dictatorial, es precisamente la movilización permanente de las masas populares que el partido fascista busca impulsar primero desde fuera y luego en el seno del aparato estatal. Si bien existen contradicciones entre el partido fascista y los poderes del aparato del Estado, su acceso al poder también se debe a la connivencia de dichos poderes en principio, ya que, luego, con el régimen establecido, el partido fascista se subordina al aparato estatal, sin fusionarse con él.

Para Poulantzas, la ideología fascista que guía la acción del partido fascista como partido de masas, atiende, en un proceso de “adaptación-torsión de la ideología burguesa”, a las aspiraciones de la pequeña burguesía. Si bien tales aspiraciones contienen aspectos genéricamente anticapitalistas de crítica a la “gran riqueza”, los monopolios, los bancos y lo capital de préstamo, al analizar la ideología fascista, el autor destaca una serie de características que pueden concebirse como síntoma de la presencia del principio del burocratismo en la forma de ideología del pueblo-nación. Es decir, la ideología fascista lejos de contradecir el efecto de representación de la unidad que produce el principio del burocratismo propio del Estado capitalista, se presenta como una de sus posibles formas de manifestación, sobre todo si consideramos parte de los aspectos destacados por Poulantzas que constituyen esta ideología, tales como: estadolatría o “culto al Estado”, que corresponde al “fetichismo del poder” sostenido por la pequeña burguesía, expresándose también a través del “culto al jefe” y la defensa de una “autoridad jerárquica”; el “culto a lo ‘arbitrario’” que concibe las reglas legales como orden del jefe, lo que permite resaltar la “ideología moral” que se ancla en las nociones de “honor y deber”; el elitismo y el racismo antisemita; el nacionalismo asociado con el “culto exacerbado de la entidad mística que es la ‘nación’”; el militarismo que combina nacionalismo, autoritarismo, jerarquía y culto al jefe; y el corporativismo, que se caracteriza por ser una forma de asegurar la participación política de la pequeña burguesía en el proceso político a través del Estado.

En esta perspectiva, la ideología fascista puede ser tratada simultáneamente como una expresión de las aspiraciones de la pequeña burguesía, de ahí una de las posibles explicaciones del carácter de masas del movimiento fascista, y como una forma de manifestación específica de la ideología del pueblo-nación. No es casual, por tanto, que el partido fascista consiguiera, en un principio, acomodarse al aparato estatal, a medida que se desarrolla el proceso de fascistización del llamado aparato represivo. Con la instauración del fascismo, ese mismo partido fascista comenzará a posicionarse de manera subordinada en el aparato estatal y a servir los intereses de la nueva fracción hegemónica del bloque en el poder: el gran capital monopolista. Con la consolidación del régimen fascista, es la policía política la que se convierte en la rama dominante y asume el control del proceso de toma de decisiones del estado. ¿Qué caracteriza a esta policía política?

La policía política se define como la rama dominante del aparato estatal, pero está directamente sujeta a la voluntad del jefe supremo. Asume gradualmente un dominio ilimitado de intervención sobre las principales ramas del aparato estatal y el contenido de la política estatal, traducido en el control de la seguridad, la administración y las actividades militares. Así, comienza a jugar un papel represivo e ideológico. Este proceso se consolida a través de lo que Poulantzas denomina “connivencias profundas” entre el partido fascista y el aparato policial, teniendo como razón explicativa la lucha llevada a cabo por el aparato represivo estatal contra las masas populares. Sobre este tema de la connivencia, cabe señalar que lejos de perder el monopolio del ejercicio de la fuerza y la violencia legítima, el aparato represivo jugará un papel importante frente a las milicias privadas, al armarlas: “(…) se trata aquí es de una transferencia o delegación de funciones, que se legitima, por lo demás, pelo el camino indirecto de la magistratura” (POULANTZAS, 1976, p. 397).

