Algunos prejuicios sobre la educación superior*

Pablo González Casanova

1er. Prejuicio: La educación superior debe ser para una élite y no para las masas. Este es un prejuicio muy antiguo, ligado a las ideas esclavistas, racistas y colonialistas.

Se ha sostenido para impedir la transmisión de conocimientos a los hombres y los pueblos dominados y explotados (antes se pensaba que el alfabeto y la aritmética deberían ser exclusivos de las élites).

A lo largo de la historia humana este prejuicio no ha podido, sin embargo, impedir la ampliación de la cultura a un número cada vez mayor y a una proporción cada vez más elevada de hombres.

2do. Prejuicio: La educación superior disminuye la calidad conforme se imparte a un mayor número de gente.

Este prejuicio está relacionado con el anterior y busca los mismos objetivos. A lo largo de la historia del hombre ocurre todo lo contrario: en los países y en el mundo conforme aumenta la cantidad de hombres que acceden a la educación, aumenta la calidad de la educación. Así no hay ningún caso de un país en que la proporción de estudiantes que reciben educación superior sea muy pequeño y el nivel de la educación sea muy alto. Lo que es más, todos los países avanzados (precisamente los que tienen las más altas proporciones de jóvenes que reciben educación superior) piensan aumentar esa proporción y por ningún motivo consideran que por ese hecho vayan a disminuir los niveles de educación.

En la historia y la prospectiva la cantidad y la calidad de la educación superior son compatibles, a menos que no se quieran asignar los recursos necesarios para la educación. Este es el verdadero problema.

3er. Prejuicio: Sólo una proporción mínima es apta para la educación superior (digamos el .01 o el 1 % , etc.)

Este prejuicio es algo más que una versión distinta del primero. Mientras aquél postula un deber ser de la educación, éste postula una necesidad biológica que califica de inútil cualquier esfuerzo que la contraríe. Su falsedad se hace evidente con el aumento absoluto y relativo, en el curso de la historia, de los hombres realmente aptos para la educación. Pues si la aptitud para recibir educación no es una constante biológica, obedece a otros factores. En efecto, el crecimiento de los «aptos» varía en función de los niveles de vida, de la alimentación, de los salarios, de la seguridad para aprender y enseñar. La proporción no tiene nada que ver con la raza, con la «naturaleza» de un pueblo, o con una característica innata al hombre. De 100 negros, de 100 blancos, de 100 ingleses, de 100 mexicanos, potencialmente los 100 son aptos para la educación, si los niveles de vida de ellos y sus padres son suficientemente altos. Los inaptos caen dentro del terreno de lo patológico, que también es variable. El prejuicio quiere ocultar, con el argumento de una «necesidad» biológica, racial o humana, la posibilidad política de que se incremente la educación de los pueblos, aumentando sus niveles de vida y disminuyendo o anulando los intereses creados (allí está el problema).

4o. Prejuicio: Para la educación superior se debe seleccionar a los más aptos.

Este prejuicio se combina con una falacia, o una serie de falacias. El prejuicio consiste en creer que es necesario seleccionar a los «biológicamente dotados». La falacia consiste en afirmar que la selección es racional cuando en realidad existe una selección irracional o forzada porque:

a) Los hombres del campo son eliminados de la educación superior en mayores cantidades y proporciones que los de la ciudad; los hijos de los trabajadores son eliminados en mayores cantidades y proporciones que los de empleados, profesores, empresarios o funcionarios, y

b) El número de plazas disponibles para la educación superior se toma por constante o suficiente, o como óptimo de acuerdo con las posibilidades y necesidades de un país, sin decir que existe ese supuesto o sin explicar el criterio que sirva para afirmar que la cantidad de educación superior es la óptima o máxima posible.

