De la locura de Zapata y el zapatismo

Ivonne del Valle

Es difícil decir algo nuevo sobre Emiliano Zapata (1879 – 1919). Sabemos que Zapata, el hombre, el apellido, es también una lucha, un adjetivo que desde 1910 y hasta ahora ha sido símbolo y práctica activa de uno de los aportes políticos más radicales de México para el mundo y de México para sí mismo. 

 Pasar de Zapata al zapatismo implica muchas cosas, algunas de ellas en tensión. Por un lado, la consolidación de una forma política, la decisión de tácticas, maneras, fines, un complejo entramado difuso, pero al mismo tiempo claro que decide el qué y el cómo por el que vale la pena pelear. El zapatismo, por ejemplo, siempre será compromiso con una clase social (innecesario indicarla). Por otro, es también la ampliación de la lucha: se puede ser zapatista en el norte tanto como en el sur, siendo indígena y campesino tanto como no siéndolo. Abarca la tenacidad de lo que Adolfo Gilly llamó “la comuna de Morelosdurante la revolución, la del Ejército Zapatista de Liberación Nacional desde 1994, la de Atenco a partir del 2001, la de Samir Flores y el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua,y todas las luchas que se activan a partir del reclamo por la tierra y el agua de pueblos y comunidades. Tal es su fuerza de concentración que puede decirse que desde antes de 191zapatista ha sido toda batalla librada a nombre de una tierra y unagua que, como Zapata sabía, no son sino la garantía de la vida misma y de una autonomía económica anti-capitalista, igualitaria. 

 

Afirmar que la tierra y el agua son la base económica de la política y la garantía de una vida autónoma (la libertad a la que los Manifiestos de Zapata aluden una y otra vez), implica complejos mecanismos de articulación en los que se juega la relación de una comunidad con otras, y con la totalidad de un país y su legislación. Hay comunidades zapatistas en un país que enfáticamente no lo es. Su oposición y alteridad son, las más de las veces, combatidas. Está también el zapatismo que en diciembre de 1914 tomó posesión de la ciudad de México: el de Eufemio Zapata en control de Palacio Nacional y de Emiliano Zapata en la silla presidencial. Es decir, el zapatismo que toma el poder, pero elige otra opción. Puede pensarse también en el experimento de 1914-1915 en que el estado entero, una comunidad tras otra, vivieron dentro del zapatismo, convertido en un “hecho histórico total” (Pineda Gómez, 9) que desdeMorelos se hace cargo de la relación entre el todo y las partes, invirtiendo de hecho la relación puesto que son las partes (la comunidad, los pueblos campesinos) los que determinan la política del todo.

 

Para simplificar, el zapatismo se piensa de dos formas: por un lado, está su ser al mismo tiempo vulnerable (ante la depredación de capital y estado), pero fuerte y en control pese a esto puesto que siempre responde; por otro, está el zapatismo que asume la dirección, aunque nunca la del estado, y se convierte con esto, en uno de los ejes del poder dual, el contrapeso que decide políticas económicas que desarticulan lo que se opone a la vida de campesinos y comunidades rurales.

 

Últimamente, tanto en el análisis teórico como en el de las prácticas, se privilegia una de estas opciones, la del rechazo y éxodo del poder. Otra vez, la desconfianza incómoda de Zapata en las fotografías en Palacio Nacional en 1914 que Martín Luis Guzmán transforma en desfase absoluto entre el zapatismo y el poder en El águila y la serpiente. La negativa a participar en elecciones o sumarse a algún partido político está vinculada a esta postura. No hay que olvidar, por otro lado, que tal y como marca claramente Guzmán en su novela, sobre todo en el capítulo “Zapatistas en el palacio”, reformistas y contrarevolucionarios (Guzmán mismo, uno de los enemigos interioresde la revolución como los llama Gilly, 177), podían no entender el movimiento y despreciar su “humildad”, pero le temían. Esto es lo que explica la huida de Eulalio Gutiérrez y la búsqueda de ayuda de Guzmán ante la callada amenaza de Eufemio Zapata y sus hombres que rechazan el gesto que los declara ajenos al Palacio, la ciudad, la noción misma de soberanía. Diga lo que diga Guzmán, al zapatismo hay que temerlo no porque quiera el Palacio y la ciudad, sino porque su poder es real y no necesita de una silla presidencial para mostrarlo.

