Algunas reflexiones provisionales sobre la situación en Colombia…

Fotografía de Esteban Morales

Esteban Morales Estrada

Magíster en Historia

El gobierno de Iván Duque ha sido un desastre. Esa afirmación, que muchos venimos repitiendo desde que inició su época de “aprendiz” en la Presidencia de la República, se sustenta en dos cosas: su inexperiencia y su desconexión con la realidad. Duque llegó a un puesto que ni merecía, ni se ganó en el pulso electoral durante años de luchas ideológicas, simple y llanamente fue el respaldado por el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Su inexperiencia se sustenta en que no ha sido ministro, ni tampoco ha dirigido una ciudad o un departamento. Fue un senador del montón, y también allí llegó por la ayuda de su jefe político. Con nada de experiencia, saltó al primer puesto de la República, por el capricho de Uribe y sus seguidores, y nos ha condenado a unos nefastos y tenebrosos años de desgobierno, quizá solo comparables en la historia reciente de Colombia, con el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002), siendo ambos monumentos a la incompetencia. Un anónimo joven, sin identidad y experiencia política, de repente comenzó a guiar el destino de millones de seres humanos.

Pero, además de lo anterior, el presidente Duque gobierna desde una burbuja. Sus amigos de la universidad son sus funcionarios de confianza. Se ha apoderado de los organismos de control y ha nombrado personas mediocres y sin experiencia en importantes cargos. Sabotea permanentemente la paz y los acuerdos de La Habana firmados entre el Estado colombiano y las FARC (en el gobierno de Juan Manuel Santos), así como la JEP (Justicia Especial para la Paz), buscando que Uribe salga limpio de su innegable responsabilidad en la terrorífica política de los falsos positivos (ejecuciones de campesinos y jóvenes por parte de las Fuerzas Militares, que se hacían pasar como guerrilleros en medio de la guerra). Como un niño estrenando juguetes, aparece disfrazado unas veces de policía, otras de presentador televisivo, y otras de socorrista. Habla de medio ambiente y su importancia, pero propone el Fracking y la fumigación con glifosato. No le gusta el diálogo social, y cree que su gobierno es el mejor del universo porque sus amigos se lo repiten.

Lo que es más preocupante es que en una crisis como la actual, de proporciones inmensas por la pandemia, ejerce el gobierno un inexperto y atolondrado presidente. La sensación ha sido de desorientación generalizada, y hasta los mismos votantes que lo apoyaron se han sentido desconcertados. Incluso un medio de comunicación excusaba al presidente diciendo que “estaba aprendiendo”, como si fuera un puesto para hacerlo. En ese panorama llegó el estallido social, causado por una regresiva reforma tributaria que sigue repitiendo lo mismo que desde los tempranos años 90s vienen reciclando los tecnócratas del neoliberalismo. La riqueza de los grandes grupos económicos, supuestamente se “derrama” a las clases menos favorecidas (cosa que nunca pasa, y por el contrario se concentra la riqueza y aumenta la brecha social), razón por la cual hay que mermar la carga impositiva de los que más tienen y obtener recursos de impuestos al consumo como el I.V.A (Impuesto al Valor Agregado). El problema con este tipo de medidas, sumado a la congelación de salarios a empleados del Estado, impuestos a los servicios públicos, y las cargas impositivas a la clase media que proponía esta desastrosa reforma, es que pregona que los impactos económicos deben recaer en la masa trabajadora y no en los magnates del sector financiero o industrial. Es una cadena que desembocó en un descontento general: economía a la baja, pandemia, pobreza, desempleo y ahora la carga impositiva descarada. 

En últimas, el gobierno de Duque y su exministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla (que salió en los medios burlonamente a decir que una docena de huevos valía 1800 pesos, lo que muestra su desconexión con lo real, puesto que vale más del doble en cualquier lugar de abastecimiento o compras), pregonaban la quiebra del Estado, y resultaba que las clases bajas y medias debían salvar las arcas del menguado presupuesto. Se configuraba allí una contradicción completa, en el sentido de que lejos de promover impuestos progresivos (paga más quien tiene más), el gobierno quería que las mayorías pagaran las consecuencias presupuestales de la crisis actual, mientras proponía comprar aviones de combate, y gastaba miles de millones en publicidad y en un inútil programa de televisión, insoportablemente diario, donde el presidente mostraba su gestión idealizada y supuestamente perfecta. Es la fórmula de siempre: se socializan las pérdidas, y se individualizan las ganancias…

Es en este escenario donde se encendió la mecha. El descontento social estalló, y nos tiene viviendo momentos inéditos, donde a la debilidad del ejecutivo, se suma su incompetencia para leer la situación actual y su idea del control represivo-violento de la protesta social legítima, justificada y entendible. Después del supuesto retiro de la reforma y de la caída de Carrasquilla, Duque se ve desorientado y plantea diálogos con los sectores políticos tradicionales y cercanos ideológicamente, mientras no concreta nada con la oposición o con el Comité Nacional de Paro. Su desconexión es tal, que ha tratado de imponer su poder por la fuerza, lo que ha hecho que la violencia se dispare en las calles y haya un incendio por todo el país. Lejos de buscar consensos, el presidente gobierna de espaldas a la gente, no muestra la más mínima empatía por las necesidades y por la cotidianidad de un país donde crece el desempleo y aumenta la miseria cada día. A su negligente manejo de las relaciones internacionales (donde parece más interesado por Nicolás Maduro que por Colombia), y su pésimo manejo de la violencia contra líderes sociales y las permanentes masacres por todo el territorio, se suma la crisis sanitaria del COVID-19, en la que ha tenido también un saldo negativo, con un plan de vacunación tardío y un manejo más mediático que real de la situación concreta de crisis. El presidente pretende que la gente se quede “en casa” para cuidarse del virus, mientras muere de hambre, ya que su programa de ayudas a los más necesitados ha sido débil, insuficiente y paupérrimo. Se creó una olla presión que explotó.

Ante este panorama, es indudable que el camino democrático debe ser escuchar al pueblo y sus organizaciones, para así apaciguar un poco el escenario y dar un viraje a lo que queda de esta administración desastrosa. Lo más importante es elegir una propuesta diferente en 2022, como resultado de la quiebra histórica del uribismo y su proyecto ideológico. Para eso, se hace necesario encauzar el descontento y darle contenido político, recoger el malestar de las mayorías y plantear unas propuestas viables y plausibles a corto y mediano plazo, así como consolidar la más amplia propuesta anti-uribista, que aglutine a todas las fuerzas que se oponen a ese vetusto proyecto reaccionario.

Por ahora, la movilización continúa y miles de colombianos salen a las calles en pacíficas y multitudinarias manifestaciones de descontento. Se han registrado abusos policiales, asesinatos de jóvenes, heridos, infiltración en las marchas para sabotearlas, y terrorismo informativo desde los medios tradicionales de comunicación. Sin embargo, más allá de las víctimas que siguen aumentando, la situación puede radicalizarse de lado y lado, causando una crisis mayor, con un escenario insostenible. Lo que queda claro es que tanto la desconexión con la realidad, como la inexperiencia de este gobierno, han sido claves para que se desate la situación actual, que es exclusivamente responsabilidad de Duque y su regresiva y criminal reforma tributaria, su mal manejo de la pandemia, su discurso errático, su alejamiento de los sectores sociales y la oposición, así como su egocentrismo y soberbia, sumado a su enfoque represivo y contrario a la construcción colectiva de la paz.