C. Wright Mills, la mirada ético-política de la imaginación sociológica.

Harumi Fuentes Garay

Omar Loza Quezada

La historia de la disciplina sociológica constantemente es relatada como un conjunto de ciclos en que determinados intelectuales construyeron o reformularon una “gran teoría”, a la cual hoy la academia recurre para interpretar la realidad social. Así podemos mencionar, por ejemplo, los grandes ismos: positivismo, funcionalismo, marxismo, estructuralismo (trabajos de eufemización para algunos, y esquemas interpretativos para otros). Se recurre a su vez a los grandes nombres: Comte, Durkheim, Weber, Marx, Parsons, Bourdieu, Luhmann. Estos ismos y grandes nombres han sido el centro de la discusión en la disciplina. 

Hay que evidenciar también la presencia de perspectivas que durante años fueron consideradas periféricas o alternas: la etnometodología, el interaccionismo simbólico, las aproximaciones historicistas, las teorías de la posmodernidad, las sociologías del individuo, las que hablan sobre la sociedad del riesgo, etc. Todas ellas hacen ver la pluralidad de perspectivas que coexisten actualmente.

No obstante, la sociología no se puede reducir a esta confluencia y desarrollo de perspectivas -hechas tanto en centros como periferias-, ni se puede limitar la práctica sociológica al recuento de esquemas de interpretación y los aportes en cuestiones epistemológicas o metodológicas.  Una dimensión importante es también la ética y política, en tanto habla del ser social, y en cuanto tal, no habla por aquellos que estudia, sino que los comprende a partir del acto cognoscitivo.  Es lo que nos lleva a cuestionar: ¿qué sigue una vez que conocemos determinada realidad social?

Alguien que llegó a desafiar los cánones disciplinarios fue el sociólogo norteamericano Charles Wright Mills (1916-1962). Reconocido por cuestionar profundamente las cúpulas de poder, así como por proponer reformulaciones analíticas, éticas y políticas para la perspectiva sociológica. Mills habló de marxismo en un contexto político antimarxista—para ello expuso que no era una postura homogénea y estaba lejos de ser un mero sistema de creencias—; habló de la revolución cubana lejos de la perspectiva hegemónica yankee; contribuyó a evidenciar la gran desigualdad política y social en el país que se ostentaba como el más libre y democrático ante el mundo, así como los efectos enajenantes entre las clases medias.

Aunque de toda su obra se puede resaltar el compromiso por analizar temas incómodos para el pensamiento del establishment político y académico de su contexto, dirigimos la atención a una de sus obras de mayor influencia: La imaginación sociológica. En esta obra se nos invita, además de desarrollar la creatividad analítica y poderla comunicar de forma clara, a ejercer la sociología sin desvincular la vida cotidiana y las transformaciones sociales. Señala Mills: “[La imaginación sociológica] Es la capacidad de pasar de las transformaciones más impersonales y remotas a las características más íntimas del yo humano, y de ver las relaciones entre ambas cosas. Detrás de su uso está siempre la necesidad de saber el significado social e histórico del individuo en la sociedad y el periodo en que tiene su cualidad y su ser”[1]

La propuesta de Mills nos lleva a reflexionar no solamente en términos de cómo pensar la biografía y su relación con la estructura social, sino que ésta interrelación se fundamenta en una tarea ética de la disciplina: no reducir la solución de los problemas sociales a los individuos porque detrás de todo problema “personal” hay un trasfondo estructural que nos permite comprender todos los malestares sociales: “Tanto el enunciado correcto del problema como el margen de soluciones posibles nos obliga a considerar las instituciones económicas y políticas de la sociedad, y no meramente la situación y el carácter personales de individuos sueltos”[2]. Hoy en día vemos cómo en el discurso de las élites se recurre a un psicologismo que justifica la desigualdad social y la falta de compromiso por parte de las élites políticas y económicas en la resolución de los problemas sociales.

En esta obra capital, Mills critica la tendencia de la sociología a tomar una dicotomía en la construcción de los objetos de estudio: por un lado aquellos que se centran en explicaciones discursivas con una “teoría general” que tiende a homogeneizar y ahistorizar los fenómenos sociales, y por otro, aquellos eruditos que reducen el interés al desarrollo de los instrumentos de investigación para el uso empresarial de la disciplina. En este sentido, La imaginación sociológica es tanto un libro de epistemología social como un manifiesto político sobre cómo funciona y en cierta manera, los cambios necesarios para la búsqueda de la utopía de Mills: que el hombre común pudiera pensarse a sí mismo dentro una estructura social que le dota de sentido a los problemas que ocurren en su vida personal, y que la solución al malestar individual no es el hombre mismo sino el entorno en el que vive.

Lo brillante de Charles es que el planteamiento no queda en una propuesta analítica sino que logra ubicar al investigador como participante de tal proceso, pues tiene como misión hacer ver las coacciones y manipulaciones que determinada élite ejerce sobre los demás sectores sociales.

«[Hay que concebir] la ciencia social como una especie de aparato de inteligencia pública, interesado en los problemas públicos y en las inquietudes privadas así como en las tendencias estructurales de nuestro tiempo subyacentes en unos y otros; y nos mueve también a imaginar a los investigadores sociales (…) cómo miembros racionales de una asociación auto controlada que llamamos ciencias sociales»[3]

Adelantaba Mills también la necesidad de que tal compromiso sólo puede llevarse a cabo desde condiciones de autonomía intelectual, lo cual se ve reflejado en su propia trayectoria. Basta como ejemplo su balance crítico tanto de la gran teoría parsoniana cómo del empirismo abstracto de uno de sus colegas: Lazarsfeld.

La imperiosa necesidad de las ciencias sociales por mantenerse actualizadas propicia el olvido de trabajos como los de C. W. Mills. Aunque se puede profundizar más, lo apropiado es recomendar su lectura directa y sobre todo trasladar o traducir algunos cuestionamientos éticos que avistó Mills y parecen aún existir en la disciplina. Así, es imperioso abrir una serie de preguntas para actualizar la imaginación sociológica en su aspecto ético y político: ¿Cuál ha sido el compromiso explicativo de los y las profesionales de la sociología ante el contexto de pandemia? ¿Realmente está la sociología analizando los temas que las personas consideran como un ‘problema’? ¿Está la sociología actual atrapada en las redes burocráticas que ya identificaba Mills y que sólo permiten desarrollar estudios descriptivos y orientados a satisfacer las necesidades simbólicas de las élites?

E incluso dentro del ámbito de formación académica, preguntarnos ¿por qué en ocasiones se limita el desarrollo de temas nuevos, o temas clásicos e históricos con enfoques diferentes al canon? ¿En qué grado de autonomía está operando la disciplina?

[1] Mills, C.W. (2003). La imaginación sociológica. México. CFE. p.27

[2] Ibid. p. 28

[3] Ibid. p. 129