El movimiento conservador de la década de los treinta

Javier Sainz Paz

El actual resurgimiento del anticomunismo en el mundo y que, en México, segmentos del Partido Acción Nacional han decidió blandir, obliga a cavilar el modo en el que el movimiento conservador ha participado en diferentes coyunturas. El presente ensayo propone algunas notas sobre la manera en que el movimiento conservador participó en la década de 1930, el cual no sólo incidió por medio de la vía armada, sino a través de medios impresos que tenían por objetivo instaurar narrativas en el espacio público, en un contexto atravesado por gobiernos muy diferentes, los procedentes del Maximato y el de Lázaro Cárdenas, pero que a los ojos e imaginación del conservadurismo encarnaban la misma amenaza: el comunismo.

Para tratar de hacer un mapa de las tendencias conservadoras de la década de los treinta podemos acudir al recorrido de la actividad política católica que hizo Manuel Ceballos a partir de la encíclica “Rerum Novarum” de 1891. Dicha encíclica cobra relevancia por haber alentado la participación y movilización de los católicos frente a la denominada «cuestión social», problema por el que los católicos de finales del siglo XIX y de principios del XX normaron sus actividades no sólo espirituales, sino sus actividades caritativas. En dicho estudio, Ceballos da cuenta de la existencia de cuatro ramas: tradicionalistas, liberales, católicos sociales y demócratas cristianos[1]. No es mi propósito reconstruir todo el recorrido de estas tendencias político-ideológicas, sino presentar algunos trazos de su participación en el espacio público.

En 1925, en el debate por la cultura revolucionaria,[2] –que implicó una lucha de tendencias alrededor del nacionalismo, en tanto mediación capaz de impulsar una “ingeniería social” que pudiera integrar en su seno a las diferentes expresiones, a la vez que castigara aquellas que se opusieran– el conservadurismo mexicano se integró a raíz de las declaraciones del episcopado y del arzobispo José Mora y del Río, mismas que provocaron que Plutarco Elías Calles decretara “la deportación de sacerdotes extranjeros, [la] clausur[a de] conventos, seculariz[ar] la educación, [el registro] ante las autoridades de todos los ministros, con el fin de regular su «conducta profesional»”.[3] Tras ello, varios líderes católicos se organizaron en la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR) la cual decidió actuar incluso por la vía armada. El episcopado mexicano en un inicio apoyó a la LNDLR, aunque no abiertamente, debido a la orden girada directamente desde el vaticano de apartarse de toda clase de partido político.[4] En 1929, con la llegada de Emilio Portes Gil, se logró un acuerdo parcial y se reanudó el culto en los templos católicos, dando fin a tres años de lucha armada, pero no a las divisiones internas entre los cristeros. Como expresa Jean Meyer:

en el momento en que la Liga se descompone, algunos hombres trabajan en la clandestinidad, tomando ejemplo a la vez del secreto masónico y de la organización en células de los partidos comunistas. Estas “legiones” se forman entre 1932 y 1934 ––1934 es la fecha oficial de su fundación––, basándose, con frecuencia, en el movimiento de juventudes de las Congregaciones Marianas, controlado por Antonio Santa Cruz. Las legiones pasan de Guadalajara a México, y de ahí a Querétaro y a Morelos (1935). El joven Salvador Abascal milita en una de las diez legiones de Morelia.[5]

Entre los grupos que existieron se cuenta a la Organización, Cooperación, Acción (OCA), también conocida como “La Base”, la Unión Nacional Sinarquista (UNS), entre otros. Si bien la UNS adquirió al final de la década de los treinta una gran relevancia debido a su capacidad de convocatoria, al inicio de la década no fue así; aquel movimiento conservador tradicionalista se movió en la clandestinidad, realizando algunos levantamientos armados, tratando de gestar organizaciones obreras y campesinas, pero sin lograr grandes avances.

