Apuntes monográficos de Morococha. Estudio Preliminar. Parte 2

Víctor Mazzi Huaycucho

Tenemos el agrado de presentar este texto que acompaña la publicación de la edición facsímil que los amigos de la editorial Heraldos Editores hicieron del texto de Gamaniel Blanco, Apuntes Monográficos de Morococha, el cual constituye un documento de gran valía para el estudio histórico de la tradición socialista en Perú. Agradecemos al autor que nos haya propuesto la publicación.

  • Gamaniel Blanco, Apuntes monográficos de Moroccha, Pequeño aporte para una monografía de la provincia de Yauli, Edición facsimilar, Estudio preliminar y edición de Víctor Mazzi Huaycucho, Lima, Perú, Heraldos Editores, 2021.

El texto

Aspectos técnicos

Apuntes monográficos de Morococha fue publicada en formato de 19,2 de ancho por 27 cm de alto. Para el cuerpo del texto, se utilizó la fuente tipográfica romana de 10 puntos, armado en una «caja» de 13,8 por 22,6 cm. La composición de los textos fue presentada en dos columnas de 6,7 cada una (13,8 ambas) por 21,5 cm de alto.

En el ejemplar que poseo, existe error de impresión: se repiten las páginas 57, 58 y 59, ante lo cual he decidido respetar la presentación del original. Para efectos de la reproducción facsimilar, dejo constancia de que las páginas 73, 76 y la correspondiente a la falsa portada están impresas en color verde; en color rojo están las contratapas de la carátula, la contracarátula y las páginas 49, 52, 86 y 87.

Las tipografías empleadas son las mismas con las que se utilizaron en el boletín Alborada, que se editó entre 1929 y 1930 en la imprenta de Simón Camargo. La composición de los textos es uniforme, mientras que, por el contrario, la impresión de las fotografías es de baja calidad, ya que el sistema de impresión en placas fotográficas de metal utilizado no permite alta definición de las imágenes.

Parte 1: Históricas

Los documentos más antiguos que hacen referencia a Morococha son escrituras de propiedad colonial de 1746, que la refieren como «Hacienda Mineral», propiedad de Martín de Bidegaray, quien estuvo dedicado a explotar la plata en piñas[1] y obtener el metal mediante huayras, un proceso metalúrgico rudimentario utilizado por los antiguos peruanos. Sebastián Franco de Melo[2] (justicia mayor y teniente general) señala que el lugar se denominó «La Natividad de Nuestra Señora de Carahuacra» y pertenecía al cuarto repartimiento de la doctrina de San Antonio de Yauli, ubicada entre las poblaciones de San Francisco de Pucará y San Martín de Tuctu, todos pertenecientes a Huarochirí. El documento también consigna la relación con los pobladores de Huarochirí y Jauja requeridos para la mita minera.

En 1840 parte de la superficie y alrededores de la laguna de Morococha eran propiedad de Pedro Iriarte, quien perdió la posesión de las tierras cercanas a la laguna por un juicio que le siguió Carlos Pflücker Schmiedel.[3] Iriarte, junto a Juan Francisco Izcue, fundó la Compañía Minas de Cobre. Al fallecer Izcue, la propiedad de la mina Suclla, también conocida como «Natividad», pasó a propiedad de Carlos Pflücker, quien administraba la Hacienda Mineral de Tucto.

Morococha fue visitada y descrita por Antonio Raimondi en 1861 (Inglesi, Inglesi Black, y La Torre Silva, 2005), invitado por Carlos Pflücker para estudiar el potencial de su riqueza minera. La descripción que realizó Raimondi, en su obra El Perú… (2006), permite entender el proceso de la producción minera del siglo XIX, la geomorfología del distrito (gracias a la descripción muy detallada de sus lagunas y glaciales) y el registro de su potencialidad minera. Raimondi (1861, 2006) también detalló la dureza del trabajo minero frente a lo hostil del clima.

