Emociones de una democracia colonial*

Sonia Dayan-Herzbrun

En un artículo publicado en Le Monde el 15 de noviembre, la socióloga franco-israelí Eva Illouz señalaba la importancia creciente en Israel de un «fascismo judío» encarnado por el diputado Itamar Ben Gvir. Desde entonces, Ben Gvir, que «muestra un abierto desprecio por las normas e instituciones democráticas», se ha convertido en Ministro de Seguridad Nacional. Se completa así la transición del «populismo nacionalista», por el que las democracias mueren lentamente, al fascismo. Entre los muchos factores que han conducido a esta derrota de la democracia, Eva Illouz concede un lugar de honor en su nuevo libro a las emociones[i] y a su manipulación por fuerzas políticas que también controlan los medios de comunicación. Lo emocional prima sobre lo racional y a veces incluso sobre los intereses socioeconómicos del electorado.

La política populista israelí movilizaría así cuatro grupos de emociones: miedo, asco, resentimiento y amor. Desde el principio de su historia, el Estado de Israel se ha constituido como una «democracia securitaria» que tiene que luchar por su supervivencia contra una masa indiferenciada y odiosa de árabes que amenazan con aniquilar a los judíos. El imperativo de protegerse contra el enemigo y de matarlo ha prevalecido desde el principio sobre la ley, justificando guerras, conquistas territoriales y asesinatos selectivos. Es tras el juicio a Eichmann, tras la Guerra de los Seis Días, la ocupación y anexión de territorios fuera de toda legalidad internacional, cuando este miedo adquiere dimensiones cuasi míticas y cuando la Shoah comienza a «desempeñar un papel central en la psique colectiva israelí«, el enemigo árabe es «nazificado«, como ha escrito Idith Zertal. «Culpar a las víctimas«, dijo Edward Said. Eva Illouz, por su parte, se niega a «afirmar categóricamente que hubiera o no otra forma de garantizar la seguridad del Estado de Israel«.

Oficiales de la policía fronteriza israelí en Hebrón, cerca de la Tumba de los Patriarcas © CC4.0/Sharon Azran/B'Tselem
Oficiales de la policía fronteriza israelí en Hebrón, cerca de la Tumba de los Patriarcas © CC4.0/Sharon Azran/B’Tselem

El miedo también adopta la forma, como para los supremacistas blancos, de la amenaza demográfica que suponen los bebés no judíos que nacen en Israel. Esto justifica las medidas discriminatorias impuestas a los palestinos en Israel que, por ejemplo, no pueden transmitir su nacionalidad a su cónyuge aunque proceda de los Territorios Ocupados o de un campo de refugiados. Este miedo genera ira y odio, cuya intensidad Eva Illouz calibra a partir de las entrevistas que realizó a israelíes de ambos bandos. No buscó reunirse con aquellos a los que con demasiada frecuencia insiste en llamar «árabes», como si ella misma fuera prisionera, al describirlo, de ese miedo que convierte al enemigo en una «entidad impenetrable, una especie de animal que acecha en la oscuridad, invisible y peligroso, indiscernible«, al que entonces resulta «mucho más fácil matar, torturar, acosar, detener, aterrorizar«. Este miedo, «emoción favorecida por la derecha» e instrumentalizada por ella, siempre ha estado presente en lo que debe llamarse «colonias», como mostraban tan claramente los viejos westerns con sus relatos de la conquista del Oeste y la presencia amenazadora de los «indios».

Cuando Eva Illouz observa que desde su creación el Estado de Israel vive en un estado de excepción permanente que «le permite burlar la ley de forma rutinaria«, no busca saber más. La socióloga oculta o no afronta la realidad de la violenta expulsión de los palestinos de su patria en 1948 y la extrema violencia que la acompañó. La cuestión está bien documentada y ha sido objeto de numerosos trabajos de historiadores, empezando por Baruch Kimmerling, que sostiene que la Nakba (la catástrofe) fue el comienzo del «politicidio» de los palestinos. En un documental del cineasta Alon Schwartz (Tantura, 2022),[ii] veteranos del ejército israelí cuentan cómo mataron o vieron matar a más de doscientos habitantes del pueblo de Tantura. Sus cuerpos fueron enterrados en una fosa común cubierta por una losa de hormigón. Ahora se encuentra en lo que es un aparcamiento de la ciudad turística – «sublime«, dicen las guías turísticas- de Dor Beach.

