En memoria de Florestan Fernandes (1920-1995)

Caio Navarro de Toledo[i]

Traducción de Victor Hugo Pacheco Chávez

Este año se cumplieron los 100 años del natalicio de Florestan Fernandes uno de los sociólogos más importantes de Brasil. Desde Intervención y coyuntura lo recordamos con este texto que se escribió después de su fallecimiento y traza su trayectoria político-intelectual.

Fueron muchas las luchas y los combates de Florestan Fernandes durante su fecunda vida. En los años recientes, aunque discapacitado físicamente por una enfermedad –cirrosis hepática provocada por una transfusión sanguínea contaminada— que le implicaba cuidados médicos constantes, Florestan nunca guardó sus armas. Su virtud consistía en desafiar abiertamente a la mala suerte, oponiéndole la lucidez de su espíritu combativo y la fuerza de su integridad moral. La enfermedad no lograba callar la apasionada defensa de las ideas que constituían la propia razón de su existencia. Relata el reportaje de un periódico que, pocos días antes de su muerte, al ingresar a la sala de cirugía, con voz débil, pero tranquila, testificó: “lo que me mantiene vivo es la llama del socialismo que está dentro de mí”.

Para los que hoy, dentro de los círculos intelectuales, optaron por el cinismo de la razón y por el pesimismo de la voluntad –en exacta inversión de lo que enseñaba el revolucionario encerrado en las cárceles del fascismo—, tal declaración no dejará de sonar patética o quijotesca. Sin embargo, lejos de la retórica y de la profesión de fe, Florestan –a través de la afirmación del socialismo— expresa con entera autenticidad la segunda naturaleza que en él se plasmó armónicamente, producto de una aguda sensibilidad humana y una radical intolerancia en contra de toda y de cualquier forma de opresión y explotación social.

El aprendizaje sociológico y político de Florestan, como él lo reconoció, inició en la niñez a la edad de seis años, cuando comenzó a trabajar con el fin de ayudar a su madre –viuda, lavandera y empleada doméstica— a pagar el alquiler de los sótanos o cuartos que servían de vivienda en los barrios de la periferia de la ciudad de São Paulo. Fueron muchas las aventuras y desventuras que moldearon una infancia y adolescencia marcadas por las necesidades de buscar trabajo, muchas veces “humillante y degradante”. Él y su madre –en sus palabras, la “suma de dos debilidades no constituyen una fuerza”—  fueron “arrasados por la tempestad de la vida” y lo que los salvó fue el orgullo salvaje de los desposeídos. Perdido en un mundo hostil, el joven se volvió hacia su interior para descubrir en las “técnicas corporales” y en las “artimañas de los débiles” los medios de autodefensa para poder sobrevivir.

Pero, a partir de la experiencia de vida compartida con los marginados y olvidados de la ciudad, el adolescente aprenderá lecciones decisivas que lo acompañaran durante toda la vida: “El carácter humano me llegó por esas grietas, por las que descubrí que el ‘gran hombre’ no es el que se impone a los otros de arriba para abajo o a través de la historia, es el que extiende la mano a sus semejantes y se traga su amargura para compartir su condición humana con los otros, dándose así mismo, como haría mi Tupinambá”. 

Superando los obstáculos que se planteaban al joven pobre y autodidacta, “sin cuna y sin nombre”, en São Pablo en los años cuarenta, el lumpenproletario llegó a la Universidad de São Paulo (USP). El inusual talento para la investigación empírica y la voracidad para la lectura de bibliografía sociológica y antropológica disponible (la mayoría, en lengua extranjera) transforman al “prometedor estudiante”, en pocos años, en el brillante asistente de la clase de Sociología II. Una ruptura inimaginable en la vida de un hombre de origen humilde.

Integrándose, así, desde muy temprano a la elite pensante de la USP, sofisticándose intelectualmente a través de la educación ilustrada, adquiriendo nuevos patrones de vida. Sin embargo, Florestan nunca negará su “naturaleza salvaje, agreste, de hijo de doña María”; la herencia más preciosa que cargó hasta el fin de su vida, conforme lo señaló en algunos testimonios. Pocos intelectuales en Brasil pueden ser calificados como pensadores originales y creativos. Florestan es uno de ellos. Sin referencia a su obra-documento, cómo ya fue observado, le sería difícil entender la sociedad brasileña contemporánea pues sus trabajos analizan –con argucia y rigor— los dilemas, las contradicciones y las posibilidades de Brasil en este siglo. Más de 50 libros publicados continuaron la orientación de nuevas investigaciones y ensayos académicos en el campo de las ciencias sociales y la reflexión crítica acerca de la formación social brasileña, en sus múltiples dimensiones: economía, política, cultura, relaciones raciales, etc.

Como intelectual militante (marxista y leninista, como gustaba señalar), Florestan buscó siempre responder la inevitable cuestión: ¿Cómo complementar la actividad teórico-científica con el radicalismo político e ideológico? Estaba convencido de que era imposible –y también indeseable e improductivo— separar la investigación sociológica del movimiento socialista, aislando la sociología del socialismo. La realidad, decía, impone que ambos avanzaran interrelacionados, influenciándose de manera permanente, profunda y fecunda. Negándose a aceptar las trampas de la supuesta neutralidad valorativa, fue categórico al afirmar: “En el fondo, tenemos que cargar con la responsabilidad de saber en relación a qué somos funcionales (o instrumentales): o al pensamiento conservador, que se convierte inexorablemente en un pensamiento contrarrevolucionario […] o al pensamiento socialista, el único que encarna las potencialidades de la transformación revolucionaria del orden social imperante en Brasil”.