En 1907 Morococha fue estudiada por el ingeniero Alberto Jochamowitz,[4] un gran admirador de la obra de Antonio Raimondi. Este estuvo dedicado a culminar un detallado registro topográfico y geológico del asentamiento minero. Jochamowitz (1908) registró la transformación de la minería aún rudimentaria y artesanal a un moderno sistema de extracción de minerales de cobre y plata. Su registro de vetas, socavones y minas es completo, y señala la riqueza mineral que contiene cada una. Describió la compra de propiedades mineras por capitales norteamericanos al amparo del Código de Minería promulgado en 1905, y redactó un registro minucioso sobre la temprana presencia norteamericana en la minería del distrito.

En Apuntes monográficos, el autor reseñó brevemente la descripción de la producción minera en el distrito de 1760 a 1930. Presentó un registro de las minas, socavones y concesiones mineras que detentan pequeños y medianos propietarios, tanto nacionales como extranjeros, y, aunque este no contiene el registro minucioso que realizaron Raimondi y Jochamowitz, brinda información acerca de una naciente burguesía nacional, conformada en gran parte por descendientes de inmigrantes italianos y alemanes.

La información permite entender las condiciones de la explotación minera bajo la hegemonía de los capitales norteamericanos durante la década de 1920. Destaca la formación urbanística de Morococha, la variación geomorfológica y ambiental del distrito a consecuencia de la mayor explotación minera y el cambio tecnológico, que elevó dramáticamente el volumen de extracción y procesamiento del mineral.

El mérito de Gamaniel Blanco es mostrar una aproximación a la mentalidad de los mineros de su época y las manifestaciones culturales que los caracterizaban. Detalló las creencias de la población minera a través del relato «Taita compuerta», y el registro del «Muqui» dentro de la tradición oral minera.[5] Este personaje mítico, residente del Ukhu Pacha, es considerado el causante de tragedias en socavones y minas. El Muqui también representa protección y celosa vigilancia de la riqueza minera. La extracción del mineral debe ser recompensada con un ritual de «pago» o pagacu, tal como realizan los campesinos a la Pachamama antes de iniciar sus labores agrícolas o en señal de agradecimiento y reciprocidad por los frutos brindados. Este «pago» se realizaba a la usanza antigua, brindando con akha o, en su remplazo, alcohol de caña, acompañado de velas y coca, que eran depositadas en la boca de minas o entradas principales de los socavones, como ofrendas para que el Muqui las tome y se alimente.

El Muqui es concebido en la mentalidad minera como un personaje castigador que irrumpe para restablecer el equilibrio y la armonía en el trabajo en socavones. Blanco informa, además, acerca de la presencia de otro «duende»: el «Auquillo», cuya función y símbolo se representa como benefactor y protector del trabajo en el interior de los socavones y galerías.

Aunque Blanco mostró escepticismo frente a los relatos mineros, los registró como una forma de constatar la mentalidad mágico-religiosa que subsistía en Morococha.

Más adelante, el autor presenta una descripción sociológica de la condición del trabajador minero de la época y del derroche que realizaba después del pago de jornales: la pérdida del salario en juegos de azar y el pernicioso alcoholismo en que se hundían. Esta información permite comprender cómo funcionaba la circulación monetaria durante el pago de los salarios, la circulación de mercancías dentro de la economía regional (dividida entre la economía capitalista ascendente y una vinculación con la producción agraria, aún con fuertes rezagos feudales).

El dispendio y la obsecuencia por el malgasto del salario de los obreros es una preocupación narrada por Augusto Mateu Cueva en Lampadas del minero (véanse sus cuentos: «El alcoholismo» y «La jarana»). La narrativa de Mateu y el registro sociológico de Blanco son un magnífico motivo para exponer la necesidad de una educación integral para el trabajador minero, además de denunciar las consecuencias desastrosas para el hogar por la pérdida del salario a efectos del juego y el alcoholismo. El sufrimiento de las familias del trabajador minero y la pobreza subsecuente tienen un punto de desequilibrio al determinarse sus causas: el deficiente nivel de responsabilidad y consciencia en el trabajador minero de la época.