Para 1932 ninguno de los grupos conservadores en pugna estaba satisfecho con el cese a las armas acordado en 1929, sobre todo porque las medidas del gobierno siguieron recrudeciéndose, como sucedió a inicios de 1932 cuando el Congreso decretó que en la Ciudad de México sólo podía oficiar un sacerdote por cada cincuenta mil habitantes “lo que equivalía a un total de 24 sacerdotes para toda la ciudad”.[6]

La iglesia trató, sin suerte, de tomar cartas en el asunto, llegando incluso a involucrar el papa Pío XI, quien un 29 de septiembre de 1932 promulgó la encíclica Acerba Animi que “denunciaba la violación de los arreglos y demandaba su observancia nuevamente. [En ella…] criticaba al gobierno por violar el modus vivendi, especialmente en su intento por destruir a la Iglesia en la nueva ola de persecución que comenzó en 1931”.[7] Aquel llamado del papa, devino en la orden del Congreso de deportar al delegado político apostólico el 2 de octubre de 1932.[8]

Si consideramos al movimiento conservador como aquel que emana del movimiento tradicionalista, que en la década de los treinta se manifestó a través de la OCA, la Base y la UNS, podemos decir que el movimiento registra pocas expresiones culturales. Sin embargo, si vemos al movimiento conservador de manera más amplia, podemos observar que hay más expresiones culturales durante la década de las treinta, e incluso en los cuarenta, como lo es el periódico Sinarquismo, que cambiará su nombre a El Sinarquista a partir del octavo número.[9]

En 1932, a la par de estos debates, sucedió otra coyuntura que le interesaba a todos los segmentos del movimiento conservador: la reforma al artículo tercero de la Constitución que daba el carácter de socialista a la educación. Dicha polémica debe ser leída junto con la que se desató en torno a la revista Examen, en donde la intención de los grupos conservadores al golpear a la publicación era cuestionar a Narciso Bassols –pues querían anular su posible candidatura a las elecciones presidenciales de 1934– y hacerlo responsable de ella, debido a que los miembros del consejo editorial eran trabajadores de la Secretaría de Educación Pública que estaba a su cargo. Lo curioso es que varios de los ensayos que publicó la revista, dirigida por Jorge Cuesta, atacaban al nacionalismo y a los grupos que lo defendían. De esto podemos sacar dos conclusiones: 1) la revista Examen pertenecía al mismo espectro del ala conservadora, pero no tenía relación cercana con los grupos que estaban enfrentando de manera armada o clandestina al gobierno. 2) Los sectores que atacaron a Bassols no tuvieron consideración en golpear colateralmente a un grupo que era cercano a sus posiciones, de manera que se puede ver pluralidad de las expresiones conservadoras y que éstas no estaban coordinadas unas con otras.

Acerca de los grupos de intelectuales conservadores, Beatriz Urías muestra que recurrieron “a la tradición política española para articular una crítica «moral» hacia el nuevo proyecto de sociedad, así como para redefinir la esencia de lo nacional desde un mestizaje dominado por el elemento hispánico, en oposición al indigenismo oficial, que exaltaba lo indígena”.[10] El hispanismo, aunque no era un nuevo punto de debate en el espacio público mexicano, en la década de los treinta, fue una perspectiva desde la cual el conservadurismo mexicano se insertó en el debate de la construcción de “lo mexicano”.

A partir del hispanismo, Urías muestra que los grupos conservadores hicieron la crítica al nacionalismo al presentar a la conquista española como detonante de una serie de acontecimientos “dolorosos pero necesarios para incorporar a la nación mexicana al camino «civilizatorio»”.[11]

Para la investigadora, dos fueron las coyunturas que “exacerbaron los ánimos del grupo de intelectuales hispanófilos, en abierto desacuerdo con las iniciativas del cardenismo: la suspensión de relaciones entre México y la España franquista y la llegada del exilio republicano”.[12]

Por otra parte, Urías considera que, si bien el “conservadurismo hispanófilo no fue una corriente homogénea, sí aglutinó un amplio espectro ideológico en el que es posible identificar propuestas que oscilaron entre la moderación y la intransigencia”,[13] en donde se pueden identificar tres tendencias: a) la tradicionalista, entre quienes es posible identificar a “Miguel Palomar y Vizcarra (1880-1968), Jesús Guiza y Acevedo (1900-1986), Salvador Abascal (1910-2000) y Salvador Borrego (1915). Se trata de individuos que sustentaban posturas organicistas, opuestas al individualismo liberal-democrático, que negaban la validez del contrato social y del sufragio, proponiendo instaurar en su lugar un orden basado en cuerpos intermedios que acotarían la esfera de acción del Estado”; b) una segunda cercana a los católicos sociales y demócratas cristianos; y c) una tercera que deseaba la transformación de la sociedad en el marco constitucional existente.[14] Es en éstas dos últimas donde podemos encontrar intelectuales que tuvieron un papel destacado en el espacio público de la década de 1930.