La falacia puede ser más sutil y también más brutal. La sutileza en este caso consiste en afirmar que dado el mal sistema de enseñanza secundaria existente, los jóvenes llegan sin los conocimientos necesarios para estudiar en la Universidad y que es indispensable hacerles un examen de selección, lo cual parece razonable. La brutalidad consiste en hacerles un solo examen –de golpe– que les cierra las puertas para siempre, que no sirve para reorientarlos y reeducarlos a lo largo de un proceso educativo, sino al fin de un ciclo y al principio de otro, que se cierra para siempre, a los rechazados, sin que éstos sepan hacer nada, ni tengan otra salida. Lo que es peor, los especialistas en ciencias de la educación afirman de manera universal que la posibilidad de predecir quién va a tener éxito en su carrera es casi nula, dado el gran número de variables que determinan el éxito. Por lo tanto no pueden hacer un examen de selección con la posibilidad de predecir si A va a fracasar y Z a tener éxito. Sólo pueden clasificar dentro de una escala a la población que va desde A hasta Z, y dejar fuera a los que queden al final de acuerdo con una prueba de inteligencia o de reconocimientos. Pero con ese enfoque y su aplicación normativa universal, no se busca mejorar las condiciones sociales de la inteligencia, ni las condiciones sociales de los conocimientos, por ejemplo en el campo, o entre los hijos de los obreros, o entre los jóvenes que tienen problemas familiares, o psicológicos. Todas las condiciones vigentes se dan por un hecho invariable frente al que, con un realismo archi-conservador, «no hay nada que hacer». Y también se postula como un hecho invariable, el número de plazas para la educación superior «que no debe ser aumentado en vista de que no hay más jóvenes inteligentes, o más jóvenes con cultura suficiente, o más plazas para educarlos». La falacia es perfecta y coherente y para fortalecerla se citan ejemplos de las universidades de países altamente desarrollados que hacen una selección y de los países socialistas que también hacen una selección, ocultando el hecho de que estos países hacen una menor selección forzada; esto es, poseen una estructura social distinta en lo que se refiere a la selección forzada, que la atenúa o anula; que tienen también una proporción mucho mayor de plazas disponibles para la educación superior, y que proyectan aumentar las plazas de enseñanza para la licenciatura y el post-grado a tasas más altas que en el pasado, o que las de la enseñanza media –semisaturada– o que las de las enseñanza primaria –saturada, satisfecha–, y que naturalmente ya no puede crecer a una velocidad.

Todo esto no se dice. Tampoco se propone un sistema que tienda a hacer la selección a lo largo de todo el proceso educativo para reorientar y reeducar a los alumnos, al tiempo que se les dan salidas laterales, y que se aumentan los recursos y las plazas para la educación superior. Menos aún se propone cambiar las estructuras sociales a fin de aumentar la proporción de jóvenes inteligentes, cultos, capacitados para la educación superior. Ello supondría proponer que se afecten los intereses financieros, las estructuras de la producción, los servicios y la educación, la estructura urbana y agraria, la estructura de la dependencia, la estructura del mercado, la estructura de la inversión y la propiedad pública y privada. Pero sin llegar tan lejos, en el subconsciente de los enemigos de la reforma educativa se encuentra el temor a esos cambios, de ahí que hablen de la necesidad de la selección con cierta agresividad y a veces hasta con furia.

5o. Prejuicio: No se debe proporcionar educación superior más allá de las posibilidades de empleo.

Este prejuicio se basa en una idea rígida del empleo, que en realidad varía en función del mercado, las inversiones y el desarrollo tecnológico, a un grado tal que los expertos en prospectiva educacional han optado por proponer una educación general, profesional, politécnica, flexible, para que los educandos puedan fácilmente adaptarse en el futuro a los nuevos requerimientos del empleo, adecuar sus conocimientos y adquirir otros nuevos. Una política progresista de desarrollo tendrá que operar necesariamente sobre las variables que generan una oferta creciente de trabajo altamente calificado, técnico y profésional, rompiendo las barreras del mercado, de las inversiones públicas y privadas, del desarrollo tecnológico de la producción y los servicios. Si la hipótesis es que va a haber desarrollo, la necesidad de técnicos y profesionales es obvia, y tendrá que ser superior al crecimiento general de la fuerza de trabajo. Lo que es más, en los estudios sobre planeamiento de la educación se ha llegado al consenso de que el trabajador altamente calificado genera su propio empleo, y el desarrollo de las fuerzas de producción y los servicios, con mucha más facilidad que el trabajador no calificado. Por todo ello no se puede hacer depender la formación del profesionista y del técnico de alto nivel de la estructura actual del empleo o de sus tendencias naturales, sino de una política de empleo que supone el incremento acelerado de la oferta de empleos calificados.