Blanco hizo una magnífica descripción de las labores y los salarios percibidos, desde el pago del caporal de mina hasta de una magta, dedicada a labores menores, como el «chanqueo» o la pulverización del mineral en superficie. El valor de esta información permite comprender la comparación que este realizó entre los salarios percibidos en 1913 y en 1928, y permite trazar una línea comparativa del estatus económico de los trabajadores mineros respecto del de otras ramas productivas, como, por ejemplo, los trabajadores textiles.[6]Entre estas dos ramas productivas, la diferencia es significativa: los niveles salariales de los mineros son más altos, pero debe contarse su naturaleza intermitente y sujeta a la variación internacional del precio del cobre y la plata.

Al final de esta primera parte, Gamaniel Blanco expuso la evolución histórica del movimiento obrero en Morococha y la influencia del anarquismo en diferentes conflictos y huelgas sucedidas hasta antes de 1929. Asimismo, mostró el conocimiento de cada suceso con mucho detalle, y es probable que la información que recogió le fuera trasmitida por los propios protagonistas de aquellos conflictos mineros.

Este registro histórico de huelgas mineras en Morococha contiene lo que se conceptúa como «conciencia histórica». El autor evaluó el fracaso de cada conflicto huelguístico y concluyó con lecciones sobre sus causas, y fue más allá de una mirada del cronista, que simplemente describe, ya que propuso una reinterpretación histórica de la evolución del sindicalismo revolucionario en Morococha.

La consolidación del nuevo tipo de sindicalismo ocurrió después de la catástrofe ocurrida el 5 de diciembre de 1928 en el socavón María Elvira, aparentemente como producto de la negligencia de los ingenieros de la compañía norteamericana al excavar un pozo de ventilación que emergió directamente en la laguna de Morococha, y que ocasionó la inundación de minas y galerías. En esta catástrofe, perecieron 32 trabajadores mineros.

Gamaniel Blanco (1930) describió así la condición de la laguna:

Los lugares adyacentes a la referida fábrica –la Casa Hacienda Pflücker– no eran otra cosa que lodazales infernales, en cuyo centro se encontraba la «Laguna de Morococha», seca, hoy, por el desagüe efectuado últimamente  por la Compañía Americana, Cerro de Pasco Copper Corporation, después de la gran catástrofe minera del 5 de diciembre de 1928. (p. 4)

Sobre este hecho luctuoso, los indicios y declaraciones posteriores hacen plausible la conjetura de que no fue un ocasional «accidente de trabajo» ocurrido debido a «la fatalidad y la mala suerte», tal como se divulgó interesadamente durante el gobierno de Augusto B. Leguía, sino que fue un calculado «riesgo de inversión» que se tomó en la gerencia de la transnacional norteamericana para solucionar definitivamente  las incesantes  inundaciones  de lodo y cieno en los socavones y las galerías situados debajo de la laguna, que afectaban la extracción del mineral.[7] El costo económico resultante fue beneficioso para la compañía norteamericana si se considera que el secado de la laguna aminoró los gastos para retirar el agua de las galerías y túneles mediante bombas de desfogue en superficie. El túnel construido para el desagüe y secado de la laguna fue denominado «Kingsmill», en alusión al gerente de la Cerro de Pasco Copper Corporation, quien ordenó la construcción del túnel de ventilación al superintendente Geo B. Dillingham.

Los accidentes de trabajo (derrumbes en socavones) fueron y son un tema permanente en el trabajo minero, y, aunque Gamaniel Blanco solo ha consignado tangencialmente parte de estos, existe abundante registro fotográfico y periodístico de la época sobre el tema: velatorios de trabajadores muertos por derrumbes en el interior de los socavones.

Entre este registro de conflictos y huelgas en el distrito, se consigna información sobre la huelga del 10 de octubre de 1929. Aquí el texto resulta un testimonio de parte, y es interesante comprobar que Gamaniel Blanco fue elegido secretario general de la Comisión Obrera de Reclamos, y no laboró como trabajador minero, sino como maestro de la escuela, que financiaron los mismos obreros de la compañía norteamericana y los trabajadores de la negociación Puquio-Cocha.