Aquellos cercanos a los católicos sociales y demócratas cristianos vieron “con recelo el fortalecimiento del Estado posrevolucionario y desde ahí defini[eron] las pautas de una moral tradicional anclada en la unidad espiritual y cultural de los pueblos de habla española”.[15] En este grupo la investigadora considera:

[a]l sacerdote Gabriel Méndez Plancarte (1905-1949), fundador de la revista Ábside; a abogados formados en la Escuela Libre de Derecho, como Manuel Herrera y Lasso (1890-1967), fundador del PAN; a escritores que fueron activos militantes de la hispanidad, como Nemesio García Naranjo (1883-1962), Alfonso Junco (1896-1974) e Ignacio Rubio Mañé (1904-1988), becario de los archivos de Madrid y General de Indias en Sevilla en 1946. También a José Fuentes Mares (1915c-1986), miembro del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid y de la Academia Mexicana de la Lengua; a periodistas, como José Elguero (1885-1939); a diplomáticos, como Carlos Pereyra (1871-1942). Y finalmente al pensador y político José Vasconcelos (1881-1959), cuyos postulados se acercan a los de los católicos sociales y los demócratas cristianos.[16]

Además, Urías considera que el grupo formado por aquellos que deseaban la transformación de la sociedad en el marco constitucional existente, estuvo integrado por “intelectuales y profesionistas que compartieron con los dos grupos anteriores ideas anticomunistas y antiestadounidenses, además de que algunos de ellos fueron también antifascistas”.[17] Entre ellos menciona a:

Luis Cabrera (1876-1954);[…] Antonio Caso (1883-1946); escritores, como Martín Luis Guzmán (1887-1977) y Jorge Cuesta (1903-1941). Un lugar importante corresponde a Manuel Gómez Morín (1897-1972), que […] a finales de la década de los treinta fundó el PAN, junto con Efraín González Luna (1889-1964).[18]

Como se puede observar hay una gran diversidad de posiciones y personalidades agrupadas en el movimiento conservador, lo que también se repite en las publicaciones impresas. Beatriz Urías presenta una gran gama de publicaciones:

Desde principios de los años veinte, esta diversidad de corrientes ideológicas —críticas hacia el Estado revolucionario y afines a la cultura española— circuló a través de una red de publicaciones periódicas, entre ellas El Heraldo de la Raza, América Española y Acción Española. Algunos de los autores mexicanos que escribieron para estas publicaciones lo hicieron también en revistas editadas en España, como La Gaceta Literaria (1927-1932) y Unión Iberoamericana (1932). En 1940 apareció en México el Boletín de Unidad para la Colonia Española, dirigido por José Castedo, que se convirtió en Hispanidad. Voz de España en América a partir del número 33 del mismo año. En la misma época, el conservadurismo hispanófilo hizo oír su voz en periódicos mexicanos como Excélsior, El Universal, El Hombre Libre, Omega, La Prensa, Últimas Noticias, Orden; en revistas como Lectura (Guiza y Acevedo), Ábside (Méndez Plancarte), La Nación (Gómez Morín), Panorama, Jerarquía y Unidad; y en libros publicados por las editoriales Polis (Guiza y Acevedo), Jus (Gómez Morín) y Tradición (Abascal).[19]

Así, la cantidad de publicaciones que podemos identificar dentro del campo conservador es copiosa, diversa y heterogénea, como lo fueron los grupos detrás de cada una de ellas.

Será hasta finales de la década de 1930 cuando el movimiento sinarquista cobre una especial relevancia, debido a su capacidad de movilización mostrada en algunas manifestaciones en varios puntos de la República Mexicana.[20]Entre el proceso de ascenso y dispersión del sinarquismo, el gobierno de Cárdenas, y luego el de Ávila Camacho, mantuvieron una relación de tensión y negociación con dicho movimiento.

Por otro lado, los grupos conservadores que buscaban realizar una transformación desde el orden constitucional encontraron más apertura en el espacio público durante el gobierno de Ávila Camacho que con el de Cárdenas, aunque dicha lógica se fue gestando desde 1938 a raíz de varias coyunturas que tuvieron que sortear el bloque nacionalista y la izquierda en esos años.