Además, Poulantzas (1976) está consciente de que el fascismo, como movimiento inicialmente exógeno al aparato del Estado, busca infiltrarse fundamentalmente a través de la administración civil y la policía, realizando lo que él llama un asalto simultáneo a la periferia y a al centro de este dispositivo. En otras palabras, en el caso alemán, el fascismo influye inicialmente en la base del ejército y la policía de los gobiernos locales, lo que le permite eludir el control que la dirección del ejército ejerce de forma centralizada sobre el aparato represivo. Poco a poco, la propia dirección del ejército recluta milicias privadas para garantizar la defensa de las fronteras. Así, las milicias privadas que se encontraban fuera del aparato represivo, llegan a controlarlo, incluso constituyendo una “red paralela de poder”, como fue el caso de las S.S.:

El aparato SS encarnaba concretamente, para el nacionalsocialismo, el desplazamiento entre aparato represivo de Estado y aparatos ideológicos de Estado (…) precisamente a causa de este reclutamiento en masa y de esta formación ideológica, la policía política SS no se convirtió, como suele suceder con la policía secreta de las otras formas de Estado burgués, en un “Estado en el Estado” en el sentido riguroso, sino que se mantuvo estrechamente controlada por los dirigentes nacionalsocialistas (IBIDEM, p. 406).

En el caso italiano, las milicias fascistas no cumplen el mismo papel represivo e ideológico que las milicias S. S. hitlerianas, ejerciendo menos control sobre el aparato represivo, ya que la cúpula del ejército fue conquistada por el fascismo. En relación con la administración civil, la policía política ejerce control sobre las intervenciones del aparato del Estado, pero no sobre su contenido. En definitiva, la red paralela de poder está menos desarrollada que la existente en Alemania, pero aún así, la policía política asume el papel dominante sobre todas las ramas y aparatos del Estado.

IV. La actualidad de Fascismo y la dictadura: 50 años después.

¿Cuál sería la actualidad de la obra Fascismo y dictadura, 50 años después? Inicialmente, es necesario resaltar la caracterización del fascismo como un fenómeno histórico que emerge en una situación de una crisis política particular en el seno del desarrollo histórico del tipo de Estado capitalista. Como fenómeno histórico, el fascismo no se concibe como algo fechado, sino como una de las posibles formas de régimen que puede asumir el Estado capitalista, es decir, el fascismo es una posibilidad histórica para la realidad del Estado capitalista. Tal crisis política no debe confundirse, por tanto, con una crisis revolucionaria, en la que podría configurarse una situación de doble poder que pondría en jaque la existencia misma del Estado capitalista. Es una aguda crisis política inscrita en la dinámica misma de la reproducción del capitalismo, que resulta en procesos complejos y conflictivos de realineamiento político de clases. Poulantzas caracteriza esta crisis como una crisis de hegemonía y la vincula a la derrota estratégica previa del movimiento obrero y popular, la politización de la lucha del bloque en el poder contra las masas populares, la incapacidad de una fracción de las clases dominantes dirigir políticamente este bloque en el poder, la existencia de una crisis de representación política que atraviesa los partidos tradicionales y lo surgimiento de la pequeña burguesía como fuerza social organizada en un partido político de masas (el partido fascista).

La resolución de esta crisis de hegemonía está directamente relacionada con los siguientes procesos: constitución de la alianza de la pequeña burguesía con el gran capital monopolista, que Poulantzas aborda como un «punto de no retorno» para el ascenso político del fascismo; redefinición de la hegemonía política en el seno del bloque en el poder, que, con el régimen fascista establecido, es asegurada por el gran capital monopolista en el contexto de las experiencias clásicas del fascismo; transformaciones en el dominio ideológico, que permite que el gran capital monopolista ejerza la función de fracción reinante anteriormente ocupada por la pequeña burguesía – este proceso ocurre cuando el partido fascista se integra y se subordina al aparato estatal; configuración de la pequeña burguesía como clase mantenedora del aparato estatal, lo que la hace responsable de implementar la política de Estado del nuevo régimen fascista; y cambios en las relaciones de las ramas del aparato del Estado, abriendo la posibilidad para la constitución de la policía política como rama dominante.

En términos de la teoría política del fascismo, la principal contribución del libro Fascismo y la dictadura fue caracterizar al fascismo como una forma de régimen en la forma de un Estado capitalista “de excepción”, que preferimos definir en este artículo como una forma de Estado capitalista dictatorial. Además, a partir de su análisis, es posible identificar dos rasgos fundamentales que caracterizaron la particularidad de la dictadura fascista: un rasgo institucional, es decir, la policía política como rama dominante del aparato estatal; y un rasgo social, a saber, la constitución de un régimen político que tiene una base de apoyo organizada y movilizada. Estas especificidades –institucional y social– marcan la caracterización de la dictadura fascista cuando, como hemos visto a lo largo del texto, se establece una comparación entre dicha dictadura y las dictaduras bonapartista y militar. El examen de la especificidad de la dictadura fascista, lejos de ser un mero goce intelectual, tiene profundas consecuencias para la lucha antifascista. No observarla puede resultar en errores tácticos y estratégicos de gran magnitud, que incluso han sido cometidos por el movimiento comunista internacional en el pasado. Como nos recuerda Poulantzas (1976, p. 426) en las conclusiones de su libro: “(…) si la historia tiene un sentido, es porque puede servir de lección para el presente”.