Esta Comisión de Reclamos la integraron Adrián C. Sovero (presidente), Ramón D. Azcurra, Abel Vento, Enrique Saravia y Alejandro Loli como delegados y vocales. La Comisión conformó el Comité Central de Reclamos y presentó un pliego de peticiones al superintendente de Morococha, Alexander McHardy. El motivo desencadenante fue la decisión de dicho funcionario de reducir el salario de los lamperos de mina y el despido arbitrario de 50 trabajadores, a los cuales la compañía norteamericana se negó a reconocerles el pasaje de regreso, en tren, a sus localidades de origen.

La huelga afectó la producción y la extracción del mineral por cuatro días, habida cuenta de que se había desencadenado la crisis económica mundial y ello afectaba directamente a los intereses económicos de la Cerro de Pasco Copper Corporation. Ante esta situación, los dirigentes mineros siguieron los procedimientos y normas legales de la época para evitar una dura represión. El prefecto de Junín, Augusto de Romaña, instaló un contingente policial e hizo de intermediario en la negociación del pliego de reclamos con el gerente general de la compañía minera, Harold Kingsmill, el superintendente de Morococha, Alexander McHardy, y el delegado del Ministerio de Fomento, Nicolás Salazar Orfila.

Este testimonio de parte de Gamaniel Blanco está incompleto si no se asocia con la intervención directa de José Carlos Mariátegui en el éxito de la huelga, tal como se lee en su carta a Moisés Arroyo Posada.[8]

Los dirigentes mineros viajaron a Lima para tratar el pliego de reclamos con el gerente de la compañía norteamericana. Esta delegación visitó a José Carlos Mariátegui y, con ello, consolidó sus vínculos organizativos y políticos. La resolución de la huelga no consiguió el aumento del salario ni la restitución de los trabajadores despedidos, y, en cambio, logró el reconocimiento del Comité Obrero de Reclamos como legítimo interlocutor de los trabajadores mineros ante la Cerro de Pasco Copper Corporation. Gamaniel Blanco (1930) dejó testimonio sobre esta huelga victoriosa como secretario general de la Comisión Central de Reclamos:

Uno de los triunfos más rotundos conseguidos por los representantes obreros fue el derecho de organización y la estabilidad del Comité Obrero de Reclamos. En suma: el movimiento obrero de 1929 fue una epopeya heroica y digna del proletariado de Morococha. (p. 17)

El testimonio de Blanco brinda información sobre las posteriores consecuencias de esta huelga: la detención de José Carlos Mariátegui y muchos sindicalistas e intelectuales bajo la acusación de ejecutar un «complot comunista». Mariátegui (1984), en una carta dirigida a César Miró (1974), le alertó:

Mi casa es designada como el centro de la conspiración. Se me atribuye especial participación en la agitación de los mineros de Morococha, que, en reciente huelga, que ha alarmado mucho a la empresa norteamericana, han obtenido el triunfo de varias de sus reivindicaciones, entre otras las de su derecho a sindicalizarse. El gobierno acaba de obligar a los obreros a renunciar al aumento que gestionaban y se teme que nosotros defendamos e incitemos a los obreros a la resistencia. (p. 677)

Conviene destacar que, al final de esta primera parte, el autor reafirmó el logro del reconocimiento oficial del Comité Obrero de Reclamos y el derecho de sindicalización como un triunfo rotundo, lo que causaría la férrea oposición de la compañía norteamericana: su directorio no respetó la legislación peruana sobre derechos laborales y condiciones de trabajo, y siguió utilizando el sistema de enganches y contratas como medio usual para la captación y empleo de campesinos en las minas, librándose de responsabilidades en gastos que atendiesen sus derechos laborales.

Referencias

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[1] «Plata en piñas» es una forma natural con que podía encontrarse el mineral con contenido de plata, en forma parecida a una piña (Ananas comosus).

[2] Véase: Spalding (2012), El diario histórico de Sebastián Franco de Melo: el levantamiento  de Huarochirí  de 1750. El diario brinda una detallada información de la organización administrativa y económica de la mina de Carahuacra.