Como se puede apreciar, las ramas del movimiento conservador son amplias y con diferentes modos de operación. El presente ensayo apenas trazó algunas líneas y coyunturas en las que se muestra que las tendencias conservadoras opusieron al nacionalismo un hispanismo que reprodujo una retórica que abonó a la superioridad de ciertos grupos sociales, acotar la esfera de acción del Estado, así como la construcción de un enemigo que pretendía destruir las “tradiciones”. Si bien no son los mismos actores, en la actualidad de nuevo podemos encontrar estas dos visiones contrapuestas, pero, así como antes, dichos polos no pueden identificarse con un sólo partido o grupo, sino que intervienen una gran cantidad de sujetos que realizan diversas actividades político-culturales.

El nacionalismo, en tanto mediación, si bien oculta una serie ejercicios de dominación en contra de grupos sociales, es mucho más que ello, pues también ha sido un medio de rearticulación el Estado y la sociedad civil para la construcción de una hegemonía capaz de hacerle frente a la desigualdad social de las mayorías. Sin embargo, el hispanismo del conservadurismo, el de ayer y el de hoy, es una entidad que construye subjetividades irracionales, aquellas que tomaron forma en el fascismo y que siguen amenazando y desinformando hasta el día de hoy.

Bibliografía.

Ceballos Ramírez, Manuel. El catolicismo social: un tercero en discordia. México, COLMEX, 1991. Apple Books.

Díaz Arciniega, Víctor. Querella por la cultura “revolucionaria” (1925). 2ª. ed. México, FCE, 2010.

Hernández García de León, Héctor. El conflicto entre la Iglesia y el Estado, 1928-1934. México, Miguel Ángel Porrúa/Universidad Ibeoroamericana, 2004.

Meyer, Jean. El Sinarquismo, el Cardenismo y la Iglesia. México, Tusquets, 200

Serrano Álvarez, Pablo, “El sinarquismo en el bajío mexicano, 1934-1951. Historia de un movimiento social regional” en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México. s, v. 14, 1991. [https://moderna.historicas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/68856/68866]

Urías, Beatriz. “Una pasión antirrevolucionaria: el conservadurismo hispanófilo mexicano (1920-1960)” en Revista Mexicana de Sociología, diciembre 2010., vol.72, n.4, pp.599-628.

 

[1] Manuel Ceballos Ramírez. El catolicismo social: un tercero en discordia. México, COLMEX, 1991. Apple Books.

[2] Véase: Víctor Díaz Arciniega. Querella por la cultura “revolucionaria” (1925). 2ª. ed. México, FCE, 2010.

[3] Héctor Hernández García de León. El conflicto entre la Iglesia y el Estado, 1928-1934. México, Miguel Ángel Porrúa/Universidad Ibeoroamericana, 2004. p. 17.

[4] Ibid. p. 19.

[5] Jean Meyer. El Sinarquismo, el Cardenismo y la Iglesia. México, Tusquets, 2003, p.49.

[6] Hernández García de León. op. cit. p. 38.

[7] Ibid. p. 39.

[8] Loc. cit.

[9] Jean Meyer. El Sinarquismo, el Cardenismo y la Iglesia. Tusquets, 2003, p.50.

[10] Beatriz Urías, “Una pasión antirrevolucionaria: el conservadurismo hispanófilo mexicano (1920-1960)” en Revista Mexicana de Sociología, diciembre 2010, p. 601.

[11] Beatríz Urías, “Una pasión antirrevolucionaria: el conservadurismo hispanófilo mexicano (1920-1960)” en Revista Mexicana de Sociología, diciembre 2010, p. 607.

[12] Loc. cit.

[13] Ibid. p. 608.

[14] Ibid. p. 608-610.

[15] Ibid, p. 609.

[16] Loc. cit.

[17] Loc. cit.

[18] Ibid,p. 610.

[19] Ibid,p. 611.

[20] Véase: Pablo Serrano Álvarez, “El sinarquismo en el bajío mexicano, 1934-1951. Historia de un movimiento social regional” en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México. s, v. 14, 1991. [https://moderna.historicas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/68856/68866]

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