¿Quizás los soldados que disparaban a quemarropa contra campesinos desarmados sentían repugnancia hacia sus víctimas? Es a esta «emoción social«, expresión del «miedo a la promiscuidad, la proximidad y la mezcla«, a la que Eva Illouz vincula el racismo. Hitler, recuerda, comparó a los judíos con «gusanos en un cuerpo putrefacto». Se dice que el rabino Meir Kahane, fundador del partido de extrema derecha religiosa Kach, importó de su América natal el racismo antinegro de los supremacistas blancos y lo trasladó a los árabes. Sus ideas fueron retomadas por muchos otros grupos, que se convirtieron así en «empresarios del asco» que, al igual que los evangelistas blancos de Estados Unidos, extraían argumentos de los textos religiosos para preservar la pureza étnica y la «santidad» de la tierra de Israel. Estas ideas se extendieron entre la población, no sólo entre los árabes, sino también entre laicistas, izquierdistas, feministas y homosexuales, a los que se consideraba sustancias peligrosas. Eva Illouz atribuye la causa a la actual ocupación de los Territorios Palestinos.

Una de las cuestiones fundamentales que siempre ha planteado el auge de los movimientos fascistas desde los años treinta es la base popular del electorado que los lleva al poder. En el caso de Israel, Eva Illouz invoca otra emoción, el resentimiento, que el grupo etnocultural de los mizrahim, formado por judíos (de los que no dice que sean arabófonos) «cuyos padres o abuelos habían abandonado sus países africanos u orientales (Marruecos, Irak, Yemen y muchos otros países)» para venir a vivir a Israel. Discriminados a su llegada por las élites asquenazíes de izquierda, y en gran medida desfavorecidos en comparación con los judíos procedentes de Europa, su sentimiento de injusticia y su deseo de vengarse les habrían llevado a apoyar a grupos de derecha o incluso de extrema derecha. Es cierto. Pero con este panorama tan amplio, Eva Illouz ignora la existencia de movimientos mizrahíes totalmente «progresistas» y preocupados por no romper con su arabidad, como la Mizrahi Rainbow Democratic Coalition fundada por la socióloga Yehouda Shenhav. También parece olvidar el papel desempeñado en la derechización de la escena política israelí por los judíos de la Unión Soviética. Uno de ellos, Avigdor Liberman, entonces ministro de Transportes, propuso en 2003 llevar a prisioneros palestinos en autobús al Mar Muerto y ahogarlos allí.

La playa de Dor Beach, al sur del kibutz de Nahsholim, construida sobre las ruinas del antiguo pueblo palestino de Tantura, donde cientos de palestinos fueron asesinados en junio de 1948 por las fuerzas paramilitares israelíes después de conquistar la aldea © CC3.0/Shabatashtiot
La playa de Dor Beach, al sur del kibutz de Nahsholim, construida sobre las ruinas del antiguo pueblo palestino de Tantura, donde cientos de palestinos fueron asesinados en junio de 1948 por las fuerzas paramilitares israelíes después de conquistar la aldea © CC3.0/Shabatashtiot

El cemento emocional que, más allá del miedo, el asco y el resentimiento, une a la población israelí a un «colectivo orgánico imaginario«, es decir, a la nación definida en el movimiento populista según criterios étnico-religiosos, es el amor a la patria que se convierte en nacionalismo. Este amor es como el amor romántico al que Eva Illouz ha dedicado varios libros: es «un amor que se revela tanto más fuerte cuanto que permanece sordo a la realidad«. Nos recuerda con razón que, en el momento del nacimiento del Estado de Israel, este nacionalismo «de sangre y tierra», impregnado de símbolos profundamente religiosos, se había mostrado ciego a las divisiones sociales. Sin embargo, el primer sionismo intentó secularizar estos símbolos y pretendía ser laico. El nacionalismo israelí, ahora protagonista de la política y la sociedad israelíes, está totalmente basado en la religión, y la izquierda laica, que reclama una definición cívica de la ciudadanía, es acusada ahora de antipatriotismo.

¿Cómo pensar entonces en ese «patriotismo democrático basado en un amor crítico a la nación» al que aspira Eva Illouz y que asocia con la fraternidad y la solidaridad? Tal vez llevando la reflexión crítica más lejos de lo que ella lo hace, porque se intuye que sigue muy apegada a esa mitología nacional que se destaca por describir. Sigue siendo muy representativa de toda una izquierda israelí atrapada en sus contradicciones y que ha dado la espalda a las grandes figuras del pensamiento judío que, como Martin Buber, pensaron en una opción política binacional antes de la creación del Estado. En un texto de 1931, Gershom Scholem escribió: «El sionismo no es un poder celestial, no está en su mano unir el agua y el fuego«. No se puede decir mejor.

*Este texto se publicó en la revista En attendant Nadeau. Journal de la litérature, des idées et des arts, versión electrónica

[i] Eva Illouz, Les émotions contre la démocratie. Trad. de l’anglais par Frédéric Joly. Premier Parallèle, 336 p. [N. del T.]

[ii] Eric Goldman realizó una entrevista extensa al director Alon Schwarz sobre el documental que puede verse en el siguiente enlace https://youtu.be/KALneGG2n_I [N. de T.]