[3] En el tomo I del Epistolario de Antonio Raimondi (Inglesi, Inglesi Black, y La Torre Silva, 2005), hay una nota interesante sobre este empresario minero. Dice: «Carlos Renardo Pflücker Schmiedel. Comerciante y empresario minero. Nació en Waldenburg, Baja Silesia, Prusia. Fue funcionario de la compañía Gibbs, en Guayaquil, Ecuador, donde conoció a Gertrudis Rico Rocafuerte, con quien posteriormente contrajo matrimonio, a mediados de 1834. En ese año, ya era socio de Gibbs, Crawley & Co. y trabajaba en el Departamento de Ventas en Lima. Con el señor Juan Francisco Izcue, fundó la Compañía Peruana de Minas de Cobre. En 1842 se asoció con Federico Schulte para criar gusanos de seda, y llegaron a tener más de cincuenta mil gusanos y muchísimos más huevos. No obstante, este negocio fracasó. En el periodo de 1853 a 1863, incursionó en la explotación de las minas de cobre de Antamina, cercanas al pueblo de San Marcos, en el departamento de Áncash, pero, debido a la baja del precio del cobre, este tipo de exportaciones se paralizaron, y, como él había consignado su material a la Casa Gibbs-Londres y la sucursal de Lima le hacía adelantos sobre el mismo, terminó endeudado por una gran suma de dinero. Habiendo fallecido su primera esposa en 1860, el 14 de septiembre de 1872, contrajo segundas nupcias con Paula Ampuero. Fue despedido del establecimiento de Gibbs con la excusa de que dedicaba demasiado tiempo a otras actividades, ya que era propietario de asientos mineros donde se encontraban las minas de cobre de Morococha y Quispisiza, además de las de plata de Tuctu. Sin embargo, con los ingresos producidos por los yacimientos de Tuctu, logró cancelar todas sus deudas» (p. 112).

[4] Véase: Jochamowitz (1908), «Estado actual de la industria minera en Morococha. Informe de la Comisión de Yauli». En: Boletín del Cuerpo de Ingenieros de Minas, pp. 9-64.

[5] Véase: Salazar-Soler (2006), Supay Muqui, dios del socavón: vida y mentalidades mineras. El texto retoma un tema presente ya en la mentalidad del trabajador minero durante la década de 1920. Su estudio trata sobre la mentalidad del trabajador minero, durante la década de 1980, en la mina de Julcani (Huancavelica).

[6] Véanse: Derpich, Huiza e Israel (1985), Lima años 30: salarios y costo de vida de la clase trabajadora; y Derpich e Israel (1987), Obreros frente a la crisis: testimonios años treinta.

[7] Sobre esta catástrofe, véase, en Amauta, n.o 22, la carta que enviaron los trabajadores mineros a su director, José Carlos Mariátegui, fechada el 14 de enero de 1929, en la que se determinó la culpabilidad de la compañía norteamericana,  aunque no percibieron que no fue pérdida económica, sino ahorro en gastos de mantenimiento de máquinas para retirar el agua en las minas: «En efecto –escribieron los mineros de Morococha–, las funestas consecuencias de la catástrofe ocurrida en las minas de la Copper Corporation han sido debidas al descuido de los empleados técnicos, a la desmedida ambición en la explotación del mineral y a la economía mal entendida de la compañía. He aquí, pues, las consecuencias que nada o casi nada importan a la compañía, en cuanto se refiere a la vida de los obreros que han sucumbido; pero sí, seguramente, en cuanto toca al capital perdido. Su actitud lo evidencia» (p. 81).

[8] Mariátegui (1984), Correspondencia: «Conviene que converse Ud. sobre esto [la huelga minera] con el compañero [Abelardo] Solís y que escriba a Morococha. Dígale a [Abelardo] Solís que el acta de fundación de la Federación de Trabajadores del Centro, con sede en Morococha, dejaba pendiente la constitución de la organización especial de los mineros. En vista de esto, el Comité ha deliberado la constitución del sindicato de mineros y fundidores del centro. El sindicato de mineros y fundidores del centro será, además, el punto de partida de la Federación de Mineros del Perú» (p. 667).