El prejuicio de que no se debe proporcionar educación superior más allá de las posibilidades de empleos, deja de serlo en la medida en que se han agotado histórica y políticamente estas posibilidades, vale decir, en que se han hecho todos los esfuerzos posibles para aumentar el empleo calificado y profesional. Pero incluso en ese caso es mejor cometer un error por excedente que por deficiente en la formación de profesionales y técnicos, pues el excelente aumentará las normas de calidad del mercado de trabajo de un país, y los trabajadores altamente calificados se esforzarán con más éxito por crear sus propios empleos que los no calificados.

6to. Prejuicio: El estado ya está gastando demasiado en educación superior. La educación superior no debe ser gratuita o semi-gratuita. La deben pagar los padres de los estudiantes y a los pobres «aptos» se les darán becas.

Este prejuicio es equivalente al que antes se oponía a la educación universal y gratuita, que tampoco ha podido ser universal ni gratuita, pero que por lo menos hoy se reconoce debería serlo. El prejuicio ignora que la educación no es un gasto nacional sino una inversión y una de las inversiones más productivas para un país, a la que sólo le gana la inversión en investigación que es la que da las tasas más altas de utilidades en toda la historia de la humanidad, y la que más íntimamente relacionada está con la enseñanza propiamente superior, con la enseñanza de post-grado. De otra parte ignora que la proporción del PNB que gasta el Estado en educación es inferior a la de muchos países en igual nivel de desarrollo, y pretende imitar modelos poco comunes, como el de Estados Unidos de Norteamérica, de una manera automática, proponiendo que la enseñanza superior sea privada en forma predominante, ya porque las escuelas sean privadas, ya porque la educación se haga con el apoyo de fundaciones, ya porque la paguen los padres de ios ricos y a los pobres se les den becas. El modelo renuncia al papel de promotor de la educación que el Estado ha tenido en la inmensa mayoría de los países del mundo, olvida la triste experiencia de la mayoría de los países del mundo en materia de fundaciones y falta de generosidad, pretende transferir la responsabilidad fiscal y la redistribución del ingreso a las autoridades escolares, y convierte la educación superior para los pobres dotados en un acto de caridad. Por ello es la mejor forma de no resolver ningún problema de los que pretende, y de crear muchos de pobreza e incluso de miseria en los centros universitarios y técnicos; de sobrepoblación relativa, de rechazo multitudinario de aspirantes, de aparición de escuelas de rechazados que aprenden y enseñan con coraje, en condiciones difíciles, angustiosas y agresivas, con niveles académicos naturalmente bajos.

Todo lo anterior, por supuesto, no implica que en las condiciones actuales se descuide o desdeñe la ayuda de la iniciativa privada, de las fundaciones o de los padres que tienene altos ingresos, para que contribuyan al sostenimiento de la educación, pero en forma supletoria, complementaria y procediendo al respecto con cuidado.

7mo. Prejuicio: No se debe querer que todos sean profesionistas. Sería horrible un mundo en el que no hubiera obreros.

Este prejuicio es muy natural y lo seguirá siendo todavía durante algunos años. Sin embargo la historia universal consiste en la substitución del trabajo no calificado por el calificado. Lo anterior es obvio; hay algo más: los especialistas en prospectiva prevén un mundo en el que todos los hombres serán investigadores y profesionales; sólo en los servicios, y por turnos, los investigadores y profesionales tendrán que realizar operaciones simples o musculares. Mientras tanto, sin duda, se deberá combinar el aprendizaje de los conocimientos teóricos con los aplicados, del trabajo intelectual con el manual o técnico, la carrera profesional con múltiples salidas laterales, ello sin mengua de una cultura general sobre la naturaleza y el hombre, sobre la ciencia, la historia, la técnica, las artes y los deportes, que irán encontrando nuevas combinaciones en un mundo inexorable carente de obreros, lleno de investigadores y técnicos de alto nivel. Con esa previsión científica coincide un gran poeta latinoamericano, cuando escribe en «Un futuro posible» e imaginario: «Cada hombre será su propio Shakespeare y su propio Tiziano».

  • Gaceta UNAM, Tercera Epoca, vol. 11, núm. 22, 14 de abril de 1976, pp. 1-3.