 

Vinculada a esta fuerza, hay otra que implica la puesta en práctica de eso por lo que inquietan—su capacidad de extender formas económicas opuestas al capitalismo. Tal es la afirmación que va del Plan de Ayala, a la “comuna de Morelos” y a la Ley Agraria de 1915. Mientras que el Plan de Ayala suspende el orden existente (Arts. 1 y 2), haciendo de la revolución el horizonte mismo (Arts. 3, 4 y 5), y asumiendo el control del reparto de tierras y recursos económicos (Arts. 6, 7, 8, 9 y 11), el año en que Morelos fue zapatista confirmó el alcance del movimiento. Entre esto, que ya era mucho, y lo que supone laLey Agraria hay un giro importante puesto que instituye la continuidad de la revolución. Su audacia es extraordinaria: establece que son los campesinos, y no el estado, los que determinan lo que ocurre con la tierra y el agua a nivel nacional.

 

Pese a lo que pasó luego del asesinato de Villa y Zapata, Gilly tiene razón, quienes “ganaron” (los reformistas y traidores a la revolución) tuvieron que hacer concesiones (202 – 203). El artículo 27 es una de ellas. Es, sin duda, resultado de la revolución, por eso la urgencia de transformarlo a partir de 1994. Sin embargo, es claro que para Luis Cabrera, clave en su elaboración, la política desde arriba tenía que frenar las demandas del zapatismo con una contra-propuesta moderada.

 

Esto porque la Ley Agraria imposibilitaba el capitalismo en el campo. El artículo 28 establece que nadie que no fuera campesino y se dedicara a su tierra podía poseer ninguna: “serán nulas”, indica, las asociaciones por acciones, imposibles los latifundios, las sociedades anónimas; cooperativas campesinas sí, pero solo eso (402). El poder del ministro de agricultura era enorme, estaba por encima de municipios y gobiernos estatalesen lo referente a tierras y aguas, y podía decidir sobre las propiedades, agrícolas o no, de los enemigos de la revolución (artículos 8, 10, 16 y 22). Por otro lado, se trataba de que el ministro en turno no fuera sino el catalizador que permitiera el “pronto” cumplimiento de una revolución (401) que, como habíadicho Zapata muchas veces, era agraria. Es decir, la figura del ministro es la manera en que los grupos campesinos mantenían el control. La Ley Agraria derogaba también toda ley que le fuera contraria (403).

 

No sé si estos ejemplos (hay más) son un éxodo de la política tradicional y oficial, lo que es seguro es que son una manera de derrotarla en su propio juego puesto que paradójicamente utilizan al estado para desplazarlo y permitir que más allá de elecciones y jefes en turno, las comunidades estuvieran en control, en el centro de la vida posible. Tal es la locura deZapata y los zapatistas, exigir un mínimo, “tierra y libertad”, que era al mismo tiempo, un todo para todos.

 

 

Referencias:

 

Bosteels, Bruno. “The Mexican Commune”. Shannon K. Brincat, Ed. Communism in the 21st Century, vol. 3, The Future of Communism: Social Movements, Economic Crisis, and the Re-imagination of Communism. Santa Barbara: Praeger, 2013. 161-189.

 

–––––––. “Más allá del poder dual en México: la utopía del Cardenismo”. Cardenismo: Auge y caída de un legado político y social. Boston: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 2017. 137-161

 

Centeno, Ramón I. “Zapata reactivado. Una visión žižekiana del centenario de la Constitución”. Estudios Mexicanos 34.1 (2018): 36 -62.

Emiliano Zapata y el problema agrario en la república mexicana. El sistema Sala y el Plan de Ayala. México: Imprenta Franco-Mexicana, S.A., 1919.

 

Gilly, Adolfo. La revolución interrumpida. México Era, 2014.

 

Guzmán, Martín Luis. El águila y la serpiente. Barcelona: Casiopea, 2002.

 

Ley Agraria. John Womack. Zapata y la revolución mexicana. México: Siglo XXI, 1969. 398-403.

 

Magaña, Gildardo. Emiliano Zapata y el agrarismo en México.Tomo 2. México: Ruta, 1951.

 

Pineda Gómez, Francisco. La irrupción zapatista. 1911. México: Era, 2014.

 

Plan de Ayala. John Womack. Zapata y la revolución mexicana. México: Siglo XXI, 1969. 387-397.

 

Williams, Gareth. “Sovereign (In)hospitality: Politics and the Staging of Equality in Revolutionary Mexico”. Discourse, 27.2&3 (Spring & Fall 2005): 95-123.