En este particular, siempre expresó un descontento desenfrenado ante su propia trayectoria intelectual, siendo implacable en su autocrítica: “Todos los intentos que realice para cambiar ambas cosas fallaron”. Pero la explicación tenía razones estructurales independientes a la generosa voluntad del pensador crítico: no existía un movimiento socialista fuerte y enraizado en la sociedad brasileña que sirviera de sustrato y de apoyo para los intelectuales de formación socialista.

Aunque rechazó la observación de que había privilegiado la ciencia “contra el socialismo”, reconocía –hablando de su propia producción académica en los años 40-50— que si “hubiese seguido un camino, en el cual pudiese definir mi perspectiva como cientista social a partir de un movimiento socialista fuerte, nunca sería trabajando con los temas que trabajé”. Hay que observar, por lo tanto, que los trabajos clásicos sobre los tupinambá, el negro y el folclore en la ciudad de São Paulo (que tenían como objeto los excluidos, los marginados, los desposeídos) fueron elaborados sobre la óptica de una teoría social crítica.

Una evaluación cuidadosa y sistemática del conjunto de su obra aún está por hacerse. Además del tema antes mencionado, cuestiones controvertidas, suscitadas por su trabajo, deben discutirse y aclararse. Por ejemplo: en el campo del materialismo histórico, su tentativa de hacer compatible, particularmente en las primeras obras, el método funcionalista y el método dialéctico; la naturaleza de su interpretación marxista, su visión (y crítica) del llamado “socialismo real” y la explicación de su crisis y colapso; la consistencia teórica de su defensa del socialismo revolucionario en el mundo contemporáneo, etc. 

Florestan fue, en Brasil y en el exterior, un convencido enemigo de la dictadura militar. En todo caso, el régimen militar no se equivocó cuando se retiró obligatoriamente de la USP, en intentar intimidar y silenciar su voz. A través de libros, artículos  y entrevistas en periódicos y revistas, cursos y una incansable actividad de conferencista, su palabra nunca fue silenciada. A mediados de los años 80, el tribuno y escritor militante –después de haber rechazado invitaciones anteriores— ingresó en el Partido de los Trabajadores (PT). Reuniendo recursos de la venta de sus libros y con el apoyo entusiasta de los activistas comprometidos con sus ideas, Florestan fue elegido diputado federal en 1986, con más de 50 mil votos. En 1990 fue reelecto, dejando de candidatearse en las últimas elecciones legislativas.[ii]

El intelectual socialista, sin embargo, mantiene siempre una postura crítica hacía la “política profesional”, no se deja seducir por sus encantos, privilegios y facilidades inherentes a la representación parlamentaria en el orden de la democracia burguesa. Activo diputado federal, con una actuación destacada en el área de la educación, no dejó de señalar cierto aislamiento dentro del partido. Hablando sobre su presencia en el PT, en una entrevista en 1989, afirmó: “yo soy muy bien recibido en el PT, gustan mucho de mí, pero me quedé ahí relativamente aislado. Soy como un tordo que canta solo”.

Florestan, como se sabe, no se afilió a cualquier tendencia del PT. En la condición de “independiente”, siempre mantuvo una relación amistosa y cooperativa con las facciones internas, negándose a discriminar a nadie. Como un posible antídoto a los efectos negativos de la creciente institucionalización del PT juzgaba positiva la existencia de tendencias (particularmente de aquellas comprometidas con el socialismo revolucionario). Leal al PT –como también colaborador generoso de los movimientos sociales y partidos de izquierda brasileños (ex PCB, PC do B, PSB y otros pequeños grupos) así como de partidos de la izquierda latinoamericana—, Florestan, con todo, nunca abdicó de sus convicciones revolucionarias. En virtud de eso, cuestionaba el llamado “socialismo petista” (ya sea en la fórmula del socialismo “democrático” o en la versión del socialismo “moderno”) así como el rechazo teórico, cuando no hostil, que tenían sectores del partido hacia el marxismo.

En su actuación parlamentaria, nunca dejó de afirmar su condición de intelectual. Pero de intelectual radical: nunca tuvo semejanza con los pseudointelectuales “extremistas”, o los llamados “socialistas de cátedra”, ironizados por Marx, “que se recostaban en su sofá y maldecían a la revolución, por su imposibilidad…” Sus últimos escritos y testimonios manifestaban un profundo desagrado por la dinámica interna  y las posiciones políticas e ideológicas asumidas por el PT: la excesiva burocratización interna en detrimento de la participación de la militancia; la fetichización y el culto a la democracia; el apego creciente al electoralismo; la reducción de la política al plano institucional; el alejamiento del partido en relación a los movimientos sociales más combativos y su desprendimiento de las amplias capas marginalizadas y desposeídas. En pocas palabras, la perspectiva de la socialdemocratización del PT era una alternativa que a él personalmente no le gustaba validar.

En el I Congreso, señaló sin equivocación: “¿El PT mantendrá la naturaleza de una necesidad histórica de los trabajadores y de los movimientos sociales radicales, sin preferir la ‘toma del poder’ desde un punto de vista revolucionario marxista?”. En la ceremonia de su funeral, el cuestionamiento de Florestan resurgió en el simbolismo allí presente: las flores de los Sin Tierra –algunos de ellos habían sido masacrados en Rodonia, en la víspera de su muerte— y las banderas rojas del PT eran empuñadas por compañeros entonando la bella canción que identifica a los comunistas de todo el mundo.

Para Florestan Fernandes, los versos del internacionalismo proletario nunca fueron una canción disonante. O, cómo él dijera, “no eran letras muertas o un poema sin encantos”.

[i] Texto publicado originalmente en Revista Crítica Marxista, No. 3, 1996.

[ii] El autor se refiere a las elecciones de 1994 en Brasil. [N. del T.]