El futuro de la intelectualidad mexicana: entre el neoliberalismo y la Cuarta Transformación.

Frida López Rodríguez

@FridaLopRod

Pocas han sido las sentencias que se ajustan al porvenir, entre ellas la noción de “interregno” de Antonio Gramsci es precisa: en México lo antiguo no termina por morir y lo nuevo no termina por nacer. El país se encuentra en un periodo álgido; sin duda, es un momento decisivo en el que por natural desarrollo tiene cabida el desorden y la confusión. Por ello es relevante comenzar a definir un criterio de pensamiento y de acción acorde con la realidad social, tal y como Vicente Lombardo Toledano lo defendió ante las máximas autoridades intelectuales de nuestro país en aquel memorable Primer Congreso de Universitarios Mexicanos de 1933.

Aquel congreso todavía representa la tragicomedia de la intelectualidad mexicana, puesto que en él se enfrentaron dos visiones sobre la cultura y la función del intelectual completamente distintas que hoy en nuestros días continúan en disputa.  Dicho conflicto se reavivó con el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador en 2018, ya que los intelectuales más mediáticos comenzaron a trazar su línea de demarcación respecto al proyecto social de la Cuarta Transformación. Los principales medios de comunicación iniciaron su estrategia ideológica para defender el pasado, a tal punto, señaló Jesús Ramírez Cuevas (actualmente Coordinador General de Comunicación Social), que el 55% de las noticias emitidas en el país desaprueban totalmente las decisiones de gobierno.

     Toda lucha política involucra una lucha por la hegemonía ideológica; no es extraño que determinados grupos como Nexos y Letras LibresClío, principalmente, se  hayan destacado por su participación en desplegados como “En defensa de la libertad de expresión” el pasado mes de septiembre, al cual se sumarían otros tantos intelectuales,  académicos y periodistas. A pesar de que la tesis principal de dicho desplegado resulta desproporcionada, es relevante la claridad con la cual se evidenció un cierto tipo de organización mínima entre sujetos adscritos a ciertas universidades, centros de investigación y medios privados de comunicación.  Gramsci explica este fenómeno arguyendo que todo estrato social genera sus propios grupos de intelectuales, los cuales legitiman y organizan sus intereses; lo cual pone en entredicho la estrepitosa queja de los firmantes: no existe como tal un desprecio a la ciencia y a la cultura, sino una crítica a cierto modo de entender la cultura y la ciencia. Por muchos años este debate se mantuvo fuera de los principales canales de comunicación, existió una especie de consenso respecto a la producción académica y artística; sin embargo, ante un movimiento social tan contundente, las formas de legitimación del régimen anterior resultan inadecuadas.  Los firmantes de tal desplegado están a favor de un derecho a la libertad comprendido desde el individualismo liberal: para ellos el Estado no tiene facultad para expresarse sobre los lineamientos que deben guiar a la ciencia y a la cultura. Sin embargo, el detalle que suelen obviar es que el Estado siempre estuvo presente, financiando de cierta forma la producción académica, científica y artística. Por ende, existe una contradicción: jamás existió un trabajo intelectual completamente autónomo, acaso, podría decirse, como afirma Gramsci, que sólo lo existió en términos muy relativos: 

¿Cuáles son los límites “máximos” que admite el término intelectual? ¿Se puede encontrar un criterio unitario para caracterizar igualmente todas las diversas y variadas actividades intelectuales y para distinguir a éstas al mismo tiempo y de modo esencial de las actividades de las otras agrupaciones sociales? El error metódico más difundido, en mi opinión, es el de haber buscado este criterio de distinción en lo intrínseco de las actividades intelectuales y no en cambio en el conjunto del sistema de relaciones que esas actividades mantienen (y por tanto los grupos que representan) en su situación dentro del completo general de las relaciones sociales.

     Para el pensador italiano no existe una definición general de lo que debe comprenderse por intelectual, insiste que cada actividad económica genera a sus propios ingenieros, abogados, escritores, economistas, científicos, entre otros profesionistas, con actividades muy específicas, motivadas por los intereses de los grupos más sobresalientes. El intelectual se define por las relaciones sociales en las que se encuentra inmerso y tal análisis es toda un área por desarrollarse en las universidades, dado que se suele realizar historia de las ideas en las distintas áreas del conocimiento, pero no investigación acerca de la constitución socioeconómica de cada una de las disciplinas a lo largo del tiempo. Y tal déficit en la forma de comprender la cultura y la ciencia, entendiéndose generalmente como una actividad que se lleva a cabo exclusivamente entre individuos libres y no como un mecanismo de legitimación de los distintos regímenes políticos en la historia, fue detectado desde el año de 1933 en el Congreso de universitarios ya aludido.