Referencias bibliográficas:

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BOITO JR., Armando. Apresentação e discussão do conceito poulantziano de fascismo. In: Angela Lazagna e Tatiana Berringer (org.). A atualidade da teoria política de Nicos Poulantzas. Samto André, Ed. UFABC, (s/d) (no prelo).

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POULANTZAS, Nicos. Fascismo e ditadura: a III Internacional face ao fascismo (vol. I). Porto, Portucalense, 1972.

POULANTZAS, Nicos. Fascisme et dictadure: La IIIe Internationale face au fascisme. Paris, François Maspero, 1970.

SAES, Décio. Democracia. São Paulo, Ed. Ática, 1987.

[i]La primera edición de esta obra fue publicada por la editorial François Maspero en 1970, véase: Poulantzas (1970). La segunda versión, publicada por las editoriales Seuil y François Maspero en 1974, sufrió algunos cambios con respecto a la original. Ya no aparecen en esta nueva edición del libro: el subtítulo “La IIIe Internationale face au fascisme”; el anexo «L’URSS et le Komintern»; los análisis concretos de los casos alemán e italiano del último capítulo del trabajo que abordó el tema del estado fascista; y los últimos párrafos de las conclusiones. Además, se realizaron varios ajustes estilísticos específicos en la redacción de la nueva publicación del libro.

[ii] Jessop (1985) insiste en la tesis de que Poulantzas no encajaba bien con la definición de «marxismo occidental» de Perry Anderson precisamente porque había vinculado teoría y estrategia política en su trabajo, a diferencia de otros análisis, como los realizados por la Escuela de Frankfurt, que habrían abandonado la reflexión sobre estrategia política.

[iii] Al hacer un balance general de los conceptos de Estado y revolución en el itinerario intelectual de Poulantzas, Codato (2008) también sostiene que, en el conjunto de sus principales obras formuladas desde 1968, es posible extraer de la caracterización del Estado capitalista un concepto de estrategia política.

[iv] Retomamos aquí las observaciones críticas realizadas por Boito Jr. (s / d) al trabajo de Poulantzas.

[v] Bensaïd (1973) afirma que Fascismo y dictadura debe entenderse como una obra en la que Poulantzas aplica los conceptos producidos en el libro Poder político y las clases sociales al análisis concreto. Esta tesis solo es creíble si consideramos los conceptos y nociones que se articulan en torno a su teoría del bloque en el poder. No se puede decir lo mismo de su caracterización del Estado capitalista como estructura jurídico-política, formada por el derecho burgués y el burocratismo, que marca efectivamente la relación de Poulantzas con las tesis expuestas por Althusser y su grupo en las obras Pour Marx y Lire Le Capital. Este tipo de tesis ligadas a la matriz oficial althusseriana y que están en la base del concepto de Estado capitalista formulado en la obra Poder político y las clases sociales, fueron abandonadas por Poulantzas en Fascismo y la dictadura, que pasó a adoptar el concepto de Estado capitalista como siendo constituido por un conjunto de aparatos (represivos e ideológicos).

[vi] Extrajimos estas conclusiones sobre las bases sociales de las dictaduras fascistas, bonapartistas y militares de una discusión teórica instigadora sobre el concepto de fascismo, realizada por el profesor Armando Boito Jr. en un seminario realizado en el Centro de Estudios Marxistas (Cemarx)/Unicamp) a principios de octubre de 2020.

[vii] Otro tema que tiene originalidad y relevancia es la relación que el autor busca establecer entre el fascismo y las diferentes clases y fracciones de clase (clases dominantes, clase obrera, pequeña burguesía y clases sociales en el campo), en particular Poulantzas realiza un análisis profundo de las causas de la adhesión o no de estas diferentes clases y fracciones de clase al fascismo. Desafortunadamente, debido a la falta de espacio, no podremos abordar este tema en el presente trabajo. Este debate fue retomado en otro momento por Poulantzas (2019) en un artículo publicado en 1975.

[viii] Nos referimos aquí a la “Nota a la edición portuguesa”.