     Hace ya casi un siglo de aquella discusión sobre la orientación ideológica de las universidades del país en un momento en que era urgente delimitar el proyecto educativo posrevolucionario. El Primer Congreso de Universitarios Mexicanos se desarrolló como una pugna política, social y mediática: ningún otro debate sobre la función de la educación ha tenido tal apertura. Ahora tales discusiones sólo tienen lugar dentro de los cuerpos colegiados de los distintos centros educativos, generalmente sin convocatoria y sin socializarse sus resultados. Además, cada vez son más especializadas, ya no existen foros en los cuales converjan las distintas áreas del conocimiento para intercambiar sus resultados y sus contribuciones para resolver los principales problemas nacionales.

     La Escuela Nacional Preparatoria organizó dicho congreso que tuvo lugar del 7 al 14 de septiembre de 1933 y fue inaugurado por el presidente Abelardo L. Rodríguez y por el secretario de educación pública Narciso Bassols. A tan sólo dos años de la llegada a la presidencia de Lázaro Cárdenas del Río y su proyecto nacional-popular de gran calado, una facción importante de los universitarios insistieron en dicho congreso que la educación superior no podía continuar sin orientación alguna, que era necesario definir teórica y legalmente la orientación social de la función de las universidades a favor del pueblo.

     En la historia contemporánea de la educación no hemos presenciado otra discusión de primer nivel como la que sostuvieron Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano frente a las autoridades federales y en la cual estuvieran involucrados tanto académicos como estudiantes provenientes de al menos 22 estados de la república. Realmente dicho congreso fue un espacio democrático, en el cual la dirección ideológica de la educación se sometió a discusión frente a todo tipo de perfiles, lo cual dista del momento en el cual nos encontramos ahora: se cree que sólo las autoridades académicas o del gremio en cuestión tienen derecho a expresar su opinión sobre la cultura y la ciencia.

El ímpetu revolucionario entre la intelectualidad se dividió en dos grandes corrientes: el humanismo heterodoxo y el materialismo histórico, ambas corrientes se propusieron superar las limitaciones del positivismo mexicano. El esquema del desarrollo histórico que ofreció el positivismo resultó insuficiente, sus categorías fueron cuestionadas por las nuevas generaciones. Aquellos representados por Antonio Caso, quienes abogaban por una especie de humanismo heterodoxo, defendieron a ultranza la libertad de cátedra como el principio fundamental de la educación. Mientras tanto, la facción representada por Vicente Lombardo Toledano, impulsó la adopción del materialismo histórico como la orientación teórica concreta de la educación a favor de los trabajadores. Dos ideas del conocimiento completamente distintas, las cuales a su manera plantean nuevos retos al sistema educativo del país.

Aún con toda la estructura educativa que el positivismo hizo posible, sus principios resultaron insuficientes; el progreso cientificista, un tanto automático, sin considerar las condiciones culturales específicas de la sociedad mexicana, provocó una gran disputa sobre el papel de la cultura y del intelectual. Antonio Caso precisó que la cultura debía ser entendida como una “creación de valores”, invención que jamás debía supeditarse a ningún credo y, por ende, definió a la universidad como una “comunidad de cultura”, cuyas máximas labores son la libre investigación y la libre enseñanza:

La Universidad de México es una comunidad cultural que investiga y enseña; por tanto, jamás preconizará oficialmente, como persona moral, credo alguno filosófico, social, artístico o científico. ¿Por qué no puede preconizar un credo? La razón es obvia: porque es una comunidad de investigación; supongamos que hoy declaramos nosotros un credo, y que mañana, en nuestro mismo taller de investigación y enseñanza que es la universidad, se declara que ese credo no vale. Si la esencia de la universidad es la investigación, ¿cómo es que podremos declarar a priori un credo? 

      También resaltó el papel del individuo en el desarrollo histórico, delegando en segundo plano el papel de las instituciones sociales. Asimismo, situó como base de la ética la libre disposición de los sujetos y, por ende, señaló que el bien de la humanidad no podía agotarse en la lucha de clases. Por todo lo anterior, el maestro Caso se declaró en contra de adoptar al materialismo histórico como la ideología oficial de las universidades y en especial de la Universidad de México.

     En la postura de Caso podemos encontrar el origen de la postura ideológica oficial de la mayor parte de los centros educativos que actualmente, al igual que el filósofo, insisten en que debe contribuirse a solucionar los problemas de nuestra sociedad a partir de la libre investigación de sus miembros. El humanismo heterodoxo, bastante apegado al liberalismo, aún perdura hasta nuestros días con las mismas limitaciones que brillantemente detectó Vicente Lombardo Toledano. En primer lugar, Toledano señala que por <> no debe entenderse <> dado que toda enseñanza involucra la transmisión de una postura. También señala que la cultura no es un fin en sí misma, que aquella no es la reiteración infinita de la libertad de los individuos sino tan solo un medio: la forma en que colectivamente la humanidad justifica las creencias específicas, así como los regímenes políticos de su tiempo:

Aquí estriba quizás la diferencia de opiniones entre el maestro Caso y nosotros. La cultura es una finalidad, según él, y nosotros, yo al menos, sostengo lo contrario: la cultura es un simple instrumento del hombre, no es por consiguiente una finalidad en sí. Y como afirmó que la cultura en sí y por sí no existe, también afirmó que la humanidad abstracta, que el bien abstracto, no existen, porque ningún valor abstracto existe. La cultura ha sido la resultante de diversos factores, de distintas circunstancias a través de la evolución histórica, nada más. Cada régimen histórico ha tenido una cultura especial. […] No hay régimen histórico que no haya tenido a su servicio una manera de pensar la vida, una serie de juicios que tratan, en primer término, de hacer que perseveren, de hacer que se mantengan las instituciones que caracterizan a ese régimen histórico.   

      Asimismo, Toledano señaló que insistir en que la cultura es un fin en sí mismo era una forma de evadir la responsabilidad misma de la Universidad porque deja de responder a los problemas concretos de la sociedad en circunstancias determinadas. El pensador marxista insistió en que el materialismo histórico no era un credo ortodoxo sino la expresión de su tiempo, en la cual la humanidad por observación histórica se percató de que el valor económico impone condiciones específicas a los demás valores, entre ellos a la educación, y que la única forma de revertir esto era que los centros educativos apoyaran de manera concreta las luchas por la igualdad económica de los trabajadores. Con  argumentos brevemente expresados, Toledano expuso los problemas y las confusiones que hoy continúan presentes en la educación, dado que la cultura anclada en la libertad del individuo no es un fin en sí misma, sino un discurso que legitima un determinado régimen político y económico que en el país se instaló hasta el exceso en los últimos treinta años. ¿Cómo explicar hoy el terrible escándalo de la estafa maestra encabezada por Rosario Robles con la complicidad de algunas universidades públicas? El humanismo heterodoxo de Antonio Caso tuvo sentido en un momento en el que el país decidió abandonar los principios positivistas como ideología oficial; sin embargo, en aquel Primer Congreso de Universitarios Mexicanos, la posición de Toledano resultó vencedora por una amplia mayoría, la intelectualidad mexicana en ese momento se anticipó al proyecto social del futuro presidente Lázaro Cárdenas. Sin embargo, este triunfo fue opacado por la reacción conservadora encabezada por Manuel Gómez Morín y Rodulfo Brito Foucher, quienes desconocieron este resultado y tomaron la rectoría de la Universidad de México, aniquilando el espíritu de debate que comenzó con aquel primer congreso y que no ha vuelto a reactivarse hasta nuestros días.

     Por supuesto que hoy estas dos posiciones representadas tanto por Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano deben actualizarse y ser ubicadas entre las principales élites educativas, científicas y artísticas de nuestro país. Ha comenzado un nuevo momento de confrontación y debate por la ideología oficial de la educación mexicana, debemos estar muy atentos a la misma, sobretodo en un momento en que debido a la corrupción los centros educativos han caído en el descrédito. Y debemos como ciudadanos realizarnos las siguientes preguntas: ¿qué tanta libertad deben gozar los investigadores, los artistas y los académicos?, ¿con qué parámetros deben evaluarse sus aportaciones?, asimismo, tenemos que repensar la forma en que las universidades rinden cuentas, ¿en verdad son democráticos y transparentes sus resultados?, ¿son accesibles a la población en general?

     La llegada del movimiento de regeneración nacional a la presidencia con Andrés Manuel López Obrador es una oportunidad histórica para aprender de los errores pasados: a casi un siglo de pasividad en la educación, en cuanto al debate ideológico-filosófico se refiere, ha ocasionado que la distancia cultural en la población mexicana sea cada vez más honda: existen regiones del país que fueron abandonadas por sus intelectuales, quienes al preocuparse en abstracto por la cultura se olvidaron que son trabajadores públicos, sostenidos por el erario y que tendrían que estar al servicio de la población. No puede haber transformación del país sin la regeneración de la intelectualidad mexicana, misma que es necesaria para idear y ejecutar junto con el gobierno los proyectos con soluciones a los principales problemas nacionales. Por ahora, tenemos un enfrentamiento que no es del todo sincero, las élites culturales aún hacen uso de argumentos forzados que hace casi un siglo fueron contrarrestados por un proceso democrático que tuvo lugar en la universidad más simbólica del país. La sociedad mexicana se merece discusiones de primer nivel, genuinas, abiertas y en las cuales se muestre espíritu cívico: la descalificación de las instituciones gubernamentales ante una crisis sanitaria global como la de ahora no sólo es un grave error, es inhumano.    

*Tesista de la Licenciatura en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Integrante del Consejo Consultivo de Jóvenes de Cultura UNAM  y del Consejo Editorial de la Revista de la Universidad. Fue representante estudiantil en el Consejo Académico del Área de las Humanidades y las Artes de la UNAM de 2016 a 2018.